martes, 22 de noviembre de 2011

Copito de Nieve: ocho años de ausencia



Cicatrices en el alma que le llevarán
a la muerte en el fatídico 2003
Hace ocho años que Copito nos abandonó. Recordar aquel 24 de noviembre de 2003 le deja a un servidor melancólico y achatado. Fatídico año que se llevará a tres de las figuras mediterráneas más representativas. Corría abril cuando Terenci se marchó entre bocanadas de humo y túnicas clásicas. Una mañana de octubre tuvimos que desayunar con la noticia de que Manuel Vázquez Montalbán se había apagado en su Bankong repleto de reportajes por escribir y manjares exóticos. Un mes después un maldito cáncer de piel nos arrebató a Copito a toda una generación de fieles que le creíamos indestructible. Sus poderosos 160 kg no pudieron hacer frente a la enfermedad que, traidora, me impidió acudir a despedirme de él.

La prensa internacional le lanzó al estrellato
Alfombra roja para un gorila
Mis recuerdos de las veces que me recibió se remontan a mi infancia. Periodo de inocencia y sueños. Por entonces no había germinado en mí la conciencia ecologista que me impide volver a visitar parques zoológicos. No me cuestionaba sobre cómo había llegado hasta ahí. Encerraba en su cuerpo toda aquella magia de África que escondían los Atlas en un mundo sin Internet, donde todo viajaba mucho más lento. Los mundos del circo y el del zoo me cautivaban. Con la boca abierta no daba crédito a las maravillas que escondía el planeta en rincones remotos. Sin ser consciente, mi conciencia eurocentrista e irreflexiva me permitía disfrutar por igual la lectura de uno de los primeros cómics de Tintin, la visita a una cárcel de gorilas o la actuación de terribles leones encadenados que abrían sus fauces ante el látigo del domador. Disfruté con los relatos del profesor Livingstone junto a las Cataratas Victoria del mismo modo que hacía los domingos con las películas de Tarzán en los antiguos cines de reestreno. La madurez me aguó la fiesta. Comprendí la tragedia  social en la que vivía África y toda la basura que les vertió el europeo con la colonización y, todavía más, con la vergonzosa descolonización. Estudié las consecuencias demográficas, económicas y ecológicas del paso del hombre blanco por el continente. Unas cuantas epidemias, tráfico de drogas, diamantes de sangre, cazadores furtivos, experimentos farmacológicos y trata de blancas después mi inocencia se marchó para no volver. Lo que antes me provocaba curiosidad y sueños de aventura ahora lo hacía con vergüenza y tristeza. Ya jamás llevaré a un niño al zoo ni al circo, pero la historia de cada uno es la que es, y la memoria y el recuerdo le asaltan cuando uno menos se lo espera.

Hoy cárcel de animales
Ayer campo de sueños


Acusado de racismo se olvida su valor como
testimonio histórico

El circo con vocación artística hace
olvidar lo que un día fue:
Diversión y espectáculo

Creo que era para mantenerme con la tensión, pero mis padres retrasaban para el final de la visita la cita con Copito de Nieve. Después de toda una mañana paseándonos por el parque y sus fieras llegaba el momento esperado. Casi siempre estaba visible. Le gustaba exhibir su indiferencia ante los visitantes. Jamás un ser vivo mostrará tanta superioridad como lo hacía él ante su público. Vivía en una eterna alfombra roja y como por arte de magia siempre lograba darle la vuelta a la tortilla, pues uno siempre salía de ahí con la incógnita de quién era el que realmente vivía en cautiverio. La pantalla que separaba su mundo del mío era reversible. El observador era observado inquisitorialmente. La mayoría de las veces no llegaba a dirigirme la mirada directamente. Entretenido con una fruta o poniendo en su sitio a algún compañero de jaula ignoraba mi llamada. Pero en alguna ocasión nuestros ojos se cruzaron. De un azul extraño y envueltos en un rostro que recordaba nuestros orígenes comunes me escudriñaba cual cura confesor. Al rancio sacerdote del colegio podía mentirle con cualquier treta, pero a esas catorce arrobas de músculo y pelo lanco era imposible esconderle ningún secreto. Cuando por fin desviaba la vista de ti, la tensión acumulada del niño se relajaba liberándole de todos los miedos con los que había acudido ante él.

La orca Ulises intentó arrebatarle el cetro, pero
los niños habíamos decidido
Recuerdo que mi primer suspenso en Inglés se lo confesé a él antes que a mi familia. Mejor sería decir que me lo descubrió con sus ojos. No podía mentirle, era inútil resistirse. Cuando llegó el momento de reconocerlo en casa todo fue mucho más fácil pues la comprensión que encontré en el gigante me ayudó a relativizar los problemas. Vendrían otras revelaciones que se fueron espaciando con la edad hasta llegar a nuestra separación. Volví a trasladarme de ciudad y la distancia enfrió nuestra extraña relación. Si algo me consuela es la seguridad de que otros niños encontrarían en él el mismo apoyo que me ayudó durante unos años en mis inseguridades y temores. Así que, amigo, hoy te recuerdo, pero sin pena ni dolor, sino con el agradecimiento de un niño al que un día hiciste algo más feliz.  


Nueve kilos y 59 centímetros de
nieve al llegar a su nueva morada: Barcelona
 Visto desde la distancia de los años la historia de Copito resulta bastante triste, y dice muy poco del hombre y su responsabilidad con el planeta. Su trato con el ser humano comenzó cuando éste le dejó huérfano, le compró a cambio de unas monedas, le apartó de su hábitat natural confinándole al cautiverio. Por dos veces cambió su nombre. La primera cuando fue encontrado sólo y desnutrido por los habitantes de la Selva de Nko (Guinea Ecuatorial), tras asesinar a todo su grupo acusado de arruinar cosechas. Entonces se le adjudicó en nombre de Nfumu ngui (gorila blanco). Como en los tiempos del esclavismo, cuando el nuevo amo rebautizaba cada nueva adquisición como símbolo de sumisión, el gorila pasó a denominarse Copito de Nieve o Floquet de Neu al ser vendido por 16000 pesetas al hombre blanco. El cambio no se produjo de inmediato, pues Jordi Sabater i Pi, el primatólogo que lo compró, mantuvo su denominación africana por un tiempo. Será a raíz de su aparición en la revista National Geographic en 1967 cuando le llegue la fama a escala internacional. Entonces los estadounidenses lo bautizaron como Snowflake y se convertirá en el símbolo del zoológico de Barcelona y de la propia ciudad.

Una película va a volver
a rescatar su enorme figura:
http://www.copitodenievelapelicula.com/


Paseando hoy por las calles de Zaragoza descubro un lugar que me recuerda a mi gorila de manera intensa. Nada tiene que ver con el mundo africano ni la naturaleza. En nada recuerda a una prisión de animales espectáculo pero su apariencia y su esencia resultan muy evocadoras del espíritu que un día me acercó a él. Se trata de un simple bar situado en Torrero, El Corazón Verde, y dos son las referencias que me hacen volver la mirada hacia mis años de inocencia. El primer símbolo es el propio nombre que viene dado por una película de las de palomitas y boca abierta. Protagonistas occidentales a la caza de tesoros y aventuras en mundos fantásticos llenos de exotismo y peligros. El espectador olvida los prejuicios de la madurez ebrio por la trama y los paisajes y se lanza a vivir la aventura con los protagonistas. Selvas en las que perderse, espíritus valientes indomables, amores inquebrantables y acción sin tregua. Ingredientes indispensables en el género.


Cámara, acción!!!!

Rincón zaragozano con
reminiscencias infantiles
La segunda referencia tiene más que ver con el personaje que queremos homenajear hoy. Presenta el bar-terraza en cuestión la cristalera (que da al canal y a los pinares que bordean el parque) más enorme de la ciudad. No sé si mi memoria me traicionará pero se asemeja en tal grado a la que nos separaba a Copito y a mí hace años, que me he tomado la libertad de creer que era la misma. Hoy la cristalera ocupa toda una de las paredes de la gran sala superior y abre el coqueto local al paisaje de la terraza junto al canal. El lado romántico lo pone el pinar de fondo que a modo de jungla hace olvidar al cliente que se encuentra en Zaragoza para trasladarlo a cualquier selva indómita del planeta. Por cierto, la carta está repleta de referencias a cocinas del mundo que alimentan la fantasía al más pintado.

Su gusto por el placer y el exceso le identifica con el espíritu mediterráneo. Altivo y humilde según la ocasión, selectivo en sus compañías, fogoso como pocos (21 hijos lo avalan), aplicado comedor y líder nato. Te envío un recuerdo desde este noviembre en el que cumplo la edad que alcanzaste al morir. Parece que te voy a superar en algo, compañero, pero te aseguro que cada momento de felicidad que pase por aquí se lo seguiré confesando a esos ojos extrañamente azules que me siguen cautivando.
Tremenda cristalera que exhibe dentro y fuera
http://www.elcorazonverdebar.com/

3 comentarios:

Trini Altea dijo...

Como pasan los años.

Un saludo

Whivith dijo...

¡Uy que recuredos, David!.
Los Tonetti, Copito....
¿He vuelto a la infancia?. ¡Que más quisiera!.

Pochoncicos.

Liacice dijo...

¡Ya te digo!. Cada vez más cerca aunque últimamente no nos hayamos visto. Un besazo enorme magdalenero pero con el corazón verde, verde de Torrero, de Barna o de dónde las pasiones -incluidas las nostalgías- nos lleven.