Gin tónic picante de melón (Una de calamares I)
Cóctel para disfrutar de las aventuras de un anciano |
Receta de gin tónic picante de melón
Ingredientes: (2 personas)
½ Melón cortado a lo ancho
Un trozo de jengibre fresco
100 ml de Ginebra Hendrick´s
250 ml de Tónica Fever tree
Dos cucharadas de azúcar moreno
Unas hojas de menta fresca recién cortada
Un limón
Jenjibre picante y siempre extraño |
Subimos el nivel, vale la pena |
Pues eso, seguimos con el homenaje |
Elaboración:
En primer lugar retiraremos las pepitas del melón con la ayuda de una cuchara. Después sacaremos esferas pequeñas de la carne del melón usando un sacabolas y las colocaremos en un bowl. Pelaremos el jengibre y lo rallaremos sobre el recipiente. Incorporaremos la ginebra, la tónica, el azúcar y la ralladura de la corteza de un limón. Dejaremos macerando la mezcla en el frigorífico como mínimo durante una hora.
Para presentarlo, vaciaremos bien el melón, agrega un poco de menta picada, introduciremos las bolitas de melón maceradas y la mezcla de líquidos previamente colada para evitar los restos sólidos del jengibre y de la corteza de limón.
Nos ayudan los instrumentos precisos |
...para el trabajo |
Una de calamares I
(Donde se explica el motivo de la redacción de estas memorias y la afición a los calamares de un anciano casi centenario)
Que con noventa y seis cumplidos le incomoden a un servidor de ustedes con exámenes de próstata semanales se puede entender. Lo que a mi juicio es indecente es la prohibición colegiada entre doctores y monjas de comerme mi racioncita de calamares de los domingos. Y no es que me considere completamente inocente en este asunto, pues se trata de una batalla que fui dejando perder poco a poco. Ya en tiempos en los que vivía mi señora hice la primera claudicación, sustituyendo el generoso vermú con que los acompañaba por uno de Coca cola. Verle feliz valía la pena, y yo no sabía como iba a acabar la historia. Años después, al ser consciente de mi viudedad intente sacarle algo positivo a tan ingrato estado, pero en vez de recuperar el aromático vino ajenjazo, un complot se urdía sin mi conocimiento. La elección a la que fui obligado por mis hijos me distanció para siempre de ellos, aunque a veces dudo si alguna vez habíamos estado cerca de verdad.
-Padre, o le quita el all i oli a los calamares o se los prohibimos.- Así fue como, lejos de recuperar el vicio completo, se me mutiló el único lazo que conservaba con aquel joven que una vez fui. Deje de ser el dueño de mi destino y pasé a ser el trasto apartado que ahora descansa en este puticlub de monjas sonrientes.
Sueños de residencia y abandono |
Trabajoso all i oli (siempre sin huevo facilón) |
Combinación de dioses |
Sustituida la salsa de la vida por un gajo de limón, y hasta el vaso de refresco por uno de agua sin gas, pasé los últimos años vegetando al sol de este pequeño, pero acogedor jardín. Las fuerzas me han ido abandonando hasta para la insumisión, pues ya sólo me complazco con fingir algún dolor ante mis hijos, por eso de crear algo de angustia o remordimiento en ellos, o liberar premeditadamente mi vejiga sobre la ropa limpia para incordiar a estas monjas. Pero ni los unos ni las otras entran al trapo de mis fechorías y arreglan mis inocentes tropelías con constantes visitas de médicos que no encuentran razones clínicas para mis síntomas.
El invierno pasado ocurrió la catástrofe, pues sin comerlo ni beberlo fui privado de mi único momento de verdadera felicidad. Los resultados de unos análisis rutinarios confirmaban las sospechas. Los niveles de ácido úrico se habían disparado. Había que hacer algo. Mi platito de calamares en el bar de la carretera fue tachado de culpable tras un juicio sumarísimo, y condenado a una estricta orden de alejamiento de mi persona que nadie hasta hoy se ha atrevido a quebrantar. Estos son los antecedentes que necesita conocer el lector de estas líneas, que para mí simbolizan las llaves que abren la puerta del pecado.
Desde la muerte de mi señora pasé a compartir habitación con el Relancio, Federico de nombre. Un enorme abuelote que se había quedado medio tarumba por culpa de un virus, que agusanó una parte de su cerebro. Y digo bien con lo de medio, pues así como su parte derecha se quedó casi inmóvil y torpe, era capaz de abrir un botellín de cerveza usando sólo los dedos de la izquierda y parte de su dentadura. Era divertido verle compartir afición conmigo, pues cada noche debían acudir seis monjas de las más lozanas para levantar su flácido cuerpo de la silla de ruedas y pasarlo a la cama. La maniobra se repetía cada mañana para llevarle a orinar al baño y adecentarle de nuevo en la silla. Pero en la soledad de las tardes, el mismo Relancio se incorporaba sin ayuda y, con una agria sonrisa, se lanzaba con cierta agilidad sobre la cama con el fin de acometer siestas de campeonato.
Las largas horas de jardín, el aburrimiento y la ausencia total de alicientes me unieron a mi compañero de un modo muy gratificante. Largas conversaciones bizantinas acortaban la espera entre las comidas, que resultaban ser los únicos momentos esperanzadores del día. Aunque siempre decepcionaban por su poca variedad y enjundia, no se puede decir que las siervas del señor tuvieran mala mano para los fogones. Sacar partido a verduras sin apaño y a todo tipo de pescados sin sustancia era un arte cultivado desde hacía siglos por ellas. Era entonces, entre sopa y borraja, cuando mi compañero y yo nos dedicábamos a sacar punta a lo humano y lo divino. Por no ir más lejos, la semana pasada inventamos un sistema de catalogación de las familias de todos los internos, en base al régimen de visitas que practicaban. No expongo aquí más que los dos tipos principales para no hacerme pesado con el asunto. Unas de las más habituales, y a la que pertenecían los de Relancio eran las estreñimiento, por acudir una vez por semana al asilo. La incomodidad del asunto, pues estamos a casi veinte kilómetros de Zaragoza, donde las residencias son sensiblemente más económicas, todavía no había vencido a la mala conciencia de haberse desprendido del familiar. Otras como la mía, con más experiencia a la espalda, espaciaban sus visitas al plazo de un mes, con lo que, y siempre según nuestra catalogación, pasaban a pertenecer al grupo de las menstruaciones. Y no me quejo, pues aún quedaba el grupo de los olvidados, en el que no me gustaría caer antes de cumplir la centuria.
Calles de antaño |
Algunos guardan esencias seculares |
Otros llegan a la vanguardia |
El caso era que todos los domingos por la mañana, cuando unos viejos acudían solícitos a su misa habitual, los más por distraer el aburrimiento o porque ese día recibían medio cazo más de sopa de manos de las hermanas, otros recibían en el salón la visita de sus familias. Debí de caer en gracia, porque la familia del Relancio pronto me acogió con los brazos abiertos. Sucumbí a sus sobornos en forma de botellines de Ámbar. La transacción era tácita, a cambio de un par de quintos bien frescos el bienestar del abuelo me quedaba encomendado. Llegó a gustarme tanto la jugada que recibía como un incordio la visita mensual de mis familiares, mucho más cautos a la hora de vigilar mi castigado cuerpo.
Entre los familiares del Relancio pronto me sentí en un ambiente ciertamente familiar. Se trataba de una de las tantas familias que no podían ocultar su origen rural. Llegadas a la capital buscando la comodidad de la vida moderna, no se habían quitado del todo los hábitos de una vida más tradicional y tranquila. Por eso me divertía la situación que les había creado la reciente declaración del nieto menor. Con apenas veinte años y sin ningún apuro presentó en su casa a su novio de manera natural. Ni que decir tiene que el joven fue bien recibido y rápidamente integrado dentro de los avatares familiares. Pero aquello sólo fue la reacción superficial, pues el hecho hizo temblar los pilares domésticos, y cada cual asumió la situación como mejor pudo y supo. Por su parte el Relancio, contra pronóstico, supero la noticia con nota, llegando a ascender a su nieto Juancho a la categoría de ojito derecho. Por su valor, aducía el abuelo; pero el brillo de sus ojos cada vez que aparecía, y la sagacidad con la que he sido dotado para la catalogación sexual de mis congéneres, indicaban que había otros motivos ocultos y callados para aquel orgullo. En fin, eran otros tiempos.
Estampa española, su carácter |
Oooooolé !!! |
Historia del bacalao, desclasado nuevo rico |
El objetivo por el cual paso mis mañanas sentado en el pequeño escritorio de nuestro dormitorio no responde a cuestiones literarias. No deseo transmitir a nadie las experiencias que la larga vida me ha permitido disfrutar. No es de mi gusto que nadie conozca mis vergüenzas pasadas. Me veo como un personaje importante haciendo balance de una vida llena de grandes momentos, pero tampoco la ambición es la que me mueve a realizar esta tarea. La culpa es de los calamares. Del crujido de su rebozado reciente. De su salsa de ajo penetrando en la miga de un pan crujiente recién horneado. Sabores de un Tubo de antaño, de tascas con servilletas en el suelo y palillos ensartados en largas banderillas encurtidas. De tacos de bacalao con tomate, cuando era un pescado popular y callejero. El círculo se cerraba. Vine al mundo entre calamares y con su sabor lo dejaré, aunque me cueste el esfuerzo de exprimir mi memoria cada mañana y de vencer a la vergüenza que siento cada vez que me desnudo ante un público que desconozco.
El contrato se selló con un apretón de manos entre el apuesto Juancho y yo, ante la única presencia de su abuelo y su novio, que felices se frotaban las manos pues ambos saldrían beneficiados por un pacto cuyos términos quedaban aceptados por ambas partes. Cada semana que yo le presente la redacción de un capítulo aleatorio de mi vida recibiré la recompensa de una ración de calamares con su ajoleo, pan correspondiente y regados con un generoso vermú. No podrá existir el reproche en nuestra relación. Cada cual como hombre libre será responsable de sus decisiones. Yo de mis previsibles subidas de ácido úrico y Juancho del alto nivel de conocimiento de la bajeza humana que mis relatos le otorgarán. Por otro lado renuncio, en plenitud de mis capacidades mentales, a cualquier beneficio económico que se pueda obtener con la impensable publicación de estas caóticas memorias. Las dejo para la posteridad y para sufragar cuantos platos de calamares sea capaz de ingerir mi ya exiguo organismo.
Residencia de Pedrola, desde donde recuerda nuestro amigo |
Paso ahora a relatar el primero de los capítulos de mi vida que quiero traer a estas páginas. Si he elegido éste es por exigencia de mi mecenas, pues aduce que le causó tanta impresión que no dejará impasible a ningún futuro lector de mis desvaríos nonagenarios. Así pues comienza el periplo por mis agotados días.