martes, 19 de abril de 2011

Receta de Arroz con Leche y Fruta fresca (Yo maté a Donald)

Receta de Arroz con Leche y Fruta fresca (Yo maté a Donald)

La cremosidad y el caramelo nos lo sugirió Casa Lucio
Disponer de soplete o plancha de metal evita el trabajo de horno

Receta de Arroz con Leche y Frutas



Arrocito del Delta del Ebro

Mientras no haya trasvase seguiremos disfrutando

Producto de Tauste, consumo de proximidad

Para la cocina, la leche de cabra aporta una grasa que facilita la labor

Ingredientes (4 personas)

150 gramos de Arroz
1 litro y cuarto (cinco vasos) de leche entera
Una rama de Canela
Corteza de limón
Cuatro cucharadas colmadas de Azúcar
Ocho Fresones de Huelva
Un Melocotón de Calanda
Un Plátano de Canarias

¿Banana? ¿Eso qué es? teniendo esto...

Islas afortunadas, por algo tenía que ser

Oímos los bombos y saboreamos sus frutos

Aragón calidad

Fesón onuvense, como debe ser

Aromas de novela de juventud


Elaboración

En primer lugar calentaremos la leche en un cazo hasta ponerla humeante. Agregaremos la rama de canela y la corteza de medio limón entera. La idea es que se puedan retirar ambos ingredientes al final de la preparación. Verteremos el arroz en el cazo y removeremos durante la cocción con la idea de que extraiga el almidón. Con el almidón y la escasa cantidad de leche, conseguiremos un punto muy cremoso. Media hora después el arroz debe presentar una textura gordita, pues el objetivo es que pueda envolver a las frutas y no quede líquido.

Así nos quedó, fresquita y colorida


Con el arroz en su punto, pasaremos a retirar la canela y el limón y distribuiremos la mezcla en unos recipientes aptos para horno. Cortaremos las frutas en daditos y las mezclaremos con la preparación. Sobre el conjunto espolvorearemos el azúcar sobre cada uno de los recipientes de manera que quede bien repartido por la superficie de cada uno.

Con el horno preparado para gratinar introduciremos los recipientes un par de minutos, hasta que el azúcar haya adquirido un color tostado y costroso. Dejaremos atemperar a temperatura ambiente y tomaremos una decisión. Servir templado o introducir un par de horas en el frigo. Ésta suele ser nuestra opción.

Presentación más cuidada para sibaritas


La originalidad de un postre tan clásico la logramos no sólo con los tropezones de fruta, sino con la idea de no endulzar el arroz, sustituyendo el azucarado tradicional por una costra crujiente, para que cada comensal decida la cantidad de caramelo que debe acompañar a cada cucharada.

Presentación vanguardista para modernos


Yo maté a Donald (Inicio de un relato negro que en nada debe parecerse a la realidad….digo)

Aquel plan no tenía fisuras, pensaba Abdulá mientras ponía el cazo de leche a calentar sobre el fuego. De hecho, todo en su vida se había desarrollado según lo programado en alguno de sus planes. Era difícil para un joven saharaui dejar que la suerte dirigiera su destino. Desde pequeño aprendió a plantearse objetivos reales que fue cumpliendo uno tras otro hasta llegar donde estaba. Terminar la primaria en los campamentos argelinos como alumno destacado fue una de sus primeras metas. Mirando como comenzaba a burbujear la leche formando una capa de nata en la superficie, se vio ordeñando las dos cabras que criaban en la jaima. Recitaba las tablas de multiplicar a cada apretón de las ubres. Resultaba un niño extraño para todos, pues sustituía los juegos infantiles por otras ocupaciones que extrañaban a propios y a extraños. Pasaba Abdulá largas tardes sentado cerca del grupo de hombres que se reunía en torno a una mesa de té, escuchando sus conversaciones sobre tiempos pasados y esperanzas futuras. Así fue como aprendió a esquivar desde niño los envites del presente. Con los años se dio cuenta de que aquellas conversaciones siempre terminaban en nada y que no podían aportarle nada nuevo a su carácter, así que cada vez con más frecuencia fue sustituyendo las horas de menta y azúcar por otras mucho más placenteras. Sin alejarse mucho de la colorida melfa de su madre, se introdujo discretamente y de manera gradual en el lugar donde verdaderamente aprendió a conocerse a sí mismo: la cocina. Desde por la mañana las cocinas saharauis tenían una vida ajetreada y divertida. Frente al ritmo lento y monótono de las reuniones de los hombres del barrio, las casetas que hacían de alacena y cocina parecían siempre un lugar festivo. Cualquier cosa podía suceder. Las visitas inesperadas a cualquier hora, las conversaciones picaronas y los chismes eran habituales en aquel lugar. El precio a pagar por aquella licencia era caro, pero valía la pena. Las mujeres aceptaron de buen grado su compañía, pero a cambio una serie de arduas tareas  pasaron a formar parte de su quehacer diario. Acudir al mercado a por las compras de su casa y de todas las de las vecinas. Era cansado hacer de repartidor, pero la satisfacción que le dio intimar con toda suerte de vendedores y comerciantes le compensó el cansancio. La tarea más dura era ir a por agua a la fuente. Tras dos kilómetros de camino bajo el sol y la cotidiana pelea por el sitio en la larga cola, le tocaba regresar cargado con varias garrafas. Hoy reconocía como un privilegio el hecho de haber sido aceptado en aquel círculo femenino, pues ahí aprendió los asuntos importantes de la vida y extrajo una enseñanza que dirigió sus pasos hasta entonces. En la vida todo es relativo menos el presente. El pasado no era muy útil y el futuro solo generaba frustración. El mundo masculino se aferraba a ellos ignorando el único lugar donde se podía hallar algún momento de felicidad: el presente. Era allí donde encontró el mundo femenino, la preocupación por la comida, la ropa, lo cotidiano, la salud. Mundos ocultos para un niño que se le abrieron como un abanico ante sus grandes y oscuros ojos. Abdulá apuró el vaso de leche tibia tremendamente azucarada que le trajo a la mente a su madre obligándole a beberse uno parecido cada noche, para apaciguar los malos pensamientos y atraer los sueños infantiles.

Campamento saharaui en el desierto argelino


Donald, sabedor de que todo el mundo estaba esperando en posición de firmes bajo la escalinata del avión, se resistió unos minutos sentado en su sillón antes de bajar. Entregó su maletín y su portátil a uno de sus ayudantes y con gesto cansado se enderezó. En los últimos años le costaba erguir la espalda, se reconocía en la imagen que conservaba de su padre. Tras una larga carrera como piloto vino un retiro profesional que coincidió con una decadencia física notable. La enorme musculatura del militar se tornó pronto en grandes pellejos que colgaban de sus brazos y piernas, la vista necesitó de repente la ayuda de unos gruesos lentes y la espalda se le fue inclinando hacia delante, ofreciendo la imagen de un anciano. La inactividad pasaba factura y últimamente veía cómo su cuerpo reflejaba el hecho de su pérdida de poder. Tras haber ocupado importantísimos cargos políticos en todos los gobiernos republicanos desde que el presidente Nixon lo ascendiera al parnaso político, le llegaban ahora unos años donde el nuevo presidente demócrata no solo le apartó del poder, aquello podía comprenderlo, sino que logró que una nube de ostracismo se cerniese sobre él. Le señaló como uno de los culpables de la situación de crisis actual y logró que hasta sus más fieles correligionarios le diesen la espalda.

Abdulá se relacionaba con toda clase de comerciantes...

Olimpo del poder, el corazón de la bestia


Al asomarse por la puerta de la escalerilla el sol cegó sus ojos. Conocía el sol español, pero en Madrid no brillaba como en el Mediterráneo. Ante la escalera y con una larga fila de personalidades esperando su descenso vino un reflejo del pasado a su mente. Últimamente aquel recuerdo se repetía con demasiada frecuencia. Se vio saliendo a la calle desde el Aula Magna de Princeton en un día igualmente soleado. Era su graduación. Abajo esperaba serio su padre vestido con el uniforme de gala. Ninguno de los dos dijo nada durante la comida de celebración, pero ambos sabían que ese día comenzaba una nueva vida para Donald. Tuvo que elegir y lo hizo. Continuar con la vida libertina que se había permitido hasta entonces o virar hacia la carrera seria que le esperaba en el mundo de la política y los negocios. No era fácil la elección y no fue el ansia de poder y dinero lo que le hizo inclinarse por su brillante futura carrera. Las largas noches de estudio y sacrificio que había invertido en la Universidad le enseñaron que el orden y el cumplimiento del deber tenían su lado positivo. Tras unos años de dudas y miedos adolescentes, la rigidez del trabajo y la obediencia a unas normas incuestionables le apaciguaban el alma. Experiencias con el alcohol, las drogas, los escarceos con las chicas e incluso alguna muy satisfactoria relación con otros jovencitos, lejos de ofrecerle momentos de felicidad le atormentaban con sentimientos de culpa, de pecado y de inseguridad. No era el camino que quería. La disciplina impuesta en el hogar a base de severidad y austeridad, los honores académicos logrados con penurias y esfuerzo le daban por fin lo que anhelaba su espíritu, calma y serenidad. El saber en todo momento que se hace lo correcto sin cuestionarse su moralidad fue la cualidad que le hizo recorrer a gran velocidad el camino de ascenso al poder. Bajó las escaleras y con un rápido y marcial saludo ignoró a toda la plana mayor de dirigentes locales y de la embajada que alineados esperaban al magnate. Se introdujo en el blindado negro que esperaba al final de la alfombra roja y se sumió de nuevo en sus pensamientos.

Tomó una decisión en su juventud...
...el camino severo le alejó de la duda

3 comentarios:

Pakiba dijo...

Nos has documentado muy bien y además nos has puesto una receta muy buena. Yo hago el arroz con leche solo,sin la fruta, pues con ella no les gusta . Puede que me lo haga para mi tal como lo sugieres tú.

Un beso.

Doña Bostezos dijo...

Deliciosa entrada llena de ingredientes apetecibles y degustables..
Besitos de coco

Teresa en "Casa Tere" dijo...

Sois especialistas en buenas entradas ....... curiosas y largas..... y el arrocito de vicio!!!