viernes, 30 de septiembre de 2011

Cultura del exceso. Tres tapas para Terenci Moix (Ocho años sin él)

  Cultura del exceso. Tres tapas para Terenci Moix (Ocho años sin él)

Excesivo, apasionado, enamorado, mediterráneo... 
Y ya van ocho años sin Terenci. Parece que fue ayer cuando nos dejó uno de los espíritus mediterráneos confesos más militante. Será por su enorme sombra, pero el olvido y el sentimiento de ausencia tardan en aparecer entre sus practicantes. Si se ha escogido esta palabra no es por casualidad, pues pudiendo calificar a su grey como lectores, sólo se destacaría su faceta literaria; si hablásemos de amigos, se limitaría la concurrencia a quienes tuvieron la suerte de cruzarse en su vida; si de seguidores, igualaríamos la terencimanía a cualquier afición a un equipo de fútbol. Preferimos el término practicante porque lo verdaderamente destacable del autor es su propia experiencia vital. Guiada por una escala de valores donde la amistad se situaba en lo más alto. El disfrute físico y el placer espiritual son los objetivos de cualquiera de sus empresas. Portó sobre sus escuálidos hombros todo el peso de su civilización. Milenios de sabiduría y errores, de guerras y ternuras, de comercios y hambrunas, de progreso y devastación y de luces y sortilegios le acompañaban en su día a día. Consciente de ello, en un continuo acto de justicia histórica, se dedicó a acumular, interpretar y rescatar todo el bagaje cultural de sus ancestros. Modernizó mitos y mitificó realidades contemporáneas. Trabajador anárquico, voluptuoso y compulsivo. Narra como respira, como necesidad y como acto reflejo. Nos cuentan sus acompañantes que miles de historias eran volcadas de manera incesante. Unas sobre papel, pero las más eran compartidas oralmente en sus círculos sociales. El lector o espectador de las mismas las acompaña con el corazón en un puño, casi en estado de hipnosis. Las aliñaba con tanto saber hacer, que era imposible escaparse a su embrujo.

Nadie describirá la necesidad de disfrutar la vida como
el maestro: Cavafis
Si hoy le homenajeamos aquí es por una de sus múltiples facetas. La desmesura y el exceso a la hora del disfrute. No es casualidad que eligiese uno de los versos del poeta Cadafis para extraer el título de una de sus más grandes obras. No digas que fue un sueño. 

“Cuando a medianoche se escuche
pasar una invisible comparsa
con música maravillosa y grandes voces,
tu suerte que declina, tus obras fracasadas
los planes de tu vida que resultaron errados
no llores vanamente.
Como hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
di tu adiós a Alejandría, que se aleja.
No te engañes NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO.
No aceptes tan vanas esperanzas.
Como hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
como corresponde a quien de tal ciudad fue digno
acércate con paso firme a la ventana,
y escucha con emoción -no con lamentos
ni ruegos de débiles- como último placer,
los sones, los maravillosos instrumentos de la
comparsa misteriosa
y di tu adiós a esa Alejandría
que pierdes para siempre”
CAVAFIS, El dios abandona a Antonio

Quizá nunca se haya acertado de manera tan incisiva a la hora de expresar el clásico y mediterráneo Carpe Diem desde tiempos de Horacio. “Acércate a la ventana y escucha con emoción (…) como último placer (…)”. Todo un simposio de vida y una lección. Sobran los veinte millones de libros de autoayuda que se escriben al año. Las listas de espera para las consultas de psiquiatría se aligerarían sobremanera con la difusión de estos misteriosos versos. La misión: afrontar la vida de manera valiente, agarrándonos a todo aquello a lo que podamos asirnos hoy, porque sabemos que desaparecerá. El sabor agridulce de la despedida se torna aquí exquisito gracias a la conciencia de saber quiénes somos y para qué estamos aquí en este momento.
Terenci lo sabía, y como apreciamos en el texto de su, ya clásica, novela, se derrite describiendo la abundancia de manjares como símbolo de aspiración humana. Una visión racional y calculada de la vida no dejaría de sentir desagrado, y hasta repulsa, ante una descripción como la que sigue. Pero a los practicantes de una vida bajo la dictadura de lo emotivo y de la falta de planificación, unas líneas así nos provocan salivación y crujido de tripas. ¿Qué le vamos a hacer? Dejemos que hoy Terenci nos provoque hambre, que al fin y al cabo, es una de las sensaciones más auténticas e indomables del ser humano. A cambio y en su honor, vamos a dejarle junto a su recuerdo unos bocaditos, dignos del mejor de los mediterráneos, dignos de un emperador del sentimiento.

Dos palabras que nuestra civilización lleva marcadas
a fuego en su piel. En la arena de su mar

“Las magias de Cleopatra también recuperaron para Antonio los más deslumbrantes galardones de la gastronomía. Reorganizó la Sociedad de la Vida Inimitable que Antonio inventó años atrás, en el curso de cierto invierno famoso; la sociedad que atrajo a los festines del gran palacio de Alejandría a los comensales más exquisitos, cuando no los más desaforados. Y al renacer aquella sociedad en el palacio de Antioquía, muy selectos huéspedes asistieron a las más extraordinarias proezas: se vio a un venado de cuyo vientre surgía una gacela de cuyo pecho aparecía a su vez un faisán que al abrirse dejaba salir una paloma con los pulmones rellenos de ostras rebañadas en jugosas mixturas de hígado de oca. Se vieron corzas gigantescas devoradas en un instante, salsas exóticas surgiendo a borbotones de las bocas de los comensales, crustáceos del tamaño de los hipocentauros y pulpos cuyos tentáculos abarcaban toda la extensión de una enorme mesa de hierro forjado.

Años antes, en Alejandría, los excesos gastronómicos de la Sociedad de la Vida Inimitable habían dado lugar a las más pintorescas conjeturas. Un testigo excepcional, el médico Filotas de Amfisa, tuvo ocasión de comprobar la veracidad de las mismas. Pues habiendo trabado amistad con un oficial de las cocinas reales, éste le deparó la oportunidad de visitarlas. Y allí, entre otros muchos manjares, el médico descubrió cinco enormes jabalíes que los esclavos estaban asando en broquetas no menos gigantescas.

Entonces el médico expresó su admiración por el número de comensales que llenarían de boato los salones de Cleopatra. El oficial se echó a reír y contestó: «No es un festín tan espléndido, pues se limita a una docena de invitados. Pero cada plato ha de tener tal pucho de perfección que al instante de servirlo podría marchitarse. Y si Antonio pide su cena en este mismo momento, pero de repente tiene algún antojo o desea entregarse a la bebida y, por tanto, deja de lado el plato, es preciso tener preparado otro para servírselo no bien se le antoje. Por lo cual entenderás que es necesario tener preparadas varias cenas a la vez, ya que resulta imposible adivinar la hora exacta en que puede producirse el capricho...”

Terenci Moix, No digas que fue un sueño.
Alto Nilo- Ventalló-Barcelona, 1986.

Tapas de agradecimiento: Zapatillas de jamón de la calle Laurel, Canelón de pintada, boletus y trufa de Casa Pedro y Pulpo a la gallega de la Pulpería O´Cachelo

Ésta por popular y festiva
Zapatilla de jamón

Ésta por sofisticada y delicada.
Canelón de pintada de Casa Pedro

Y ésta por clásica.
Pulpo a la gallega de O´Cachelo

jueves, 22 de septiembre de 2011

Albóndigas de Ternasco al moscatel en gelatina de Gewürztraminer y borraja en tempura

 Albóndigas de Ternasco al moscatel en gelatina de Gewürztraminer y borraja en tempura

Saludable y original, esos eran los propósitos

Añadimos el respeto a nuestros ancestros y al consumo local
La elección de esta recta tiene dos intenciones que deben conocerse. La primera es la de homenajear a nuestro ancestro gastrónomo Teodoro Bardají que, amante de las albóndigas así como de muchos otros platos populares, llegó a aseverar en sus escritos culinarios que “La albóndiga (…) se trata de un manjar socorrido, que tiene mala fama por culpa de los mixtificadores, que siempre han procurado dar al prójimo gato por liebre”. En honor de Teodoro, aquí utilizaremos sólo ingredientes de primera calidad, para que se puedan apreciar las virtudes de este ancestral bocado. La segunda razón es la de participar en el concurso organizado por Gastrónomos del Ebro (http://www.gastronomosdelebro.es) , en colaboración con Pastores Grupo Cooperativo (http://www.grupopastores.coop/) y Balay BSH (http://www.balay.es/) , ReceTA te reTAmos, consistente en la elaboración de una tapa de Ternasco de Aragón IGP que sea a la vez saludable y original.

Concurso: http://www.gastronomosdelebro.es/2011/09/concurso-gastronomos-del-ebro-%e2%80%9cte-retamos%e2%80%9d/#more-1940
Ingredientes:

·         Para las albóndigas:

400 gramos de Ternasco de Aragón IGP (chuletas de pierna picadas a cuchillo)
50 gramos de pan migoso tierno
Un diente de ajo
Perejil fresco picado
Un huevo
Media cebolla dulce D.O. Fuentes de Ebro
Una copa de moscatel de Ainzón
Aceite de Oliva Virgen Extra D.O. Bajo Aragón 
Sal
Pimienta

·         Para la gelatina de vino blanco:

Medio litro de Vino blanco (Viñas del Vero Gewürztraminer)
Ocho hojas de gelatina
Cebollino fresco picado

·         Para las borrajas en tempura:

Tallos de borraja en bastones
Hojas enteras de borraja
Dos cucharadas de harina
Agua fría
Sal

¡¡¡Organización!!!


Elaboración:

Albóndigas de Ternasco:

En una sartén con una cucharada de aceite pondremos a pochar a fuego muy bajo la media cebolla cortada en una muy fina juliana (la idea es que la cebolla se aprecie al comer la albóndiga en finos y dorados filamentos). Mientras el lento proceso se lleva a cabo, aprovecharemos para deshuesar y picar las chuletas de ternasco con el cuchillo bien afilado. La idea es no picarlas muy finas, para que la carne no adquiera textura aplastada y se aprecie bien, por ello no utilizamos picadora.
En un recipiente amplio iremos añadiendo todos los ingredientes de la masa: la carne recién troceada, la cebolla dorada y escurrida del aceite de la sartén, el pan remojado generosamente en moscatel de Ainzón para ganar en dulzor y esponjosidad, un diente de ajo bien picado, un puñadito de perejil fresco recién picado, un huevo y la sal y pimienta al gusto. Amasamos todo el conjunto con las manos, desmenuzando bien el pan, hasta que quede una masa más o menos homogénea y con consistencia para poderla moldear bien. Con mayor o menor arte elaboraremos las bolitas y las dispondremos sobre una fuente de horno. Las rociaremos con unas gotas de aceite de oliva (para este paso estaría muy bien disponer de un spray) y las introduciremos en el horno precalentado a 180 grados durante 15 minutos, o hasta que se pongan doradas. Con el cocinado en el horno evitamos la carga de grasas saturadas que nos aportaría el tradicional enharinado y fritura, a la vez que ganamos en jugosidad.


Pochar la cebolla lentamente

Picar las chuletas con un cuchillo afilado

Emborrachar ese pan con Moscatel de Ainzón

Mezclamos: Ternasco, cebolla...

...pan...

...perejil, ajo...

...huevo, sal y pimienta

Al horno con ellas y unas gotas de buen AOVE D.O. Bajo Aragón

Entrada a capilla

Resultado goloso y dulce gracias al azúcar de las cebollas y el moscatel

Gelatina de Gewürztraminer:

En un cazo verteremos 500 ml del vino blanco y lo llevaremos a ebullición. Lo reduciremos durante cinco minutos (no más, para que conserve algo de potencia alcohólica) y lo dejaremos atemperar apartado del fuego. En un recipiente con agua fría hidrataremos las láminas de gelatina. Cuando estén hinchadas y flexibles las escurriremos y las integraremos en el cazo del vino todavía caliente. Añadiremos el cebollino recién picado y dejaremos enfriar a temperatura ambiente hasta que la gelatina actúe por completo solidificando el conjunto. Previamente habremos introducido las albóndigas en unos moldes y rellenado de gelatina todavía líquida hasta llegar al nivel de las mismas.


Gelatinizando el Gewürztraminer

Borraja en tempura:

Escaldaremos en agua hirviendo unos bastoncitos troceados de los tallos y unas hojas enteras de la verdura. Tras un minuto los extraemos y los disponemos en un recipiente con agua fría con hielo, para que cortar la cocción y permanezca su color verde intenso. En un bowl mezclaremos dos cucharadas de harina con el agua fría necesaria para que quede una mezcla más bien líquida y ligera. Pringaremos bien las verduras con la mezcla. Tras ello, las freiremos introduciéndolas en aceite bien caliente el tiempo justo para dejarlas crujientes y al dente, sin dejar que se dore demasiado la capa de rebozado.

Remojón en tempura

Crujientes y muy verdes...

Montaje:

Si la gelatina ha cuajado bien en los moldes, con una puntilla bien afilada la despegaremos y volcaremos el contenido. Pincharemos la albóndiga con su gelatina con un palillo y la serviremos en un plato de presentación  junto a la tempura de borraja y un buen pellizco de perejil picado.

Montaje muy visual

Detalle apetitoso

Esto es una tapa de albóndigas
¿tradicional o moderna?

martes, 20 de septiembre de 2011

Sushi japonés versus Sushi mediterráneo

Sushi japonés versus Sushi mediterráneo
Historia de una lejana amistad


Las dos elaboraciones que aparecen en esta entrada son resultado del taller inicial de elaboración de Sushi llevadas a cabo bajo la dirección de Sushi at home (sushi_at_home@yahoo.es; Teléfono: 675926121; http://www.facebook.com/pages/SushiatHome-Zaragoza/128593180559208 , la organización de Mi Espacio Gourmet (www.miespaciogourmet.com) y el amparo y logística de El Corazón Verde (www.elcorazonverdebar.com; http://www.facebook.com/pages/El-Coraz%C3%B3n-Verde-Terraza-Bar/122396074527721) en la muy noble ciudad de Zaragoza, capital del Ebro por derecho propio y cuna de la mediterraneidad por sus usos y costumbres ancestrales, refugio de crápulas y vividores y asilo de pecadores impenitentes.


Versión japonesa

Ingredientes: (12 personas, una docena de makis por cabeza)

Alga nori
Alga Konbu
Un kilo de arroz de grano corto
Vinagre de arroz
50 gramos de azúcar
30 gramos de sal
Una taza de sake
Un pepino
Salsa de soja
Wasabi
Gari (Jengibre encurtido)

Elaboración: (12 personas, una docena de makis por cabeza)

Comenzaremos con la laboriosa preparación y cocción del arroz. En contra del tratamiento que le solemos hacer, el proceso de cocinado y lavado están invertidos. Para que el arroz adquiera la textura necesaria y no se apelmace, el lavado del grano se hace en crudo. En un recipiente grande vertemos agua sobre él y la vamos cambiando las veces que sea necesaria para que el agua sobrante deje de salir turbia y la veamos limpia y transparente. Tr5as los cinco o seis cambios de agua dejaremos escurrir el arroz y lo coceremos añadiendo un litro y 400 mililitros de agua (1´4 litros), la taza de sake y una hoja de alga Konbu, que además de darle sabor, ayudará a dejar el grano bien pegajoso y moldeable. Tenemos en cuenta que el grano ya ha incorporado agua en el lavado. Lo coceremos hasta dejarlo al dente. El momento sería cuando dejemos de ver agua sobre la superficie del arroz. Unos doce minutos deberían bastar, pues lo retiraremos siempre tapado y dejaremos que termine de hacerse con el calor residual. Removeremos el arroz y lo volcaremos sobre un recipiente de madera. La tradición manda abanicar el arroz con una mano mientras lo removemos con la otra, pero la dificultad para cumplir con los ancestros es enorme. No pasa nada si se deja enfriar moviéndolo de vez en cuando para que se atempere todo a la vez. Si el grano ha quedado cocinado y más o menos entero, la cosa va bien.

El siguiente paso es el de la preparación del vinagre que va a servir para condimentar al arroz. Vertemos en un cazo 150 mililitros de vinagre de arroz. Añadimos el azúcar y la sal y removemos mientras le aplicamos calor. Justo cuando comience a burbujear, apagamos el fuego y dejamos enfriar. Cuando el arroz y el vinagre estén fríos los mezclaremos en el recipiente de madera y dejaremos reposar.

Sobre una alfombrilla de caña (la más asequible es la de bambú, aunque las varillas de las más baratas tienen una forma completamente redondeada que pueden dejar estrado el futuro rollito) dispondremos el alga nori con la parte rugosa hacia arriba. Para un tamaño normal del maki, sería conveniente utilizar sólo tres cuartas partes de la misma (Uramaki). Así que la recortamos y la extendemos sobre la alfombrilla. Sobre ella esparcimos el arroz sin apretarlo y dejando unos centímetros en un lateral para poder sellarlo más tarde. Colocamos bastoncitos de pepino sobre el arroz y enrollamos. No tiene mucho misterio, o no tanto como uno se imagina. Con ayuda de la alfombrilla daremos un primer giro al alga, haciendo un canutillo sobre el arroz. Sólo que enrollar hasta el final sin apretar mucho para que no se apelmace. Al llegar al final nos ayudaremos de la alfombrilla de nuevo para apretar el arroz de la parte final. Humedeceremos la parte del alga que hemos dejado sin granos y la pegaremos como si se tratase de un cigarrillo de liar. Ya tenemos el rollito fabricado. Sólo resta cortarlo con un cuchillo bien afilado y humedecido con agua y vinagre de arroz. El tamaño habitual es el resultado de cortarlo en ocho partes iguales. Serviremos acompañado de la salsa de soja y el wasabi al gusto. El resto de condimentos y adornos queda al gusto de cada cual.


Versión mediterránea
Ingredientes:

Alga nori
Alga Konbu
Un kilo de arroz de grano corto
Vinagre de arroz
50 gramos de azúcar
30 gramos de sal
Treinta y seis lonchas de jamón (dos por rollito)
Treinta y seis bastoncitos de queso de oveja de leche cruda
Una taza de sake
Salsa de soja
Wasabi

Elaboración:




Para la cocción y aliño del arroz nos remitimos a la versión japonesa, porque nada difiere de ella. Sustituimos en alga por el más manejable jamón, que disponemos sobre la alfombrilla de dos en dos, dejando las partes más rectas para los laterales. Construimos la capa de arroz sobre ellas y coronamos con los bastoncitos de queso de oveja. Enrollamos como en el otro caso y cortamos. Dejamos para cada cual la parte artística del montaje. Lo cierto es que el primer caso quedo algo soso, pero compensó de maravilla el tremendo golpe de sabor de la segunda. Es tal la combinación que casi no se echó de menos la falta de un buen pa amb tomaquet.  No hay nada que enriquezca más que una buena amistad, en nuestro caso mañonipona.

Posibles aderezos para ambas versiones

Confitura de pimiento verde
Cebolla caramelizada
Alcaparras de Ballovar en polvo
Semillas de amapola
Sésamo blanco
Salsa mayonesa con ajo
Hojas de ensalada de brotes verdes
Mostaza a la Antigua
Jengibre fresco
Hojas de menta

Gastronomía mediterránea-nipona

Uno ya ha defendido en diferentes foros dos evidencias que se muestran cada día con más claridad. La primera versa sobre los múltiples beneficios para el ser humano y su entorno de la práctica de la dieta mediterránea. No necesita mucha defensa el argumento, pues se multiplican los estudios rigurosos que nos muestran que los alimentos comprendidos en su repertorio son saludables y equilibrados. Por otro lado, y aquí queremos detenernos hoy, la dieta mediterránea y la nipona coinciden a nivel teórico y práctico en sus postulados fundamentales. Que a doce husos horarios de distancia, los fogones tengan tantos aspectos positivos comunes es una realidad que el mundo globalizado se encarga de destacar. No es casualidad la enorme expansión de las propuestas culinarias japonesas por nuestros países. Tampoco lo es a la inversa, pues el gusto de los japoneses por lo mediterráneo está haciendo posible que decenas de restaurantes españoles, italianos, griegos…de alto nivel estén inundando las abigarradas ciudades del archipiélago.

Es cierto que en ambos mundos las presentaciones son distintas, los nombres se nos atragantan, desplegamos universos visuales radicalmente diferentes, pero la coincidencia en infinitud de aspectos nos hermana de una manera íntima, y explican el éxito de ida y vuelta de establecimientos y recetas.

1.      Consideración de la gastronomía como una manifestación significativa de una identidad cultural, así como un medio de expresión individual que el ser humano utiliza en su relación social.
2.      Uso del arte culinario como una potente herramienta de búsqueda de placer, tanto en su disfrute físico como intelectual.
3.      Consumo de los productos de proximidad y de temporada.
4.      Integración junto al acervo tradicional de nuevos métodos de cocinado importados de otras culturas, siempre que se adapten a los principios referentes locales.
5.      Escasez de procesado y manipulación de los alimentos, que se presentan próximos a su estado crudo natural, otorgando, de este modo, el protagonismo a la naturaleza.
6.      Valoración del producto en sí más que de su la combinación con otros elementos. La simpleza del bocado aproxima al comensal con su entorno sin abuso de atificios.
7.      Buena distribución porcentual de los alimentos según la pirámide nutricional ideal de manera natural.
8.      Abundancia de referencias rituales, que hacen del hecho de sentarse a comer un acto social o íntimo de primer orden.
9.      Presencia del mar y sus productos como referencias presentes en casi todas las propuestas gastronómicas.
10.   Defensa frente al enorme proceso de aculturación europea y norteamericana mayor que en otras artes.
11.   Tendencia al abuso cuantitativo. El exceso de comida y bebida sin considerar las consecuencias del mismo es considerado por ambos mundos como una interpretación del Carpe Diem necesaria para el equilibrio interior del alma. Si el hombre es el único animal que come sin tener hambre y bebe sin tener sed, las culturas mediterránea y japonesa son uno de los máximos exponentes de la humanidad como tal.

Si destaco la similitud entre ambos mundos culinarios no es para hacer una pirueta intelectual, ni para elucubrar sobre el hallazgo con una copa de buen vino en la mano (que tampoco está mal, uno tiene que alimentar su rinconcito snob confeso); sino para que ambas concepciones gastronómicas se enriquezcan con el encuentro. Si las similitudes y coincidencias son mayúsculas, también podemos ver algún aspecto en los que una de ellas podría aportar a la otra alguna idea enriquecedora.

¿Qué puede aportar la gastronomía nipona a la nuestra?

·         El concepto visual. El tratamiento casi arquitectónico de sus platos a la hora del montaje. Recordándonos que el placer por la comida no está limitado sólo a su sabor.

·         El cuidado por la calidad del menaje y de los instrumentos de cocinado. No vale todo. Los continentes son tan importantes como los contenidos.

·         El uso de la mesa baja que acerca al hombre a la tierra, que es quien le ofrece sus frutos para el disfrute. Nuestras mesas altas son un artificio en recuerdo de los altares de ofrendas a los dioses que nos alimentan. Algo hemos debido de evolucionar ¿no?

·         La no existencia de una fractura entre lo dulce y lo salado que tenemos tan incomprensiblemente presente en nuestra cultura. No hay explicación para ello, más allá de un error conceptual heredado del pasado.

¿En qué podemos enriquecer la cultura gastronómica de nuestros amigos japoneses?

·         La fuente de hidratos de carbono basada desde su neolitización en el arroz, produce un resultado más bien soso y que da poco juego a la hora de acompañar otros alimentos. En este punto, el trigo y su harina, producen un pan levado que aumenta la sensación de placer de los alimentos que acompaña. No se trata de sustituir una tradición milenaria por otra, pero introducir el pan en su dieta como una posibilidad sería enriquecedor a todas luces.

·         El maridaje con el vino puede ser una nueva puerta que engrandezca las elaboraciones japonesas y que les aleje del consabido y desaborido sake o el insulso té. La revolución de los transporte facilitaría la introducción de nuestros caldos, del mismo modo que se está incrementando de manera exponencial el consumo de cerveza, ya con producción local.

·         Pan, vino y… aceite. Como no podría ser de otro modo, el aceite de oliva es un producto susceptible de ser introducido en su dieta. La masiva utilización de la soja en cualquiera de sus versiones, bien podría ser equilibrada con nuestro aceite. Grasa cardiosaludable que en nada restaría valor nutricional a su dieta, y aportaría riqueza a sus platos.

Por último y como reflexión personal, vemos que en estos momentos los mediterráneos y los nipones  estamos dispuestos a renunciar a una manera de escribir, de filmar, de representar plásticamente la realidad sensible o los sentimientos íntimos, pero por suerte aun no estamos preparados para renunciar nuestra forma de comer. Los estadounidenses han sacado músculo a la hora de enseñarnos a contar una historia, y nuestra literatura y cine se han visto invadidos afortunadamente por sus códigos. Lo mismo pasa con el mundo del diseño y la arquitectura con nuestros vecinos del norte de Europa. Su superioridad técnica y estética ha hecho doblar la rodilla a nuestra tradición. Pero en el mundo de la cocina el proceso, no sólo no se ha dado, sino que parece ir a la inversa. Las dietas mediterránea y japonesa se extienden por todo el mundo aportando su anciana tradición a otras mucho más limitadas y notablemente inferiores. El peligro que aparece en el horizonte es el del clasismo a la hora de comer, pues la internacionalización de los procesos productivos ha llenado los estantes de los supermercados de productos industriales repletos de grasas e hipersaturados a un precio ridículamente bajo. Con lo que el peligro de que la clase social menos pudiente se abalance sobre ellos es enorme. Mientras que una cultivada y selecta clase alta, comprendiendo el beneficio de una alimentación sana, cuidada, con productos de temporada en su elaboración más simple, se adueñe de una, hasta ahora, popular dieta mediterránea. Un mundo lleno de gordos pobres y esbeltos ricos sería algo que un servidor no querría ver nunca, por ello continuaré con mi lucha contra los potentados y los hacendados que tanto clasismo destilan. Vuelta al mercado, a lo nuestro, aunque nos venga ahora  de doce husos horarios de distancia.

martes, 13 de septiembre de 2011

Antonio López y las ostras

Antonio López y las ostras

Lenguaje esencial, directo, ingenuo, laborioso y atemporal.
Manifiesto http://www.lagallinaciega.com/ de intenciones
encabezado por Antonio López
Tengo la tradicional, y poco ecológica, costumbre de arrojar a la última papelera que veo en mi visita a una ciudad, el plano que he utilizado para conducirme por ella con cierta agilidad. Por ello, en la Estación de Atocha, junto a envoltorios de bocadillos, colillas consumidas, billetes gastados y demás porquería, los servicios de limpieza del Ayuntamiento capitalino retiraron aquella noche de domingo un ajado plano lleno de flechas y anotaciones. Entre las cruces que destacan chocolaterías, bares de tapas, centros de exposiciones y rutas callejeras de lo más variopinto, destaca una línea roja que une el Mercado de San Antón, en el corazón de Chueca y el Museo Thyssen, enfrentado al Rey de las Profundidades, Neptuno. Sobre ella reza “camino de la infancia”, y ésa es la sensación que me asaltó al visitar ambos lugares.

Esencia del mar. Nuestro medio primigenio del que un día emergimos.
Su sabor nos rememora el momento
Que la obra de Antonio López, un austero pintor del duro interior peninsular, y unas enormes ostras gallegas, tomadas en el secano madrileño, agiten el alma de tres mediterráneos confesos, es algo maravilloso. Llegada la noche del sábado, los miembros de la expedición zaragozana decidimos ir a comprobar si eran ciertas las valoraciones magníficas, que nos habían ofrecido, sobre las excelencias del nuevo Mercado de Chueca. Se trata del concepto de comercio de alta gama en el que puedes consumir a modo de taberna los productos que adquieres en los puestos. Y el tema no está mal llevado, pero para ser honestos nos sonó un tanto tópico y a un nivel notablemente inferior que el que se puede encontrar en el Mercado de San Miguel, cerca de la Plaza Mayor, con más experiencia, recorrido y ambiente. El subsuelo del complejo está ocupado por un supermercado (Supercor), lo que mata gran parte del glamour que pretende. La planta baja está ocupada por puestos, más o menos, gourmet muy bien presentados y con unos expositores tratados con un gusto exquisito. La planta dedicada a la degustación in situ de los productos es la primera. Los puestos y una alargada sala de exposiciones se suceden ante un enorme patio con vistas a la colorida planta baja. El ambiente es bullicioso y sobrecargado a causa de la angostura del pasillo que sirve de comedor, pero la reciente apertura de una terraza donde se puede salir libremente con la comida lo desahoga. La tercera y última planta está dedicada a un sobrevalorado y muy mono restaurante de raciones presentadas como verdaderas elaboraciones culinarias, y a una terraza enorme en la que se puede disfrutar de un buen gin tónic bajo el manto de las apagadas estrellas que se intuyen en el cielo madrileño.

La clientela se agolpa, copa en mano, en el angosto
pasillo del Mercado de San Antón

Las propuestas son para todos los gustos

Vista del patio central desde la primera planta
Obligados estábamos los expedicionarios a catar todas las propuestas que allí se presentaban bajo epígrafes como: Japón, Vinatería, Puturrú de Foie, Ostrería, Bacalao, Grecia, Mariscos, Postres y Dulces…El resultado de nuestra calificación fue muy desigual. Unos puestos fueron catalogados como indecentes, como el dedicado a los postres, que ofrecía productos industriales de un nivel muy discutible. Los aceptables eran la mayor parte de ellos. Un nada memorable dispensador de sushi convive junto a varias paradas de montaditos que tampoco pasarán a la historia. Muy justitos de oferta vinatera todos ellos, con la excepción del digno rincón griego, donde junto a los bocados tradicionales de nuestros hermanos de mar, sirven un Santorini blanco que fue la sorpresa agradable en cuanto a caldos de toda la noche.  En el capítulo de destacados pudimos probar casi todo el repertorio dedicado al bacalao. Materia prima de calidad, propuestas no muy imaginativas pero de gran autenticidad. Por otro lado, el puesto monopolizado por nuestro amigo, el hígado de pato y oca, tampoco es conveniente pasarlo por alto, pero el mérito tampoco es mayúsculo tratándose del producto que trabajan. Nos quedamos con unas graciosas bañeritas repletas de un juguetón rissotto trufado con su dosis visible de foie y unas tiras de ciruela, preparadas al momento en un laborioso proceso a la vista del cliente. Una pena echar a faltar una botellita de Sauternes que habría redondeado en encuentro. Nuestros estómagos mediterráneos, haciendo gala de su enorme capacidad de almacenaje, protestaban ante cada viaje a los mostradores, porque aunque la decencia era general, esperaban algo más. Algo que tardó en llegar en forma de ostrería pero que, sin duda, mereció la pena.


La mañana dominguera la ocupó la expedición entre un pausado paseo por el retiro y alguna visita museística sin gran relevancia, en espera del gran acontecimiento del día, la visita a la exposición de Antonio López en el Thyssen, en la que vamos a centrar nuestras reflexiones. El caso es que a un servidor, desde que puso el pie en la primera de las salas, no le abandonó el recuerdo de las ostras sorbidas  en cantidades ingentes la noche anterior. Ni siquiera el generoso chocolate con porras de San Ginés había podido borrar su sabor de mi memoria. Pensando sobre el tema en el AVE de vuelta a la ribera del Ebro me surgieron nueve calificativos sobre la obra del de Tomelloso, que explican el porqué de la relación mental entre el delicado bocado y su obra.

El Reina Sofía propone cortes de carne muy sugerentes
1.      Esencial: tal calificación la podemos utilizar tanto al sabor de las ostras como a la obra del pintor. Encierran mensajes universales, fuera de toda referencia históricocultural, nacidos como expresiones íntimas y muy particulares. La sensación que percibe el comensal y el espectador es la de estar recibiendo en ambas experiencias sensitivas un grito de afirmación. El mundo cambia, se transforma, está sometido a vaivenes, a avances y retrocesos, pero la necesidad de afirmar la propia existencia más allá de su relación con el mundo y el entorno la percibimos claramente como mensaje. Una visión del mundo real en forma de paisaje urbano, nos sitúa ante nuestro entorno inmediato como espectadores ajenos a él. Es la toma de distancia que nos propone en el paladar el despliegue de sabores de la ostra. Recordándonos nuestro origen oceánico, como animales que una vez emergimos hacia las orillas y los secanos, nos ofrece a modo de síntesis todo el gusto del mar en un solo bocado.

2.      Autenticidad: Lo novedoso de ambas experiencias está en la falta de diferenciación entre el mensaje y el lenguaje que lo transmite. De manera natural ambos coinciden. El artista no refleja nada más allá que lo que muestra en el lienzo o el papel. Comprendiendo la pintura como un proceso, siempre inacabado de representación de la realidad tal cual se muestra, y en una lucha continua contra los artificios técnicos que falsean la percepción natural de los objetos. En el caso del bocado, este punto se aprecia con más claridad. La falta de combinación con otros alimentos, la ausencia de todo proceso manipulativo que altere su valor auténtico, hace que la propia materia prima sea la única protagonista.

Lo cotidiano se muestra con la crueldad de lo sincero.
Naturaleza muerta muy curiosa

3.      Calidad: La desmesura del valor del esfuerzo en un mundo todavía sometido a la cultura del pelotazo es un aspecto destacable por poco habitual. El compromiso del autor con su obra se muestra en la ingente cantidad de trabajo que vuelca generosamente sobre cada una de sus obras. Nunca satisfecho con un resultado final, siempre invirtiendo más y más esfuerzo en cada una, con una laboriosidad digna de un insecto. Las ostras alcanzan la calidad de una manera más brutal. Nos ofrecen lo más preciado que puede poseer un ser vivo, lo único que define verdaderamente a un animal, su ser y su existencia. La vida del animal desaparece justo en el momento en el que abre sus esencias para ofrecernos su alma. La vemos morir mientras su mensaje se desliza por el paladar. Calidad a precio nada barato, el esfuerzo de toda una vida en un caso, y la propia vida en el otro.

4.      Sinceridad: Sobretodo apreciamos esta característica en el gusto por mostrar las imperfecciones del mundo tal cual se presentan. En ambos casos existe un desprecio por el embellecimiento sin sentido. La belleza que se muestra en ellos es la belleza de lo verdadero. Suelos sucios de baldosines picados, frigoríficos con manchas como los de cualquier hijo de vecino, conchas con feas irregularidades y falta de simetrías. La potencia de los mensajes esenciales sólo se puede plantear desde el reflejo físico de la existencia real. Este es el mundo que yo habito, sea mi destartalada casa o mi recia y oscura concha.

5.      Pureza: En los dos casos esta cualidad se alcanza desde una propuesta de atemporalidad. Alejadas de las modas. Libres de sometimientos a referencias externas. El disfrute de su mensaje podría darse en cualquier momento histórico.

Un magistral bodegón se extiende ante una
mirada familiar

6.      Grandeza: poco hay que añadir aquí, dada la evidente vocación universal y eterna de los dos placeres. Se trasciende el interés por encandilar a un público contemporáneo. Este es mi mensaje, para ti y para los que vendrán después. Se suele definir la genialidad como aquella capacidad de superar los estilos imperantes en cada momento para lanzar una propuesta personal. Poco más se debe añadir, pues los cuadros que se suceden y las ostras que se amontonan en las bandejas no son comparables con ninguna de las propuestas, por moleculares o abstractas que sean, que se lanzan al mundo actual desde galerías y fogones.

7.      Simplicidad: Al escribir sobre este concepto se debe luchar contra la idea peyorativa que se tiene de él. Con simpleza queremos referirnos a aquella cualidad que presenta la tremenda complejidad del mundo de una manera natural y cruda. Lo habitual para complicar un mensaje suele ser la utilización de recursos técnicos, que hagan saltar al espectador o comensal del plano físico al metafísico (más allá de la física). Luces irreales que iluminan planos subjetivos, tratamiento de texturas en verdaderos laboratorios culinarios, deformaciones expresivas de la realidad, combinaciones imaginativas de ingredientes en busca de sorpresas… Y no es que el uso de estos recursos sea nada reprobable, todo lo contrario. El dominio de los mismos es el atributo más destacable de los grandes creadores. Pero los casos que hoy tratamos, destacan por no necesitar nada de esto para que la complejidad del mundo brille. La complejidad se agota en la propia generación del producto final. El esfuerzo antes descrito se encamina hacia una producción donde éste se disimule en una aprente inocencia que, intuimos, no lo es tanto.

Un giro de cuello, dos perspectivas.
Recurso de maestro

8.      Frescura: Las dos propuestas comparten una característica bastante curiosa. No resisten almacenajes ni enlatados. Se tratan de propuestas frescas, recientes. Necesitan una continua renovación. Se rebelan contra la vocación inmutable de museos y cámaras frigoríficas.

9.      Inocencia: Si concluimos con esta calificación común para ambas referencias es por la sonrisa inocente con la que concluimos la experiencia de su disfrute. Nos arranca inconscientemente un gesto infantil. La explicación a tal fenómeno creemos que puede estar en tres motivos. En primer lugar por la ausencia de interés por impresionar. Se trata de una obra y un bocado llenos de humildad. Del mismo modo se hace presente otra ausencia, la del interés por suavizar el mensaje. Ya se sabe de la crudeza con la que los niños transmiten sus mensajes. En estos casos el lenguaje es el mismo que el de la infancia. Y aquí llegamos a la tercera causa de la sensación de inocencia que nos transmiten, y es el notable desinterés por las consecuencias que puedan generarse al presentar un mensaje potente de manera tan directa.

Acumular fuerzas para el día es obligación del visitante
Chocolatería San Ginés, parecen oirse los ecos
de Valle Inclán exigiendo su vaso de agua a gritos

Hasta aquí exponemos lo más relevante que pudimos extraer de las andanzas de la expedición, pero no es ni mucho menos lo único. Otros lugares, de los que será difícil olvidarse, pueblan ya nuestros recuerdos. Algunos de ellos serán traídos aquí en su momento. Pero eso será en otra ocasión.
La noche dió para más, pero eso será otra historia
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