martes, 13 de septiembre de 2011

Antonio López y las ostras

Antonio López y las ostras

Lenguaje esencial, directo, ingenuo, laborioso y atemporal.
Manifiesto http://www.lagallinaciega.com/ de intenciones
encabezado por Antonio López
Tengo la tradicional, y poco ecológica, costumbre de arrojar a la última papelera que veo en mi visita a una ciudad, el plano que he utilizado para conducirme por ella con cierta agilidad. Por ello, en la Estación de Atocha, junto a envoltorios de bocadillos, colillas consumidas, billetes gastados y demás porquería, los servicios de limpieza del Ayuntamiento capitalino retiraron aquella noche de domingo un ajado plano lleno de flechas y anotaciones. Entre las cruces que destacan chocolaterías, bares de tapas, centros de exposiciones y rutas callejeras de lo más variopinto, destaca una línea roja que une el Mercado de San Antón, en el corazón de Chueca y el Museo Thyssen, enfrentado al Rey de las Profundidades, Neptuno. Sobre ella reza “camino de la infancia”, y ésa es la sensación que me asaltó al visitar ambos lugares.

Esencia del mar. Nuestro medio primigenio del que un día emergimos.
Su sabor nos rememora el momento
Que la obra de Antonio López, un austero pintor del duro interior peninsular, y unas enormes ostras gallegas, tomadas en el secano madrileño, agiten el alma de tres mediterráneos confesos, es algo maravilloso. Llegada la noche del sábado, los miembros de la expedición zaragozana decidimos ir a comprobar si eran ciertas las valoraciones magníficas, que nos habían ofrecido, sobre las excelencias del nuevo Mercado de Chueca. Se trata del concepto de comercio de alta gama en el que puedes consumir a modo de taberna los productos que adquieres en los puestos. Y el tema no está mal llevado, pero para ser honestos nos sonó un tanto tópico y a un nivel notablemente inferior que el que se puede encontrar en el Mercado de San Miguel, cerca de la Plaza Mayor, con más experiencia, recorrido y ambiente. El subsuelo del complejo está ocupado por un supermercado (Supercor), lo que mata gran parte del glamour que pretende. La planta baja está ocupada por puestos, más o menos, gourmet muy bien presentados y con unos expositores tratados con un gusto exquisito. La planta dedicada a la degustación in situ de los productos es la primera. Los puestos y una alargada sala de exposiciones se suceden ante un enorme patio con vistas a la colorida planta baja. El ambiente es bullicioso y sobrecargado a causa de la angostura del pasillo que sirve de comedor, pero la reciente apertura de una terraza donde se puede salir libremente con la comida lo desahoga. La tercera y última planta está dedicada a un sobrevalorado y muy mono restaurante de raciones presentadas como verdaderas elaboraciones culinarias, y a una terraza enorme en la que se puede disfrutar de un buen gin tónic bajo el manto de las apagadas estrellas que se intuyen en el cielo madrileño.

La clientela se agolpa, copa en mano, en el angosto
pasillo del Mercado de San Antón

Las propuestas son para todos los gustos

Vista del patio central desde la primera planta
Obligados estábamos los expedicionarios a catar todas las propuestas que allí se presentaban bajo epígrafes como: Japón, Vinatería, Puturrú de Foie, Ostrería, Bacalao, Grecia, Mariscos, Postres y Dulces…El resultado de nuestra calificación fue muy desigual. Unos puestos fueron catalogados como indecentes, como el dedicado a los postres, que ofrecía productos industriales de un nivel muy discutible. Los aceptables eran la mayor parte de ellos. Un nada memorable dispensador de sushi convive junto a varias paradas de montaditos que tampoco pasarán a la historia. Muy justitos de oferta vinatera todos ellos, con la excepción del digno rincón griego, donde junto a los bocados tradicionales de nuestros hermanos de mar, sirven un Santorini blanco que fue la sorpresa agradable en cuanto a caldos de toda la noche.  En el capítulo de destacados pudimos probar casi todo el repertorio dedicado al bacalao. Materia prima de calidad, propuestas no muy imaginativas pero de gran autenticidad. Por otro lado, el puesto monopolizado por nuestro amigo, el hígado de pato y oca, tampoco es conveniente pasarlo por alto, pero el mérito tampoco es mayúsculo tratándose del producto que trabajan. Nos quedamos con unas graciosas bañeritas repletas de un juguetón rissotto trufado con su dosis visible de foie y unas tiras de ciruela, preparadas al momento en un laborioso proceso a la vista del cliente. Una pena echar a faltar una botellita de Sauternes que habría redondeado en encuentro. Nuestros estómagos mediterráneos, haciendo gala de su enorme capacidad de almacenaje, protestaban ante cada viaje a los mostradores, porque aunque la decencia era general, esperaban algo más. Algo que tardó en llegar en forma de ostrería pero que, sin duda, mereció la pena.


La mañana dominguera la ocupó la expedición entre un pausado paseo por el retiro y alguna visita museística sin gran relevancia, en espera del gran acontecimiento del día, la visita a la exposición de Antonio López en el Thyssen, en la que vamos a centrar nuestras reflexiones. El caso es que a un servidor, desde que puso el pie en la primera de las salas, no le abandonó el recuerdo de las ostras sorbidas  en cantidades ingentes la noche anterior. Ni siquiera el generoso chocolate con porras de San Ginés había podido borrar su sabor de mi memoria. Pensando sobre el tema en el AVE de vuelta a la ribera del Ebro me surgieron nueve calificativos sobre la obra del de Tomelloso, que explican el porqué de la relación mental entre el delicado bocado y su obra.

El Reina Sofía propone cortes de carne muy sugerentes
1.      Esencial: tal calificación la podemos utilizar tanto al sabor de las ostras como a la obra del pintor. Encierran mensajes universales, fuera de toda referencia históricocultural, nacidos como expresiones íntimas y muy particulares. La sensación que percibe el comensal y el espectador es la de estar recibiendo en ambas experiencias sensitivas un grito de afirmación. El mundo cambia, se transforma, está sometido a vaivenes, a avances y retrocesos, pero la necesidad de afirmar la propia existencia más allá de su relación con el mundo y el entorno la percibimos claramente como mensaje. Una visión del mundo real en forma de paisaje urbano, nos sitúa ante nuestro entorno inmediato como espectadores ajenos a él. Es la toma de distancia que nos propone en el paladar el despliegue de sabores de la ostra. Recordándonos nuestro origen oceánico, como animales que una vez emergimos hacia las orillas y los secanos, nos ofrece a modo de síntesis todo el gusto del mar en un solo bocado.

2.      Autenticidad: Lo novedoso de ambas experiencias está en la falta de diferenciación entre el mensaje y el lenguaje que lo transmite. De manera natural ambos coinciden. El artista no refleja nada más allá que lo que muestra en el lienzo o el papel. Comprendiendo la pintura como un proceso, siempre inacabado de representación de la realidad tal cual se muestra, y en una lucha continua contra los artificios técnicos que falsean la percepción natural de los objetos. En el caso del bocado, este punto se aprecia con más claridad. La falta de combinación con otros alimentos, la ausencia de todo proceso manipulativo que altere su valor auténtico, hace que la propia materia prima sea la única protagonista.

Lo cotidiano se muestra con la crueldad de lo sincero.
Naturaleza muerta muy curiosa

3.      Calidad: La desmesura del valor del esfuerzo en un mundo todavía sometido a la cultura del pelotazo es un aspecto destacable por poco habitual. El compromiso del autor con su obra se muestra en la ingente cantidad de trabajo que vuelca generosamente sobre cada una de sus obras. Nunca satisfecho con un resultado final, siempre invirtiendo más y más esfuerzo en cada una, con una laboriosidad digna de un insecto. Las ostras alcanzan la calidad de una manera más brutal. Nos ofrecen lo más preciado que puede poseer un ser vivo, lo único que define verdaderamente a un animal, su ser y su existencia. La vida del animal desaparece justo en el momento en el que abre sus esencias para ofrecernos su alma. La vemos morir mientras su mensaje se desliza por el paladar. Calidad a precio nada barato, el esfuerzo de toda una vida en un caso, y la propia vida en el otro.

4.      Sinceridad: Sobretodo apreciamos esta característica en el gusto por mostrar las imperfecciones del mundo tal cual se presentan. En ambos casos existe un desprecio por el embellecimiento sin sentido. La belleza que se muestra en ellos es la belleza de lo verdadero. Suelos sucios de baldosines picados, frigoríficos con manchas como los de cualquier hijo de vecino, conchas con feas irregularidades y falta de simetrías. La potencia de los mensajes esenciales sólo se puede plantear desde el reflejo físico de la existencia real. Este es el mundo que yo habito, sea mi destartalada casa o mi recia y oscura concha.

5.      Pureza: En los dos casos esta cualidad se alcanza desde una propuesta de atemporalidad. Alejadas de las modas. Libres de sometimientos a referencias externas. El disfrute de su mensaje podría darse en cualquier momento histórico.

Un magistral bodegón se extiende ante una
mirada familiar

6.      Grandeza: poco hay que añadir aquí, dada la evidente vocación universal y eterna de los dos placeres. Se trasciende el interés por encandilar a un público contemporáneo. Este es mi mensaje, para ti y para los que vendrán después. Se suele definir la genialidad como aquella capacidad de superar los estilos imperantes en cada momento para lanzar una propuesta personal. Poco más se debe añadir, pues los cuadros que se suceden y las ostras que se amontonan en las bandejas no son comparables con ninguna de las propuestas, por moleculares o abstractas que sean, que se lanzan al mundo actual desde galerías y fogones.

7.      Simplicidad: Al escribir sobre este concepto se debe luchar contra la idea peyorativa que se tiene de él. Con simpleza queremos referirnos a aquella cualidad que presenta la tremenda complejidad del mundo de una manera natural y cruda. Lo habitual para complicar un mensaje suele ser la utilización de recursos técnicos, que hagan saltar al espectador o comensal del plano físico al metafísico (más allá de la física). Luces irreales que iluminan planos subjetivos, tratamiento de texturas en verdaderos laboratorios culinarios, deformaciones expresivas de la realidad, combinaciones imaginativas de ingredientes en busca de sorpresas… Y no es que el uso de estos recursos sea nada reprobable, todo lo contrario. El dominio de los mismos es el atributo más destacable de los grandes creadores. Pero los casos que hoy tratamos, destacan por no necesitar nada de esto para que la complejidad del mundo brille. La complejidad se agota en la propia generación del producto final. El esfuerzo antes descrito se encamina hacia una producción donde éste se disimule en una aprente inocencia que, intuimos, no lo es tanto.

Un giro de cuello, dos perspectivas.
Recurso de maestro

8.      Frescura: Las dos propuestas comparten una característica bastante curiosa. No resisten almacenajes ni enlatados. Se tratan de propuestas frescas, recientes. Necesitan una continua renovación. Se rebelan contra la vocación inmutable de museos y cámaras frigoríficas.

9.      Inocencia: Si concluimos con esta calificación común para ambas referencias es por la sonrisa inocente con la que concluimos la experiencia de su disfrute. Nos arranca inconscientemente un gesto infantil. La explicación a tal fenómeno creemos que puede estar en tres motivos. En primer lugar por la ausencia de interés por impresionar. Se trata de una obra y un bocado llenos de humildad. Del mismo modo se hace presente otra ausencia, la del interés por suavizar el mensaje. Ya se sabe de la crudeza con la que los niños transmiten sus mensajes. En estos casos el lenguaje es el mismo que el de la infancia. Y aquí llegamos a la tercera causa de la sensación de inocencia que nos transmiten, y es el notable desinterés por las consecuencias que puedan generarse al presentar un mensaje potente de manera tan directa.

Acumular fuerzas para el día es obligación del visitante
Chocolatería San Ginés, parecen oirse los ecos
de Valle Inclán exigiendo su vaso de agua a gritos

Hasta aquí exponemos lo más relevante que pudimos extraer de las andanzas de la expedición, pero no es ni mucho menos lo único. Otros lugares, de los que será difícil olvidarse, pueblan ya nuestros recuerdos. Algunos de ellos serán traídos aquí en su momento. Pero eso será en otra ocasión.
La noche dió para más, pero eso será otra historia
http://es-es.facebook.com/pages/El-Perro-de-la-Parte-de-Atr%C3%A1s-del-Coche/127192645986

1 comentario:

Lia Cice dijo...

¡Qué envidia de expedición!. Me han entrado unas ganas terribles de visitar los madriles y empaparme de arte, sabrosuras, chulería de chulapas y golferías varias!. Un poco de todo nos habéis traído. Gracias