martes, 29 de noviembre de 2011

Postal de un viajero maño en San Sebastián

San Sebastián, memorias zaragozanas

El mar me esperaba ansioso por mostrarme sus secretos
La estrecha relación que ha tenido Zaragoza con San Sebastián en el pasado ha dejado impresa una huella afectiva en nuestro código genético. Basta con llegar, respirar su humedad y sentirse como en casa. El pasado golpea con fuerza. En tiempos no lejanos y ya olvidados, a causa del éxodo generalizado a Salou y aledaños, en la capital del Ebro se tenía como referencia vacacional la costa cantábrica, en especial la señorial donostiarra. El aire romántico de sus calles, la fuerza de su mar irredento, sus bailes estivales y su gusto por el buen beber y mejor comer eran alicientes suficientes para gentes de otra época. Llegó el boom inmobiliario y ya no bastó con disfrutar unos días de verano en el paraíso. Se debía tener un apartamento en él aunque fuese a costa de perder Donostia para siempre. Port Aventura sustituyó al parque del Monte Igueldo, Pachá y la Pineda Drink a las Salas de baile de los grandes Hoteles, las latas de conserva de marca blanca a los pintxos y la arena de La Pineda a la de la Concha, pero eso sí, con título de propiedad hipotecada en la mano. Un servidor ejerce y lo seguirá haciendo de mediterráneo, pero a cada cual lo suyo. Y no es este cambio hacia lo chabacano lo que más duele, sino el impacto que sobre la propia costa catalana imprimió la tendencia. Ya no hay sombra de la señorial Cambrils y sus villas modernistas. Cuesta encontrar un establecimiento donde no maltraten el arroz en una zona donde una vez  fueron maestros. El buen pescado sale de sus puertos hacia zonas civilizadas sin asomar apenas por sus lonjas. Es cierto que quedan reductos donde el iniciado puede rememorar lo que una vez brilló por su calidad y saber hacer, pero las hordas de bermudas con zapatos, jaurías de niños caprichosos y de jóvenes de hígados castigados acabarán con ellos si siguen proliferando. No es esta una entrada dedicada a Mare Nostrum, pero es que en estos días la geografía física no es la que manda. El espíritu aventurero, soñador, ácrata, desmedido y hedonista desmesurado se hace tan presente a orillas del cantábrico que bien parece que estuviésemos en la misma costa siciliana o en la del Peloponeso. 
Donostia, patria del pintxo orgulloso de serlo
 Así pues la cultura del apartamento lowcost muerde el sur tarraconense al ritmo que hace olvidar el apego a San Sebastián que una vez habitó el inconsciente colectivo zaragozano. Quizá eso hayan ganado los norteños. Sin saberlo han evitado la proliferación de enormes bloques de viviendas que devoran cualquier atisbo de autenticidad que se quiera conservar. Las sidrerías no sufrirán el proceso de degradación al que se ven sometidos los tradicionales asadores de calçots. Convertidos hoy en día en objetivo turístico y abarrotados a base de autobuses de turistas ansiosos por calzarse el babero, resisten aun con dignidad, pero serán devorados por la vulgaridad a buen seguro. Sólo es cuestión de tiempo.
Por eso, y no es cuestión de abusar, uno se deja caer por San Sebastián de vez en cuando para recordar aquello que dejamos en el camino en nuestra marcha hacia el dorado oeste. Un fin de semana en nuestra Bella Easo dio para una ingente labor de reparación histórica. Seis momentos vividos en cuarenta y ocho horas podrán mostrar al lector zaragozano la riqueza de una ciudad tan cercana, tan nuestra y tan olvidada. Si en algo ayudan estas líneas a volver a mirar con deseo a nuestra antigua amada, el objetivo estará más que cumplido.
1-      Cena en el Restaurante Oiantxiki en Urnieta (viernes noche)

Ensalada tibia de rape, langostinos y almejas

Cogote de merluza al orio

Lomos de merluza rellenos de changurro con salsa de piquillos
Antes de llegar al destino decidimos parar a cenar. Aprovechamos para detenernos en este pueblo a once kilómetros de San Sebastián. Sabíamos de la calidad y la maestría con la que tratan los pescados, pero nuestras mejores expectativas se quedaron muy cortas. Sentados en la enorme sala del restaurante se nos ofreció la carta como es habitual, pero decidimos por unanimidad desecharla para abrazar los platos que nos sugirieron. Compartimos para hacer tiempo una ensalada tibia de rape y langostinos y nos decidimos por la merluza para el principal. La probamos en su versión cogote a la brasa y rellena de txangurro. A cual mejor. La dificultad de acertar con el punto de la brasa fue superada con nota, además venía aderezada con un orio de aquí te espero, que logramos absorber a base de pan y más pan empapado en el espeso aceite templado. La versión rellena se salió del tópico y se elevó a categoría divina. Inexplicable interior jugoso de los lomos en perfecta armonía con las fibras desmenuzadas del centollo. El punto de contraste vino desde la navarra Lodosa en forma de salsa de pimientos. La alegría que nos provocó el mar esa noche todavía dejó sitio para apreciar dos postres de la tierra que nos evitaron la consabida cuajada. La Pantxineta (Hojaldre con espesa crema y almendras) y un pudin de queso, nueces y caramelo pusieron el colofón a una gran noche. Por cierto, el Oiantxiki es uno de los pocos lugares que te entienden cuando quieres disfrutar del postre y el café a la vez. Parece algo fácil pero hagan la prueba y verán.


Pudin de queso, nueces y caramelo

Pantxineta tradicional

2-      Navegación en velero por los alrededores de Donostia (Sábado por la mañana)

No se trata de aparentar esnobismo, nada más lejos. De hecho este paseo supuso mi bautismo de velero y a la vista del cuerpo que se me quedó, no sé si habrá muchas más oportunidades. Pero visto con la distancia de la tierra firme, es de justicia afirmar que la experiencia debería ser de obligado cumplimiento al menos una vez en la vida. Además si algo se hace por primera vez se debe de hacer a lo grande y ese fue sin duda el caso.
La suerte fue conocer un personaje como nuestro anfitrión. Pertenece a la casta de superhombres que se da cita diaria en La Concha para hacer deporte y contarse confidencias. Unos días partido de fútbol, otros de pelota utilizando en alto muro como frontón, un insólito tenis sobre arena, canoa, vela…ven pasar la vida a golpe de pala y remo. El sol de invierno curte y oscurece sus pieles y el ejercicio los hace fibrosos y resistentes como seres de otro mundo.
Dejamos atrás la Isla de Santa Clara con la proa hacia el mar abierto
Nuestro cicerone tiene amarrado el velero en mitad de la bahía. Parece increíble pero así es. Hasta él los machotes se acercan en barca o canoa y lo abordan, pero como iba un servidor, oriundo del secano de las Cinco Villas, el velero tuvo que acercarse al puerto viejo a recogerme. Con un par de pintxos en el cuerpo y tres biodraminas previsoras me avalancé sobre el barco desde el muelle cargado con las provisiones. Todo estaba dispuesto. Me fiaron el timón, enfilé hacia la isla de Santa Clara y de ahí al mar abierto. No tarde en sentir todas las fobias de las que había oído hablar y el cuerpo se me fue apocopando. El mar es para gente fuerte y allí pude comprobarlo. Disfruté del viento golpeando mi cara con la misma intensidad con la que sufrí a cada golpe del trinquete. Y por fin llegó la hora de la comida. Buscamos un lugar de cierto remanso, pero los catorce metros de eslora se balanceaban con furia. Puedo afirmar sin riesgo de error que es la primera vez que afronto una comida tan apetitosa con tan poca predisposición. Había decidido para la ocasión una montaña de pà amb tomaquet, un jamón bodeguero de la zona y un queso de oveja ahumado. Por si fuera poco el patrón se empeñó en freír huevos en alta mar.Montones de tabletas de buen chocolate cerraron un magnífico almuerzo. Lo cierto es que lo del jamón es algo mágico, pues lo cierto es que me asentó el cuerpo y aun me enganché a las rondas de Riojas Alavesas y Riberas del Duero que se alargaron hasta casi la puesta del sol. Una vez de vuelta al puerto tardé en ser consciente de que ya no vería el mar jamás del mismo modo. Había perdido la inocencia y a la vez había intimado con él hasta el punto de declararle mi amor absoluto e incondicional.

3-      Exposición de Javier Mariscal


(Sala Kubo-Kutxa. Exposición "Mariscal Bizi Poza!" de Javier Mariscal)

Ya en tierra y con el equilibrio recuperado las calles se iban llenando de ambiente con la caída del sol. Junto al orgulloso y selecto Kursal, en la sala Kubo-Kutxa, me aguardaba una sorpresita inesperada. Un icono para los amantes del Mediterráneo es sin duda el universo de Mariscal. El autor se expresa a través de un lenguaje personal, complejo en su intención pero sencillo en su manifestación, inocente y provocador a la vez. Encuentra placer en el riesgo y en la exploración a ciegas. El optimismo es el live motiv de su obra. Nos propone un vínculo con nuestra cultura mediterránea, y expone una  forma de entender el mundo y la vida con la que conectamos sin necesidad de artificios. La exposición repasa sus creaciones en todos los ámbitos: institucionales, comerciales, el mundo del cómic, las tipografías imposibles y como síntesis de todo su mundo, la participación junto a Fernando Trueba en su visión habanera donde sensualidad, ritmo, erotismo y brillo se disparan a cotas muy elevadas.
Borracho de color y curvas, y contento de mi reencuentro con el Cobi más de treinta años después, salimos del encuentro con Mariscal.

4-      Cena en la sidrería Lizeaga


Jugosa tortilla de bacalao

Lomos de bacalao bajo mar de pimientos y cebolla

Chuleta a la brasa con el punto exacto
La noche prometía por la cita que teníamos en la legendaria Astigarraga. Localidad vecina a Donostia y famosa por la densidad de sidrerías tradicionales que atesora. Sabíamos que estábamos fuera de temporada, pero alguna de las populacheras seguía con las puertas abiertas. El panorama no era muy alagüeño porque las más grandes y famosas estaban cerradas. Lizeaga rezaba sobre un pequeño letrero la elegida. Un local muy pequeño dejaba ver algo de luz a través de sus cristaleras, así que casi derrapando entramos en el aparcamiento y nos abalanzamos a su interior. Allí nada estaba dispuesto para impresionar a la galería. Se comía sentado y la sidra era artesanal pero embotellada. El saludo venía acompañado de chorizo a la sidra, barra de pan y botellas de sidra. De ahí a la consabida tortilla de bacalao, que resultó ser lo más acertado de la cena. Siguieron las piezas de bacalao con pimiento y cebolla. Se trataban de enormes piezas de lomo con el desalado justo (escaso, como debe ser). La chuleta generosa como siempre y al punto (podían haberse ahorrado el fileteado). Por último el postre tradicional no se salió del guión establecido. Idiazábal, membrillo, nueces y tejas de Tolosa. Siempre es un placer saber que hay cosas que funcionan bien y que no van a cambiar. La sidra y las buenas compañías pusieron el resto. La noche acabó entre burbujas de manzana y cánticos taberneros.
 
5-      Exposición Federico Fellini, El circo de las ilusiones,  en el Museo de San Telmo (http://www.santelmomuseoa.com/index.php?option=com_flexicontent&view=items&id=5345&cid=0&Itemid=111&lang=es)


La mañana se despertó gris y el sol no llegaba a arrancar la niebla que todo lo calaba. Así que el grupo se dividió según los intereses particulares. Como el callejeo por la zona vieja me había resultado escaso, decidí desaparecer con disimulo para poder perderme por las callejas. Como había oído que ya habían abierto el Museo de San Telmo tras unas obras eternas, decidí a cercarme hasta él. La exposición permanente no es que me interesaba mucho. Los orígenes históricos de las civilizaciones siempre me han resultado interesados y manipulados, así que mi curiosidad iba más dirigida al edificio en sí. Pero sorpresa. Al llegar a la puerta del Museo, el cartel anunciaba la prórroga de una exposición a causa de la gran aceptación de público. Nada menos que sobre Fellini. De nuevo el Mediterráneo está de moda en el Norte. A un lado Mariscal y a otro Fellini en genial y surrealista diálogo. La exposición se adentra en el universo del cineasta italiano a través de fotografías, dibujos, revistas, cómicas, carteles, entrevistas y extractos de filmes, algunos de ellos inéditos. Materiales diversos que captan la atención del espectador desde el principio. El recorrido trazado nos ofrece una panorámica de su universo personal. La sociedad italiana de los años cincuenta y sesenta aparece reflejada con todas sus luces y sombras. La época del glamour y los espectáculos del renacimiento cultural romano de posguerra se vive a través de las imágenes. Hijo de su tiempo, se eleva sobre él en su genialidad. Mensajes universales tratados desde su realidad inmediata. Como detalles destacables hay que mencionar el análisis del primer plano de La Dolce Vita con el helicóptero portando la imagen marmórea de un Cristo en majestad sobrevolando la pícara y pecaminosa Roma, y la historia del beso que no fue tal en la escena manida de la Fontana de Trevi. Curiosa panorámica de una Italia demasiado olvidada en tiempos de pesimismo y crisis moral.

6-      Tapeo por la zona vieja y comida en La Perla

La croqueta de pistachos dejó en mí una huella imborrable

Salir con Fellini en las retinas me hizo fácil emprender la siguiente tarea de la agenda, ronda de pintxos. El espíritu preparado para el exceso y el paladar ávido de sensaciones el grupo se recompuso y el camino hacia las barras fue trazado a golpe de intuición. Como resumen diré que ninguna de ellas falló. Presentaciones originales, productos de primera y elaboraciones en el momento hacen de los pintxos donostiarras una división superior. Esto es profesionalismo. Y si destacable es lo que se ofrece desde los mostradores todavía lo es más el ambiente que se encuentra en el interior de los locales. Mi memoria fallaría si he de nombrar todo lo que probé. Lo más destacable fueron las croquetas de pistachos de las que di cuenta en un bar de la Plaza de la Constitución y una crêpe de hongos en el sport. El resto consistió en una sucesión de pequeños manjares regados ora con txacolí, ora con crianzas de la Rioja Alavesa. Una pena que el Erquicia estuviese cerrado un domingo por la mañana porque a uno siempre le gusta dar una vuelta por el ambiente cinematográfico de San Sebastián, y ahí se conserva el espíritu festivalero durante todo el año.
Tampoco era cuestión de abusar porque la cita para el regreso a la capital de Ebro era en el comedor-rotonda de La Perla en plena Concha, y además de la mejor tortilla de patata de la ciudad pensaba probar algunos de los platos de los que había oído hablar. La conclusión fue unánime. No estaba mal pero fue mucho más valorado el entorno y las vistas panorámicas de la bahía que el yantar. Unos Fetuccini con jamón ibérico y una alitas de pollo con jengibre, salsa de soja reducida y alioli suave, comidos ya sin mucho apetito y ahogados a base de Rioja pusieron el punto y final al fin de semana en San Sebastián.

Reflexión: cultura, aventura, gastronomía y mucho mar me han puesto las pilas para encarar las futuras medidas que nuestro gobierno nos va a encajar a base de bien. Pero como tantas veces la buena compañía y los anfitriones que se desvivieron por nosotros son los aspectos que jamás se podrán olvidar. Gracias San Sebastián y gracias donostiarras. No importará mucho pero sabed que habéis hecho feliz a un corazón mediterráneo.

1 comentario:

Cecilia dijo...

¡Qué viaje más redondo!. Así ¡cómo no moverse, cambiar de aires, de barras, de mesas, ...!. ¡Qué gusto!. En mi próxima visita a Easo voy a seguir tus pasos...¡ hace días que no voy por esos terruños!. Merci