viernes, 11 de marzo de 2011

Casa Lucio (Bautismo de huevos estrellados)

(Narración imaginada de cómo podría haber sido una iniciación de un niño cualquiera en los secretos del arte de combinar huevos con patatas. Un rito de transición a la vida adulta indispensable para todos aquellos cuyo objetivo principal en la vida sea el disfrute de sus placeres.)

Placer para iniciados


A grandes saltos bajaron las escaleras de la Plaza Mayor, que a aquellas horas bullía de turistas refugiándose de la lluvia bajo los soportales. Un manto de agua los empapaba mientras la pareja avanzaba calle abajo, concentrada en evitar los charcos más grandes y los chorros que manaban desde los tejados. Ya estaban en la calle que unos minutos antes habían buscado en el mapa, pero la distancia les engañó. Lo que en el plano parecía cercano se tradujo en unos cientos de metros que, bajo aquel chaparrón nocturno, terminaron de empaparles.


La noche era oscura y lluviosa...

Por fin apareció en objetivo frente a sus ojos. De madera granate, la fachada contaba sus viejos secretos a los transeúntes que querían escucharlos. Iluminado débilmente por unas farolas de luz amarillenta, el cartel dejaba claro que aquel establecimiento no era otro de los tantos imitadores que le habían salido por la zona. Casa Lucio, rezaba con letras de imprenta antiguas. De no saber la historia del lugar les hubiera pasado inadvertido entre tantos locales modernos que gritaban sus excelencias entre luces de neón. Ante la puerta principal el tío y el sobrino, ignorando las grandes gotas que resbalaban por sus caras, se detuvieron ritualmente, como los feligreses católicos ante su Cristo al entrar en una Iglesia. No se santiguaron, pero sus miradas se cruzaron y un gesto cómplice iluminó sus rostros.

- Dale Nene- animó el tío –abre la puerta-

Sin estridentes reclamos


Diez años realmente son pocos, pero suficientes para que aquel niño supiera que al abrir esa puerta nada en su mundo volvería a ser igual. El gusto por todo tipo de placeres lo llevaba de manera innata desde el día que nació, pero el tío había descubierto que debía regarlo poco a poco para que fuese en una dirección correcta. Los ojos del Nene se iluminaban con enorme intensidad ante cada descubrimiento. Aquella vez que se empapó por primera vez los pies en el mar, sus primeros bolazos de nieve, su primera canasta con el equipo, el primer libro terminado de principio a fin, el descubrimiento de una sala de cine, de la tortilla de patata o del salmón ahumado. Todos los recuerdos de sus bautismos ya se apelotonaban en su interior. El recorrido de su vida era breve pero el bagaje de grandes momentos ya era superior al de otros largos caminos, llenos de rutinas y seguridades. La premonición de lo que esperaba tras aquella puerta le obligó a respirar profundamente antes de presionar la manivela.

Aguardaba un elíxir secreto
Conjunción mágica


La sala de recepción estaba abarrotada. La luz y las conversaciones se amontonaban contrastando con la oscuridad de la solitaria calle. La gente se reunía allí en grandes grupos frente a una vieja barra con solera. Bebían vino y cerveza mientras esperaban suerte. Aquella noche no disfrutarían de sus fogones si no fallaba algún comensal con reserva, pero la perspectiva debía valer la pena, pues aquellas lejos de perder la paciencia, se entretenían con sus caldos y unos platillos de aceitunas que los camareros les dispensaban a cada nueva ronda. El jefe de sala (al que reconocieron por su atuendo distinto al del resto del personal) les dio la bienvenida y les condujo ante la mesa reservaba para ellos en la segunda planta. Tras colgar los empapados abrigos, el camarero encargado de aquella zona les ofreció la carta. Aunque no era necesario, pues ya sabían lo que iban a cenar, ambos abrieron la carpeta para cotillear la oferta existente.

-Este sitio es de los buenos- sentenció el niño cual catedrático- vaya carta más corta-
El tío se hincho de orgullo al ver aplicada una de las lecciones que le había mostrado tiempo atrás.
-Cierto- asintió el tío – Ningún restaurante es capaz de mantener la calidad en sus platos, si éstos son muchos- sonrió mientras viajaba mentalmente al restaurante londinense donde meses antes ya le había explicado la cuestión.


Esperando su bautismo

El camarero anotó la comanda con todos los extraños requisitos que la extraña pareja demandaba. Dos platos de los afamados huevos estrellados de Lucio, pero servidos uno tras otro, para que las yemas no corrieran peligro de cuajarse y el conjunto de enfriarse; seguidos de una enorme ración de callos que comerían directamente de la fuente, que ya planeaban dejar inmaculada ayudados de la enorme y crujiente rosca de pan que ya esperaba sobre la mesa.  Solicitaron una aceitera para ir enjugando el pan que pensaban picar durante la espera, pues la perspectiva de las aceitunas no les animaba demasiado. Marqués de Cáceres para el adulto y agua para el niño.

Media consistente rosca después regresó el camarero con una única bandeja en la mano. Cuatro ojos se salían de las cuencas al observar como aquellos humildes ingredientes eran capaces de componer una joya como aquella.

-Huevos, patatas, aceite y sal- recitó el tío como una oración- ningún intruso más. Punto medio entre cocción y fritura, alcanzado con un mimo que demuestra que, tras tantas décadas de fama internacional, el éxito no se les ha subido a la cabeza –

- Pues como a Bardem ¿no?- preguntó ingenuamente el niño sin darse cuenta de la genialidad de su deducción.
- Como a Bardem, Nene. Ahora al tajo que esto se enfría-



Los callos fueron convidado, pero no de piedra


Tras la procesión de las alargadas patatas cortadas irregularmente a mano y empapadas de unas yemas cremosas y anaranjadas, servidas en dos fuentes sin apenas espera, los estómagos de tío y sobrino estaban totalmente saciados. Ahora llegaba su momento, pues entre las raras teorías que compartían había una que decía que el mayor placer comiendo se alcanza en el momento en el que el hambre había desaparecido y el empacho todavía no había llegado. Era el momento del segundo bautismo, nada menos que el de los callos. El ritual de acompañar cada acometida de callos con un pedazo de pan untado generosamente en su algo picante salsa se repitió hasta terminar con la cazuela. Los tropezones sorpresa de chorizo y morcilla animaron a la pareja que los repartieron a partes iguales, disfrutando cada uno del placer que provocaban éstos en el otro.


Mirada golosa

Esperando al camarero para pedir el postre, para el que tampoco necesitaban la carta, dispusieron los comensales de un tiempo para analizar a las personas que les acompañaban en aquel castizo y bullicioso comedor. Siguiendo otra de las tradiciones se habían sentado a la mesa no donde estaban dispuestos los servicios, sino justo en los lugares de mejor visibilidad de la sala.

-Es preferible que el camarero tenga que cambiar los cubiertos de sitio a perderse lo que se cuece en los comedores- había repetido el tío a su sobrino en multitud de ocasiones. –Nada hay más triste que un buen manjar comido de cara a una pared-


Arroz con leche

Así pues hicieron un rápido análisis de la concurrencia. Dominaban los madrileños que se veían habituales del lugar, por lo familiar del trato con el personal. Entre los extranjeros, eran mayoría los italianos que, sin duda con buen criterio, son de los que viajan sin guía ni anotaciones rápidas descargadas de Internet. En cambio les llamó la atención la cantidad de preguntas que hacían a los camareros, y la paciencia con que éstos trataban de contestar. Que cuál es la sugerencia de la casa, que qué es lo que no podían dejar de probar, que de qué parte del bacalao se extraen las cocochas, que cómo se servía un chuletón. Preguntas sobre el maridaje con los vinos e inquietudes de todo tipo que surgían de mesa en mesa. Entre los cientos de clientes, aquella noche sólo había un niño más en todo el local, pero pronto dejó de llamar la atención del Nene y el tío, pues entre plato y plato sacó una videoconsola del bolso de su madre y ya no la abandonó hasta el final de la comida.

- Mira el criajo ese- fue lo único que el pequeño comensal comentó sobre aquel demonio de niño.
- Menuda educación que le están dando- Pensó el tío para sus adentros – y luego echarán la culpa a la escuela y sus profesores de que les salga rana-


Don Lucio sin perder sus orígenes

 
El camarero acudió a la mesa y recogió los últimos deseos bautismales. El postre consistiría en arroz con leche para los dos. Aquel dulce manjar siempre le había parecido al tío al menos tan original como las patatas. Mucho menos conocido por el público, no se parecía en nada a otras versiones del mismo. Ni en el corazón de la mismísima Asturias lograban, a su criterio, esas notas de delicadeza. La hinchazón precisa del grano suelto, textura cremosa que facilitaba su expansión en boca, ausencia total de sensación de empalago, pues el contenido de azúcar se encontraba en forma de lámina de caramelo sobre el terrizo de barro (integración del caramelo de la crema catalana en un plato tan distinto. Mueran los complejos, si señor), dejando a cada comensal consumir cada cucharada con el nivel de azúcar quemado preferido. La canela y la vainilla eran sólo dos matices de fondo que dejaban brillar a los protagonistas arroz y leche como estrellas.

Montañita garrapiñada


Disfrutaron del blanco placer con rebosantes cucharadas golosas y la sorpresa llegó cuando al servir el café, se presentó el camarero portando un enorme plato repleto de miniprofiteroles y una montaña de nueces garrapiñadas gentileza del señor Lucio para el muchacho. Vaya detalle, pensaron los comensales, que con calma acometieron el escultural manjar. No fue la última sorpresa, pues el gesto hacia el niño se vio rematado en la factura, al ver que la mitad de los platos no venían reflejados. La cuenta del Nene fue subvencionada por el viejo cocinero, al que no habían tenido la posibilidad de conocer. Sabedores de su delicado estado de salud no quisieron reclamar su presencia para felicitarle y contarle las impresiones de un recién iniciado en sus huevos. Pero las sorpresas de la noche todavía reservaban el momento más emotivo de la cena para el final. Abonado el ágape y rehechos para salir de nuevo a la rue, tío y sobrino, bajando las escaleras, se toparon de bruces con Lucio, que subía a la planta superior para hacer su ronda habitual de saludos. Lejos de esconderse o hacerse el loco, el viejo cocinero reclamó a aquel niño para preguntarle por su bautismo. Estaba al corriente de la composición de cada mesa, origen, edades, y sobre todo, si había algún niño entre ellos. El anciano, con rostro rejuvenecido ante la presencia del Nene, parecía conmoverse ante la crítica positiva. Incluso le ofreció una chapa identificativa del restaurante, que el niño sigue luciendo orgulloso una semana después a modo de medalla ganada en un campo de batalla. Pero la mayor emoción de aquel encuentro casual no fue para Lucio ni para el Nene. Fue el tío quien se dio cuenta de lo significativo de la situación. Un anciano que debería, por ley de vida, estar cansado de glorias y elogios, que se conmueve ante la alegría de un niño; una mirada apasionada de niño, que era consciente de la grandeza de aquel personaje físicamente decrépito.


Recuerdo de la ceremonia

-No todo está perdido- pensó con esperanza- mientras un niño sea consciente del placer que se puede alcanzar con algo aparentemente tan rutinario como el hecho de comer, mientras un abuelo no pierda la capacidad de ilusionarse sorprendiendo con sus creaciones a gentes de todos los rincones del mundo, todavía hay esperanza.-

La pareja se despidió del resto del personal y salió a la calle con una sensación del deber cumplido. Habían cumplido con una de las tantas citas ineludibles que tenían anotadas en su imaginario. No hubo momento para entristecerse por el final de la velada. Ambos eran sabedores de que aquello no era una etapa más quemada en el camino, sino uno de los primeros jalones de un largo camino prometedor en busca de los placeres que nos puede ofrecer el mundo. Además podían asegurar sin duda que aquella no sería la última visita al lugar. El único matiz negativo, que no se atrevieron a comentar, era que cuando regresasen al restaurante sería difícil que el anciano continuase dando sus escarceos por sus pasillos. Pero, también era cierto que en sus futuras visitas, Lucio estaría presente en su memoria, recordando el día del bautismo del Nene, cuando con un simple pin, bendijo la unión del niño con el huevo y sus patatas.


Rebozado sorprendente

Las emociones parecían llegar a su fin en aquella húmeda noche. Cruzaron la Plaza Mayor de vuelta al Hotel de la Gran Vía recordando los mejores momentos del día. Habían llegado a Madrid en el primer AVE de la mañana y sin pausa el itinerario determinado previamente se fue cumpliendo escrupulosamente. De Atocha al Brillante, donde pudieron comprobar que un bocadillo de calamares no necesita de salsas para proclamarse como el mejor del país. Un pan sin florituras y un calamar decente conformaban gracias a la magia de un rebozado especial un manjar de dioses. Eran las diez y veinte de la mañana cuando aquel jurado maño coronó a aquel bocadillo como inigualable. La clave, justificó la pareja de jueces, estaba en el rebozado. Compuesto por minúsculos grumos de harina a modo de pequeñas escamas crujientes, impregnaba el pan con la untuosidad de un buen y limpio aceite y acorazaba el calamar con una corteza crujiente que se ríe de la actual moda de introducir frutos secos en el rebozado para darle consistencia.


La última joya que les quedaba pendiente

Tras el manjar se apresuraron por El Paseo del Prado para llegarse al museo del mismo nombre. Juntos habían descubierto los secretos del British Museum, de las ruinas de la Roma imperial y, por supuesto del Louvre. Les quedaba el Prado para concluir el periplo artístico europeo. Como otras veces tenían seleccionadas las obras que iban a visitar. Nunca pasaban de ocho o diez significativas en cada museo. Eran visitan concisas y que siempre dejaban ganas de volver y no ese poso de cansancio que suele verse en las caras de los turistas que se empeñan en pasar largas horas delante de cuadros que vienen catalogados en las guías como imprescindibles. En su primera visita a la pinacoteca madrileña el Nene iba a contemplar una selección de obras de Velázquez y de Goya, y un caprichito personal que le guardaba su tío, El jardín de las delicias. El itinerario lo había decidido el tío pensando en que además de conocer la obra de dos de los grandes, el niño pudiese aprender a comparar y valorar dos estilos y mentalidades distintas.


Loco genial
Loco de remate

 
Una hora duró el itinerario. El niño adquirió nuevos conocimientos, pero fue el tío quien obtuvo una mayor enseñanza. Tras tediosos estudios y análisis sesudos sobre la Historia del Arte, el tío había comprobado que la mirada limpia de prejuicios de un niño ante un cuadro desvela aspectos en las obras que un adulto condicionado ya no es capaz de apreciar. Aquel día en el Prado se dio cuenta de que el pintor sevillano era un pelota, juguetón, y que don Francisco introducía un mensaje oculto en casi todas sus obras, que no tenía amigos de verdad y que eso le dolía. También aprendió a diferenciar tipos de locura, pues el niño calificó a El Bosco como loco de remate y a Goya como loco triste en sus Pinturas Negras. Tras el rápido barrido artístico la pareja se dirigió al hotel para instalarse y se fueron a tapear por el viejo Madrid de los Austrias y a gastar suela de zapato por los principales rincones de la ciudad. Desde Lavapiés hasta Chueca pocas calles quedaron sin la visita de la pareja. Cafés legendarios y franquiciados, mercados chic y de barrio, tiendas snob y castizas se sucedieron a la espera del broche final de Casa Lucio.


Bravas castizas

Así que el día había dado de sí más de lo previsto, pero el poso más profundo que dejó el día no fue nada de lo hasta aquí contado. Pues en el camino de regreso al hotel, aquellas dos figuras que se adentraban en las oscuras callejas de la madrugada madrileña elaboraron una de sus teorías sobre la vida que sería definitiva en la vida futura de ambos. En una futura entrada se expondrá para quien pueda interesar. La titularon: El placer espartano y ateniense.

7 comentarios:

Anonymous dijo...

Muy bonito. Todavía nos quedan muchos bautismos más y muchas cosas que aprender. Tengo mucha suerte de tenerte a tí cerca.
El Nene

cocina-dos dijo...

No es fácil encontrar hoy en día a nadie con verdadera curiosidad por los asuntos importantes. Sobre todo por el mayor de ellos: la búsqueda del placer
Un beso grande y a esperar nuevas correrías

Anonymous dijo...

Mira que a una los años la han endurecido mas de lo que quisiera pero estoy emocionada,he visto una luz en medio de una niebla cada vez mas espesa.

garlutti dijo...

Vaya ..fue bautismo ..y comunion..jaja menudo recorrido..me ha gustado mucho ...Bssss,,,MARII

chefrubio dijo...

Hola Cocina2!
me ha parecido un relato genial!! he visto que habéis estado por mi blog, gracias por seguirme, espero leer mas de lo vuestro pues ha sido muy gratificante ver como la gente puede disfrutar de algo tan sutil como unos huevos fritos y algo mas.
Un saludo y seguir así sois muy divertidos, espero que seas críticos con vuestros comentarios en mi blog.

Lo dicho un Saludo

Ana Rial Ybáñez dijo...

Hola chicos,
os devuelvo la visita y ya de paso me quedo.
Me ha encantado vuestro relato.De gusto leer y poder ver las imágenes en la mente tras las palabras que las dibujan. Sobre todo hoy en día que se escribe como mensajes de móvil que a veces ni se que dicen y siempre pienso:
¡que pena!
Gracias por el paseo con los huevos fritos incluidos y demás delicias, y más si son en casa de un "maestro" de los fogones, ni falta que le hacen los neones.
Os invito a pasar por mi otro blog cuando queráis,"Pensando sobre un papel".
Donde hay eso mismo, lo que me pasa por la cabeza. Ya desde muy niña lo hacía, solo que ahora más moderna que es una, pues sobre un teclado jejeje
Un beso y encantada de conoceros

Bruxa dijo...

Hola a todos:
Estoy de acuerdo en eso. La busqueda del placer. Aqui se encuentra de eso siempre un poquito.
Estupendo chicos, aunque yo no sea imparcial. Soy una incondicional, ya sabeis. XD
Besos