jueves, 17 de noviembre de 2011

Crónica de Bigott en el Principal, profecía de Gargallo, tortilla del Circo y caviar del Pirineo

Bigott en el Principal y la profecía de Pablo Gargallo

Bigott se metió en la palma de la mano a un público
muy predispuesto a su discurso
Quienes no hayan tenido una experiencia surrealista en su vida pensarán con justicia que el contenido de estas líneas surge de una mente enferma o enajenada por el abuso de ciertas sustancias. Por el contrario aquellos que periódicamente recibimos ataques del subconsciente que se adueña de nuestras percepciones sabemos muy bien de lo que hablamos. En mi caso llegue a pensar  que esa parte irracional de mi ser estaba atada y bien atada. La había vencido y encerrado en un torreón inaccesible pero, cual princesa de largas trenzas, urdió un plan y halló la forma de burlar su cautiverio. No hicieron falta más drogas que un pincho de tortilla del Circo y un buen Cariñena, que eran lo único que me había echado al coleto esa tarde. El escenario, el Teatro Principal y la ocasión, el concierto de Bigott.
El mejor pincho, y sin cebolla.
Eso tiene todavía más mérito

Clasiquísimo zaragozano
Si fuese de Cadaqués ya estaría pintando blandos relojes derretidos o armando enormes sofás en forma de labios carnosos; si me llamase Walter Benjamin redactaría una nueva Tesis sobre la Filosofía de la Historia que cortaría el vuelo al Angelus Novus más pintado; si tuviese la habilidad con la pluma de un Gómez de la Serna greguegaría hasta el amanecer junto a los gallos nocturnos de mi corral. El caso es que soy un ser vulgar, y como tal me limitaré a contar como pueda la experiencia.

Último trabajo de Bigott
Llegaba un martes otoñal al concierto de Bigott con los deberes bien hechos. Me hice en el Bar Bacharach con su último trabajo The Original Soundtrack una semana antes y lo deglutí desde mi móvil en mis largos paseos urbanos. Me gustó mucho, la verdad, y en eso coincidí con la crítica a nivel nacional, no así con la local que, tan habituada a decapitar nuevas propuestas de la tierra como a adular a valores más rentables y anquilosados, maltrató el nuevo trabajo sin otorgarle la mínima posibilidad. Cannibaldinner, Turquey moon y Godis gay fueron mi banda sonora aquellos días. Investigué como buen friki obsesivo el universo Bigott y me sorprendió su originalidad y estética. Horas de facebook, myspace y su poderosa web me llenaron la cabeza de piruetas imposibles, los muñecos entrañables de Clara Carnicer y las coreografías dionisíacas habituales. Conclusión: música bastante redonda con reminiscencias múltiples pero con suficiente personalidad como para no catalogarla como fusión, una voz portentosa y profunda con registros al alcance de muy pocos que contrasta con una imagen superficial cultivada desde alocadas entrevistas y mensajes desquiciados en la red. Tarea concluida me dirigí raudo a comprobar lo descubierto en directo y sobre un escenario con solera.
¿Aires Countries, agrorockeros o proféticos?
La noche comenzó según lo previsto. Hastiados por un martes gris ante la puerta de entrada al Teatro apurábamos el último cigarrito grupos de fauna urbana diversa: modernos gafapasta, poperos vespasianos, barbudos solidarios con el artista, algún borracho desorientado o eclécticos inconstantes y dispersos, especie esta última a la que tengo el gusto de pertenecer por acción y omisión. Una vez en el interior ocupamos las localidades en orden y esperamos educadamente a que comenzara la función. Es bien sabido que las butacas de patio de nuestro principal teatro se asemejan a potros de tortura de la inquisición cuando las posaderas reposan más de diez minutos sobre ellas, pero si el espectáculo vale la pena, olvidamos el dolor y el sacrificio físico. En esas estaba cuando los artistas atacaron su repertorio enarbolando platos fuertes como introducción. Con ese inicio de nivel tan elevado buscaban la complicidad del espectador desde el primer minuto. Allí no había treguapara el enemigo. A la vista de las primeras ovaciones consiguieron su objetivo, pero en mi caso lo que lograron fue un resultado bien distinto. El mundo onírico me rodeó sin previo aviso.
No esperaba la metamorfosis del artista
en Profeta
Disfrutaba de los primeros temas identificando las referencias countries, irlandesas, dance y hasta creí apreciar aires profundos irlandeses. El toque original del directo lo apuntaban las distorsiones, los matices de sintetizador y las repeticiones que se sucedían de la mano de Paco Loco. Se podía decir que el aperitivo prometía un banquete espectacular, y a tenor de los comentarios postconcierto así debió suceder, aunque yo ya me encontraba muy lejos de ahí. No debía de llevar más de cinco canciones cuando ocurrió mi enajenación.
La primera señal me fue enviada desde el Museo Reina Sofía
El  pincho de la única tortilla de patata sin cebolla digna de la ciudad, la del Circo, debía de andar ya por los pies, así que los primeros síntomas que precedían la llegada del viaje espiritual los confundí con una simple sensación de hambre. El sonido de mis tripas se acompasó a la música de Bigott de manera cómplice. Las primeras ráfagas llegaron en forma de flash. El cantante comenzaba a retorcerse para mayor satisfacción del respetable que ansiaba sus requiebros al modo de los fans de Boney M. Unos destellos que confundí con un mal ajuste de la iluminación me cegaban a cada momento, hasta que una gran luminosidad se impuso en el medio del escenario. De repente dejé de oír la música aunque sabía que estaba allí pues sentía a mi alrededor a la gente balanceando sus cuerpos encajados en las butacas. Un silencio total se impuso en el teatro a la vez que la luz se fue concentrando en el cantante dejando todo lo demás en la más profunda oscuridad. Asustado por los extraños síntomas que identifiqué erróneamente como los de un infarto percibí que nada se movía a mi alrededor en esos momentos. Las motas de polvo en suspensión se destacaban bajo la potente luz del foco. El tiempo se detuvo y mi mente se agitaba. Bigott seguía en pie pero algo en él era distinto. Sus barbas quizá más densas y pobladas, su camiseta y vaqueros sustituidos por lo que parecía ser una sábana raída dispuesta a modo de túnica o sudario. Las coloridas Nike que amortiguaban sus saltos aparecían ahora como unas sandalias de cuero gastadas por años de camino y cansancio. El otro cambio fundamental que rápidamente percibí fue el de su guitarra. Ahora el único instrumento que lucía su mano izquierda era un grueso y largo bastón de madera en el que apoyaba su cansado cuerpo. Le habían caído unas cuantas décadas de golpe al tipo, pero su rostro permitía identificarle como el artista que minutos antes actuaba en ese mismo escenario.
La seguna señal se me lanzó en
El Museo Pablo Gargallo de Zaragoza
Bastó un gesto para comprender la metamorfosis que había sucedido ante míy que el resto de mis compañeros, embelesados por una melodía que no podía escuchar, ignoraba por completo. Aquella figura me resultaba tremendamente familiar y al dar un paso para situarse justo debajo del foco de luz, alzando amenazante su mano libre y con su mirada puesta en mis ojos, solo acerté a susurrar su nombre, Profeta.
La última en el Teatro Principal
Definitiva
No hacía mucho que pude contemplar la obra de nuestro Gargallo por partida doble. Semanas atrás había recorrido los largos pasillos del Reina Sofía ignorando las obras con las que me cruzaba para acudir a su presencia y rendirle pleitesía. Soy poco dado a la iconoclastia y menos al mesianismo, pero caminando las calles madrileñas sentí la añoranza de aquella figura y acudí a su llamada. Me sentí diminuto ante su poderosa presencia. Todo lo que me rodeaba, incluido el Guernica de la sala contigua, perdía presencia ante su fuerza. Unos minutos bastaron para recibir su grito de advertencia. En aquellos momentos no supe qué era lo que me quería transmitir en un lenguaje desconocido, pero me provocó que subiera la guardia y reforzara las defensas. Un soplo estimulante me renovó el alma y me dispuso el ánimo necesario para seguir adelante.
La segunda señal volvió a llegarme desde la misma figura pero unos cuantos kilómetros más al norte. En plenas Fiestas del Pilar, tras el consabido chocolate con churros de La Fama, me dirigí a una particular ronda de museos, pues no sólo de fermento de uva y cebada vive el hombre. Visité La Lonja y el Palacio de Sástago sin encontrar grandes sorpresas. Me deleité con mi compañero de batallas Paco Lafarga en el Torreón Fortea y por fin recordé la reapertura del Museo Pablo Gargallo en la misma Plaza de San Felipe. Remordimiento de conciencia, todavía no la había visitado. Descubrí que las exposiciones temporales estaban frente a las taquillas de la entrada, así que sufrí una de surrealismo ilerdense que me invitó a dar por concluido el paréntesis cultural. Así que cabizbajo decidí salir de nuevo a las engalanadas calles de mi ciudad. No llegué a la salida. De reojo advertí su presencia en el centro del patio del palacio-museo y no pude resistirme. Con pasos lentos rodeé la escultura como semanas había hecho en Madrid. El grito de la segunda llamada se me arrojó entonces en forma de parálisis. No sé el tiempo que permanecí ante el Profeta, pues la inmovilidad debió llegar también al cerebro, pero el caso es que sólo pude salir del ensimismamiento gracias a una de las vigilantes que me advirtió, con la condescendencia con la que se trata a los visiblemente perturbados, de que era la hora de cerrar e irse a comer. No me pude quitar su presencia de la cabeza en todo el día, así como el mensaje que había quedado impreso en ella a golpe de fuego. El día ya está cerca.
Escenario privilegiado.
Dentro de unos años este concierto se recordará como uno de los clásicos
Había pasado un mes desde mi último encuentro. Por ello la aparición del Profeta en el escenario del Principal me pilló completamente por sorpresa. Estaba advertido de que llegaría pero la testarudez humana se impuso y relegué el mensaje al cajón de asuntos pendientes. Ante él por tercera vez la comunicación verbal no fue muy diferente a las anteriores. No emitió ni una sola palabra, pero en esta ocasión el mensaje me llegó con nitidez. Con un golpe seco del bastón sobre la tarima del escenario un temblor, de la magnitud que una vez sentí en la Semana Santa de Calanda, se apoderó de hasta el último de mis huesos. Una palabra se repetía con la cadencia de una oración tibetana: vulgar, vulgar, vulgar, vulgar…Pero el tono no era de reproche o acusación. Mi Profeta de cabecera no estaba regañándome por haber caído en la vulgaridad. El mensaje profundo era bien distinto.
En un instante todo volvió donde lo había dejado. El tiempo real había transcurrido pues el grupo acometía sus últimos temas con la misma intensidad que imprimió a los primeros. El público ya había pasado la fase de guardar la compostura y acompañaba con bochornosas palmas los ritmos de la batería y el sintetizador. La entrega era absoluta, pero ya no pude integrarme a la orgía desacompasada como me hubiese gustado. Concluyó la fiesta con un sentido Bar Bacharach que levantó a la gente del duro asiento. Mientras tanto el mensaje del Profeta se desgranaba en mi mente dándole sentido. Se trataba de una felicitación para el pueblo elegido, pero esta vez el pueblo no había sido seleccionado por su origen, lengua o color sino por su posición vital. Aquel anciano nos animaba a seguir por el buen camino al pueblo de la vulgaridad. Y me había señalado como transmisor de su mensaje.

El homo vulgaris se rebeló contra el poder político, aniquiló sus dioses tiranos, recuperó el valor del ser humano, aprendió a disfrutar de todos los placeres que el entorno le ofrecía sin remordimientos y luchó por extenderlos a todo el mundo, sustituyó banderas, escudos y fronteras por nuevos principios como la amistad, el compañerismo y la empatía. Transformó los pecados en caprichos, la solemnidad en sinceridad y la competitividad en placidez. Desterró las enemistades entre los pueblos relegándolas únicamente a los campos de fútbol. Aprendió a fracasar sin sufrimiento, a pecar sin remordimiento y a amar sin límites. Las pasiones dirigieron sus vidas sometiendo a la cuadriculada diosa razón. Los vulgares nos arropamos en nuestros numerosos momentos nihilistas para seguir adelante. Y nuestro Profeta se siente orgulloso de su pueblo. Así nos lo hace saber y nos anima a continuar por la senda más elevada: la de la vulgaridad.
Por último no me reprimo a elevar una ofrenda de agradecimiento por su mensaje de ánimo a nuestro Profeta de cabecera. Ahí van unos montaditos de Caviar Ecológico de Trucha del Pirineo (Puede adquirirse a Franck o María José en su tienda física o por internet http://www.miespaciogourmet.com/tienda/) con uno de los mejores blancos que he descubierto en la última temporada. Va por ti.
Oh, Profeta, mi Profeta.

Ofrenda de frutos al Profeta:

Caviar de trucha del Pirineo acompañado por un excelente
Marqués de Alella
Aragón y Catalunya en homenaje a Pablo Gargallo

Referencias básicas en la web:

http://www.bigott.es/ Vaya curro de página. Mucho gusto y buenas fotografías
http://www.myspace.com/myspacebigott Contenidos, regalitos y programación
http://www.zaragoza.es/ciudad/museos/es/gargallo Institucional, pero muy completa sobre vida y obra del autor

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