jueves, 1 de septiembre de 2011

Receta de Tortilla de Patata Vegana (Destierro para los economistas profesionales)


Receta de Tortilla de Patata Vegana (Destierro para los economistas profesionales)

Tortilla de patata vegana
Ingredientes (4 personas):

Cuatro patatas medianas
Una cebolla dulce D.O. Fuentes de Ebro
Aceite de Oliva Virgen Extra D.O. Bajo Aragón
Harina de garbanzo
Agua
Sal

Elaboración:

La realización de esta receta es muy similar a la de la tortilla convencional. Si se opta por hacerla con cebolla (en el caso de la tortilla vegana es recomendable para que el resultado no sea muy seco), comenzaremos pochándola a fuego muy suave para que vaya caramelizándose con sus azúcares. Cuando adquiera un color algo tostado añadiremos la patata, que habremos hervido antes en agua unos diez minutos, troceada al gusto (se recomienda algo más fina que en la tortilla tradicional). Cuando esté en su punto y se deshaga si la presionamos con la cuchara de madera, retiramos la sartén del fuego y eliminamos el aceite sobrante de la fritura.
En un cuenco dispondremos un vaso de agua templada al que le iremos añadiendo tanta harina como sea necesaria para que la mezcla adquiera una textura algo más ligera que la del huevo batido. Para rizar el rizo y evitar que el resultado final quede con sabor a harina cruda, se recomienda tostarla antes de mezclarla con el agua en una sartén sin aceite hasta que comience a cambiar de color. Salaremos al gusto y añadiremos la patata y la cebolla. Dejaremos reposar unos minutos para que se empape bien y pasaremos a la fase artística.
Con la sartén caliente y con un poco de aceite, verteremos la mezcla y removeremos para que la masa empiece a cuajar (esto facilitará el volteo posterior). Cuando la textura ya no sea líquida la dejaremos quieta sobre el fuego un par de minutos con el fuego más bajo. Daremos la vuelta a la tortilla con ayuda de un plato grande y llano y la dejaremos en el fuego hasta que se cuaje. Cada cual según sus gustos tortilleros, pero nuestro consejo es dejar el interior más bien crudito para que no quede seca.
Contra los economistas:
No podemos esconder el placer que hoy sentimos al escribir estas líneas. Y la razón es evidente, nos encanta hacer leña del árbol caído. Los argumentos que esgrimimos hoy aquí para justificar la necesidad de mandar al cuerno a los economistas, vienen avalados desgraciadamente por el rumbo de los acontecimientos. Dentro de los debates acerca de cómo debería organizarse la nueva Comunidad Mediterránea una idea que nadie ha puesto en tela de juicio es la pertinencia  del destierro forzoso de nuestra tierra a todo género de teórico de la economía. A modo de síntesis, vamos a enumerar las siete verdades que invalidan cualquier juicio basado en la llamada Ciencias Económicas.
1.      La catalogación de la Economía como una Ciencia es una falacia de primer orden. Suena duro, pero el funcionamiento de los profesionales de la economía a la hora de establecer sus teorías no responde en ningún caso a criterios de ninguno de los paradigmas científicos existentes.
Al menos desde nuestro mediterráneo Aristóteles, han sido muchos los pensadores que han intentado establecer un método científico serio y riguroso. Que si primacía de la razón, de la experiencia, criterios de autoridad, posicionamientos dogmáticos o utilitaristas, análisis sintéticos o analíticos… en fin, un lío monumental, pero ninguno de ellos nos parece tan pueril como el utilizado por los economistas actuales. El sistema es el siguiente: no tenemos ni idea de lo que puede venir en el futuro, no sabemos explicar lo que sucede en el presente, y los acontecimientos que ya no tienen solución los explicamos como fruto de unas situaciones que no hemos sido capaces de intuir, ni de valorar sus consecuencias. De este modo, un economista tiene una teoría para toda situación. Pero es la tozuda historia la que se encarga de superarla una vez tras otra. Las crisis cíclicas que ha sufrido el capitalismo desde su nacimiento no han sido jamás previstas por los economistas, aunque a toro pasado muchos de ellos traten de apuntarse el tanto de que ya anunciaban lo que se avecinaba. El mismo cuerpo gremial que dirige la economía hacia el abismo no cesa de aplicar sus teorías pseudocientíficas tanto cuando hunde el sistema como cuando trata de arreglarlo. Pensemos en cualquier otro caso profesional para ver la magnitud de su ineptitud.

2.      La impunidad del gremio de los economistas a la hora de asumir responsabilidades es insultante para el resto de los profesionales. Pongamos el caso de un médico que inicia un tratamiento erróneo con un paciente, que le está llevando a una situación crítica. Quién en sus cabales, conocido el error del galeno, confiaría la recuperación de la víctima al mismo doctor. Sería de locos. Pues este es el caso de los economistas. Un profesor que no enseña nada a sus alumnos perdería pronto su puesto de trabajo, un verdulero que ofrezca a su clientela productos en mal estado debería buscar un nuevo trabajo tras su descalabro empresarial, un piloto beodo sería sancionado duramente con la retirada de sus permisos, y así podemos continuar con todas las profesiones que podamos enumerar. ¿Todas? No. Los economistas profesionales son un caso especial. Tras la muerte de su enfermo, el analfabetismo de sus alumnos, la pudredumbre de sus hortalizas y el siniestro aeronaval; no sólo son los mismos que interpretan lo que ha salido mal, sino que son los mismos encargados de solucionar el desaguisado que han causado.

3.      El papel que el sistema actual otorga a la economía desvirtúa el ámbito de la política desdemocratizando la sociedad. Así, el propio sistema capitalista otorga un poder de decisión política a los magnates, con el argumento de que una decisión basada en términos económicos es neutra en términos políticos. Nada más lejos de la realidad. Percibimos una enorme carencia entre los teóricos de la economía, que es la falta de reflexión sobre los objetivos que debe perseguir la misma. Consideramos desde la Comunidad Mediterránea que la economía sólo debe tener un objetivo, que es el mismo que el del propio ser humano, la búsqueda de la felicidad y el máximo disfrute de los placeres del mundo. Los economicistas suelen ver el tema de otra manera. Más bien consideran el crecimiento como valor positivo sin tener en cuenta otros parámetros. Creemos que se trata de un error, y no porque no nos guste el crecimiento económico, pues casi ninguno queremos volver a las ramas del árbol del que una vez bajamos, sino, porque la ausencia de otras consideraciones hace perder su razón de ser al propio sistema productivo. Pongamos un ejemplo con el Chile de Pinochet. Decenas de economistas jovencitos engominados, recién salidos del horno de la afamada Escuela de Chicago, partieron hacia el sur. Las posibilidades que les ofrecía un régimen totalitario para el ensayo de sus teorías eran ilimitadas. Y así fue en términos económicos. El país reflejó un crecimiento enorme en términos macroeconómicos. Las teorías que Milton Friedman dictaba desde su púlpito se convertían en realidades. Pero la interpretación real debe hacerse de manera distinta. Una sociedad pisoteada, derechos humanos olvidados, miles de personas masacradas y la teoría económica eludiendo responsabilidades políticas. ¿Éxito económico? No. Lo que ocurrió fue un fracaso económico total, desde el momento en el que la economía olvida su cometido, que no es el del crecimiento ilimitado a toda costa, sino el de la satisfacción a todos los niveles del ser humano. El fracaso no pudo ser más rotundo.

4.      La economía se ha erigido como el argumento oculto defensor del nacionalismo excluyente
Que el nacionalismo está ligado, desde su nacimiento en el siglo XIX, a otros procesos históricos es algo comúnmente admitido por los estudiosos de la Historia. En primer lugar no se puede comprender su florecimiento fuera del contexto del colonialismo. Fueron los pensadores marxistas quienes primero advirtieron el fenómeno  imperialista como una necesidad del sistema capitalista. La búsqueda de nuevos mercados, materias primas, fuentes de energía y mano de obra barata se hacía necesaria en unas sociedades industrializadas que competían entre sí por el poder económico mundial. Nadie podía quedarse atrás en la aventura colonial. El propio fenómeno de la industrialización estuvo unido desde un principio a la ideología nacionalista. La creación de una clase burguesa que comparte unos mismos intereses y temores alienta el fortalecimiento de unos Estados nacionales que los defenderán de enemigos exteriores e interiores. Entre éstos, la competencia del mercado internacional y el crecimiento de un movimiento obrero cada vez más concienciado son los fantasmas que más asustan a una clase burguesa timorata y conservadora de su posición social privilegiada.
El romanticismo ayudo a crear una simbología, unos sentimientos y unas falsas justificaciones históricas que fomentaron el crecimiento de ésta ideología entre el pueblo. La prueba de que el nacionalismo había germinado en el seno de las clases menos pudientes la encontramos en su posición ante la Gran Guerra. El conflicto se generó de manera multicausal, pero ninguno de los factores en juego afectaba verdaderamente al trabajador como clase. De hecho, las ya por entonces agrupaciones de clase definían el conflicto en ciernes como un problema de intereses burgueses. Pero tristemente los intereses nacionales primaron sobre los de clase. Los trabajadores abandonaron su penosa vida en las fábricas y acudieron a unas sucias trincheras para defender sus banderas. Olvidando las luchas internacionalistas que hasta entonces habían llevado a cabo. Sagradas alianzas de clases antagónicas en defensa de Estados nada inocentes de imparcialidad.
Así que las razones económicas (industrialización e imperialismo) están en el corazón mismo de la creación de un nacionalismo que debe desaparecer, del mismo modo que llegó, de la mente del nuevo ciudadano mediterráneo.

5.      Quienes esgrimen argumentos definidos como tecnocrático-económicos son defensores de políticas conservadoras y/o totalitarias
Al igual que la posición de la persona fiel a alguna religión, el autodefinido como tecnócrata tiene un interés brutal en limpiar su conciencia. El creyente y el economicista, sabedores de la gran cantidad de pecados que cometen conscientemente, encuentran en dichas posiciones el perdón que sus conciencias no le dispensan. El caso del tecnócrata es además un atentado contra el sentido común insultante. El funcionamiento es el siguiente: tomo una medida económica concreta muy dura para la sociedad porque la Ciencia Económica la dicta, no porque responda a los intereses del grupo social y políticamente dominante. Desligar las posiciones económicas de la ideología es absurdo pero liberador. Calma los espíritus de quienes están colaborando con regímenes de terror. De hecho no encontramos posiciones económicas supuestamente desideologizadas en ninguna sociedad verdaderamente democrática.

6.      No hay mayor falsedad que definir el sistema económico mundial actual como globalizador y de libre mercado
Poco comentario merece tal afirmación. Dos son las principales realidades que desmienten la existencia de una economía mundial globalizadora bajo los principios liberales que se vienen pregonando desde, al menos, Adam Smith. Una de ellas es la proliferación de mercados comunes, que agrupando a varios Estados Nación, desarrollan una integración económica en el interior junto a la creación de férreas fronteras arancelarias para el exterior. La UE sería un paradigma de lo expuesto hasta aquí. Libre circulación de capitales y producción en su interior y unas políticas proteccionistas que influyen de manera determinante en los sistemas productivos ajenos a ella. Sobre todo el de países pobres cuyas economías nacionales dependen totalmente de sus exportaciones a este tipo de áreas.
La segunda gran mentira la encontramos en el irregular funcionamiento del libre mercado. Los clásicos del liberalismo destacaban las virtudes de un sistema donde la oferta y la demanda fueran los únicos factores a la hora de establecer los precios. Eso fue lo que se definió como mercado libre. Y se denominó así por no estar sujeto a las injerencias del Estado. Pero no sólo de él, sino también de cualquier agrupación, institución o grupo organizado que alterase el mercado. Es evidente que en el sistema de establecimiento de precios del mercado internacional, sobre todo el que afecta a materias primas y fuentes de energía (que es del que dependen las economías más débiles), la oferta y la demanda no son determinantes si las comparamos con la influencia que tienen organizaciones oscuras y fuera de todo control ciudadano.

7.      Si no se establecen nuevos objetivos ajenos a los meramente económicos para sistema productivo mundial, la Tierra se nos muere
No es el momento, por falta de espacio, de defender la necesidad urgente de crear una conciencia ecológica. Únicamente queremos destacar que en la creación de la Comunidad Mediterránea, el fomento de políticas medioambientales ocupa un lugar privilegiado. En especial en lo referente a la contaminación, prácticamente irreversible, de nuestro mar común.
Esta séptima afirmación es en realidad la que menos debe atacar al mundo de la Ciencia Económica, pues estamos convencidos de que las posiciones más respetuosas con el entorno, serán a largo plazo las más rentables económicamente. Pero la urgencia de lograr réditos económicos inmediatos es una característica de los sistemas pseudodemocráticos, basados en las tiranías electoralistas de unos partidos políticos nada comprometidos con el cuidado del planeta.

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