domingo, 12 de septiembre de 2010

Arqueología de Zaragoza

Esta mañana de domingo en la Plaza San Bruno cayó en mis manos. El gitano me pidió por aquel legajo los habituales diez euros, que pague sin rechistar. La mayoría de las veces los documentos no tienen el menor interés, anotaciones pesonales, cartas privadas, notas íntimas ..., pero esta mañana encontré una mina en ellas. Se trataba de un diario manuscrito de principios de los ochenta, deduje aunque venían sin fechar. Calculando referencias temporales el autor andará hoy, si está vivo, por los cuarenta y cinco años. Lo leí de un tirón sin levantarme de la mesa de la terraza durante dos vermouths con sifón, y olvidando la comida dominical me dirigí a intentar recorrer el itinerario que me proponía desde unas décadas atrás.


(Transcripción del diario de un adolescente encontado en una parcela desalojada en el año 2010 en el barrio de Torrero de Zaragoza)
     
          "...pero lo mejor llegaba los domingos. Mama nos pasaba revista a papa y a mí en la puerta de casa. Nos miraba de arriba a abajo y no nos dejaba salir a la calle hasta que no se aseguaba de que íbamos como dos pinceles (eso era lo que decía). Casi todos los vecinos preferían pasar la tarde pegados al transistor escuchaban el partido del Zaragoza, pero nosotros, cada domingo, seguíamos la misma ruta.
Bajábamos caminando hasta el canal y nos subíamos al tranvía que el domingo solía ir casi vacío. Al llegar a la altura de Los Espumosos nos mirábamos a los ojos y mi padre, con un guiño, daba la señal de asentimiento. No me atrevía a preguntar si hoy tocaba por si me decía que no, pero yo llevaba todo el día rogando por que así fuera.


El ruido de vajilla y tenedores no nos dejaba hablar, y era tanta la gente que había por las tardes que alguna vez tuvimos que salir sin poder pedir. Lo normal es que al cabo de unos minutos lográbamos ganar un pedacito de barra, donde colocábamos la cerveza fría de mi padre y mi vaso de cocacola, y entre las dos bebidas, el camarero nos servía el platillo de ensaladilla. El refresco me hacía llorar de picor en la garganta, pero se me pasaba con la rica mayonesa que cubría la ensaladilla. Mi padre comía directamente del plato y a mi me gustaba hacer montañitas blancas sobre las rebanadas de pan, y las engullía de un bocado.
El recorrido de la merienda seguía como un rito. Después de la esaladilla venía el bocadillo de calamares del Calamar Bravo, que yo volvía a pedir con mucha mayonesa y mi padre con mucho picante, tanto que allí solía pedir una segunda cerveza.


Al salir del bar ya era de noche y nos llegábamos hasta la puerta del cine Coliseo para ver el cartel que anunciaba la película de la semana. Después volvíamos a casa y encontrabamos a mama cosiendo delante de la tele, o con alguna de mis tías contándose chismes. Nos sonreía (yo creo que siempre supo nuestro secreto) y preguntaba
-¿Qué tal la película?"


Texto genial ¿no?, eso pensé. Así que me dirigí al encuentro de las huellas del diario.

Los Espumosos: Local ubicado en el Paseo Sagasta. Cerrado desde el año pasado por un incedio tras unos años de decadencia en los que perdió su señorío y el sabor de su blanquísima mayonesa. Me he informado y con sorpresa puedo anunciar que esta semana se produce la reapertura de la mano de unos nuevos dueños que prometen entre otras cosas el retorno de la afamada ensaladilla. Allí estaremos viejos y nuevos añorantes, la cita es el mismo jueves, ya tengo ansiedad, que vayan enfriando la cerveza, si alguien quiere acompañarme que lo diga, si no, me tendré que enfrentar sólo a la gran montaña.

El Calamar Bravo: La historia es algo más triste, porque al cambiar de ubicación, de la calle Moneva a un local nuevo y ventilado de Cinco de Marzo, ha perdido todo el sabor. El bocadillo está bueno, los calamares siguen en su punto secreto, pero el ambiente falsete lo rebaja de nivel mítico a bar bueno, nada más.

Cine Coliseo Equitativa: Esto si que es triste. Donde antes desfilaban los grandes del celuloide, hoy lo hacen adolescentes que gastan sus ahorros en ropa barata de una marca española que fabrica en países pobres. Me dicen que han respetado el mobiliario de la sala de proyecciones, dando un toque original a la tienda, situada en el Paseo Independencia. Pero yo creo que no entraré, pensándolo bien, prefiero imaginar a un padre de la mano de su hijo, con las comisuras de los labios escurriendo mayonesa, aprendiéndose el título de la película e inventando el argumento que contarían al llegar a casa.

David  

1 comentario:

elena dijo...

Esta semana tiene un día señalado, desde ahora, para todos los zaragozanos, estemos o no allí, el jueves, será el día de los espumosos, con ensaladilla rusa. Gracias por la cita. elena