martes, 29 de noviembre de 2011

Postal de un viajero maño en San Sebastián

San Sebastián, memorias zaragozanas

El mar me esperaba ansioso por mostrarme sus secretos
La estrecha relación que ha tenido Zaragoza con San Sebastián en el pasado ha dejado impresa una huella afectiva en nuestro código genético. Basta con llegar, respirar su humedad y sentirse como en casa. El pasado golpea con fuerza. En tiempos no lejanos y ya olvidados, a causa del éxodo generalizado a Salou y aledaños, en la capital del Ebro se tenía como referencia vacacional la costa cantábrica, en especial la señorial donostiarra. El aire romántico de sus calles, la fuerza de su mar irredento, sus bailes estivales y su gusto por el buen beber y mejor comer eran alicientes suficientes para gentes de otra época. Llegó el boom inmobiliario y ya no bastó con disfrutar unos días de verano en el paraíso. Se debía tener un apartamento en él aunque fuese a costa de perder Donostia para siempre. Port Aventura sustituyó al parque del Monte Igueldo, Pachá y la Pineda Drink a las Salas de baile de los grandes Hoteles, las latas de conserva de marca blanca a los pintxos y la arena de La Pineda a la de la Concha, pero eso sí, con título de propiedad hipotecada en la mano. Un servidor ejerce y lo seguirá haciendo de mediterráneo, pero a cada cual lo suyo. Y no es este cambio hacia lo chabacano lo que más duele, sino el impacto que sobre la propia costa catalana imprimió la tendencia. Ya no hay sombra de la señorial Cambrils y sus villas modernistas. Cuesta encontrar un establecimiento donde no maltraten el arroz en una zona donde una vez  fueron maestros. El buen pescado sale de sus puertos hacia zonas civilizadas sin asomar apenas por sus lonjas. Es cierto que quedan reductos donde el iniciado puede rememorar lo que una vez brilló por su calidad y saber hacer, pero las hordas de bermudas con zapatos, jaurías de niños caprichosos y de jóvenes de hígados castigados acabarán con ellos si siguen proliferando. No es esta una entrada dedicada a Mare Nostrum, pero es que en estos días la geografía física no es la que manda. El espíritu aventurero, soñador, ácrata, desmedido y hedonista desmesurado se hace tan presente a orillas del cantábrico que bien parece que estuviésemos en la misma costa siciliana o en la del Peloponeso. 
Donostia, patria del pintxo orgulloso de serlo
 Así pues la cultura del apartamento lowcost muerde el sur tarraconense al ritmo que hace olvidar el apego a San Sebastián que una vez habitó el inconsciente colectivo zaragozano. Quizá eso hayan ganado los norteños. Sin saberlo han evitado la proliferación de enormes bloques de viviendas que devoran cualquier atisbo de autenticidad que se quiera conservar. Las sidrerías no sufrirán el proceso de degradación al que se ven sometidos los tradicionales asadores de calçots. Convertidos hoy en día en objetivo turístico y abarrotados a base de autobuses de turistas ansiosos por calzarse el babero, resisten aun con dignidad, pero serán devorados por la vulgaridad a buen seguro. Sólo es cuestión de tiempo.
Por eso, y no es cuestión de abusar, uno se deja caer por San Sebastián de vez en cuando para recordar aquello que dejamos en el camino en nuestra marcha hacia el dorado oeste. Un fin de semana en nuestra Bella Easo dio para una ingente labor de reparación histórica. Seis momentos vividos en cuarenta y ocho horas podrán mostrar al lector zaragozano la riqueza de una ciudad tan cercana, tan nuestra y tan olvidada. Si en algo ayudan estas líneas a volver a mirar con deseo a nuestra antigua amada, el objetivo estará más que cumplido.
1-      Cena en el Restaurante Oiantxiki en Urnieta (viernes noche)

Ensalada tibia de rape, langostinos y almejas

Cogote de merluza al orio

Lomos de merluza rellenos de changurro con salsa de piquillos
Antes de llegar al destino decidimos parar a cenar. Aprovechamos para detenernos en este pueblo a once kilómetros de San Sebastián. Sabíamos de la calidad y la maestría con la que tratan los pescados, pero nuestras mejores expectativas se quedaron muy cortas. Sentados en la enorme sala del restaurante se nos ofreció la carta como es habitual, pero decidimos por unanimidad desecharla para abrazar los platos que nos sugirieron. Compartimos para hacer tiempo una ensalada tibia de rape y langostinos y nos decidimos por la merluza para el principal. La probamos en su versión cogote a la brasa y rellena de txangurro. A cual mejor. La dificultad de acertar con el punto de la brasa fue superada con nota, además venía aderezada con un orio de aquí te espero, que logramos absorber a base de pan y más pan empapado en el espeso aceite templado. La versión rellena se salió del tópico y se elevó a categoría divina. Inexplicable interior jugoso de los lomos en perfecta armonía con las fibras desmenuzadas del centollo. El punto de contraste vino desde la navarra Lodosa en forma de salsa de pimientos. La alegría que nos provocó el mar esa noche todavía dejó sitio para apreciar dos postres de la tierra que nos evitaron la consabida cuajada. La Pantxineta (Hojaldre con espesa crema y almendras) y un pudin de queso, nueces y caramelo pusieron el colofón a una gran noche. Por cierto, el Oiantxiki es uno de los pocos lugares que te entienden cuando quieres disfrutar del postre y el café a la vez. Parece algo fácil pero hagan la prueba y verán.


Pudin de queso, nueces y caramelo

Pantxineta tradicional

2-      Navegación en velero por los alrededores de Donostia (Sábado por la mañana)

No se trata de aparentar esnobismo, nada más lejos. De hecho este paseo supuso mi bautismo de velero y a la vista del cuerpo que se me quedó, no sé si habrá muchas más oportunidades. Pero visto con la distancia de la tierra firme, es de justicia afirmar que la experiencia debería ser de obligado cumplimiento al menos una vez en la vida. Además si algo se hace por primera vez se debe de hacer a lo grande y ese fue sin duda el caso.
La suerte fue conocer un personaje como nuestro anfitrión. Pertenece a la casta de superhombres que se da cita diaria en La Concha para hacer deporte y contarse confidencias. Unos días partido de fútbol, otros de pelota utilizando en alto muro como frontón, un insólito tenis sobre arena, canoa, vela…ven pasar la vida a golpe de pala y remo. El sol de invierno curte y oscurece sus pieles y el ejercicio los hace fibrosos y resistentes como seres de otro mundo.
Dejamos atrás la Isla de Santa Clara con la proa hacia el mar abierto
Nuestro cicerone tiene amarrado el velero en mitad de la bahía. Parece increíble pero así es. Hasta él los machotes se acercan en barca o canoa y lo abordan, pero como iba un servidor, oriundo del secano de las Cinco Villas, el velero tuvo que acercarse al puerto viejo a recogerme. Con un par de pintxos en el cuerpo y tres biodraminas previsoras me avalancé sobre el barco desde el muelle cargado con las provisiones. Todo estaba dispuesto. Me fiaron el timón, enfilé hacia la isla de Santa Clara y de ahí al mar abierto. No tarde en sentir todas las fobias de las que había oído hablar y el cuerpo se me fue apocopando. El mar es para gente fuerte y allí pude comprobarlo. Disfruté del viento golpeando mi cara con la misma intensidad con la que sufrí a cada golpe del trinquete. Y por fin llegó la hora de la comida. Buscamos un lugar de cierto remanso, pero los catorce metros de eslora se balanceaban con furia. Puedo afirmar sin riesgo de error que es la primera vez que afronto una comida tan apetitosa con tan poca predisposición. Había decidido para la ocasión una montaña de pà amb tomaquet, un jamón bodeguero de la zona y un queso de oveja ahumado. Por si fuera poco el patrón se empeñó en freír huevos en alta mar.Montones de tabletas de buen chocolate cerraron un magnífico almuerzo. Lo cierto es que lo del jamón es algo mágico, pues lo cierto es que me asentó el cuerpo y aun me enganché a las rondas de Riojas Alavesas y Riberas del Duero que se alargaron hasta casi la puesta del sol. Una vez de vuelta al puerto tardé en ser consciente de que ya no vería el mar jamás del mismo modo. Había perdido la inocencia y a la vez había intimado con él hasta el punto de declararle mi amor absoluto e incondicional.

3-      Exposición de Javier Mariscal


(Sala Kubo-Kutxa. Exposición "Mariscal Bizi Poza!" de Javier Mariscal)

Ya en tierra y con el equilibrio recuperado las calles se iban llenando de ambiente con la caída del sol. Junto al orgulloso y selecto Kursal, en la sala Kubo-Kutxa, me aguardaba una sorpresita inesperada. Un icono para los amantes del Mediterráneo es sin duda el universo de Mariscal. El autor se expresa a través de un lenguaje personal, complejo en su intención pero sencillo en su manifestación, inocente y provocador a la vez. Encuentra placer en el riesgo y en la exploración a ciegas. El optimismo es el live motiv de su obra. Nos propone un vínculo con nuestra cultura mediterránea, y expone una  forma de entender el mundo y la vida con la que conectamos sin necesidad de artificios. La exposición repasa sus creaciones en todos los ámbitos: institucionales, comerciales, el mundo del cómic, las tipografías imposibles y como síntesis de todo su mundo, la participación junto a Fernando Trueba en su visión habanera donde sensualidad, ritmo, erotismo y brillo se disparan a cotas muy elevadas.
Borracho de color y curvas, y contento de mi reencuentro con el Cobi más de treinta años después, salimos del encuentro con Mariscal.

4-      Cena en la sidrería Lizeaga


Jugosa tortilla de bacalao

Lomos de bacalao bajo mar de pimientos y cebolla

Chuleta a la brasa con el punto exacto
La noche prometía por la cita que teníamos en la legendaria Astigarraga. Localidad vecina a Donostia y famosa por la densidad de sidrerías tradicionales que atesora. Sabíamos que estábamos fuera de temporada, pero alguna de las populacheras seguía con las puertas abiertas. El panorama no era muy alagüeño porque las más grandes y famosas estaban cerradas. Lizeaga rezaba sobre un pequeño letrero la elegida. Un local muy pequeño dejaba ver algo de luz a través de sus cristaleras, así que casi derrapando entramos en el aparcamiento y nos abalanzamos a su interior. Allí nada estaba dispuesto para impresionar a la galería. Se comía sentado y la sidra era artesanal pero embotellada. El saludo venía acompañado de chorizo a la sidra, barra de pan y botellas de sidra. De ahí a la consabida tortilla de bacalao, que resultó ser lo más acertado de la cena. Siguieron las piezas de bacalao con pimiento y cebolla. Se trataban de enormes piezas de lomo con el desalado justo (escaso, como debe ser). La chuleta generosa como siempre y al punto (podían haberse ahorrado el fileteado). Por último el postre tradicional no se salió del guión establecido. Idiazábal, membrillo, nueces y tejas de Tolosa. Siempre es un placer saber que hay cosas que funcionan bien y que no van a cambiar. La sidra y las buenas compañías pusieron el resto. La noche acabó entre burbujas de manzana y cánticos taberneros.
 
5-      Exposición Federico Fellini, El circo de las ilusiones,  en el Museo de San Telmo (http://www.santelmomuseoa.com/index.php?option=com_flexicontent&view=items&id=5345&cid=0&Itemid=111&lang=es)


La mañana se despertó gris y el sol no llegaba a arrancar la niebla que todo lo calaba. Así que el grupo se dividió según los intereses particulares. Como el callejeo por la zona vieja me había resultado escaso, decidí desaparecer con disimulo para poder perderme por las callejas. Como había oído que ya habían abierto el Museo de San Telmo tras unas obras eternas, decidí a cercarme hasta él. La exposición permanente no es que me interesaba mucho. Los orígenes históricos de las civilizaciones siempre me han resultado interesados y manipulados, así que mi curiosidad iba más dirigida al edificio en sí. Pero sorpresa. Al llegar a la puerta del Museo, el cartel anunciaba la prórroga de una exposición a causa de la gran aceptación de público. Nada menos que sobre Fellini. De nuevo el Mediterráneo está de moda en el Norte. A un lado Mariscal y a otro Fellini en genial y surrealista diálogo. La exposición se adentra en el universo del cineasta italiano a través de fotografías, dibujos, revistas, cómicas, carteles, entrevistas y extractos de filmes, algunos de ellos inéditos. Materiales diversos que captan la atención del espectador desde el principio. El recorrido trazado nos ofrece una panorámica de su universo personal. La sociedad italiana de los años cincuenta y sesenta aparece reflejada con todas sus luces y sombras. La época del glamour y los espectáculos del renacimiento cultural romano de posguerra se vive a través de las imágenes. Hijo de su tiempo, se eleva sobre él en su genialidad. Mensajes universales tratados desde su realidad inmediata. Como detalles destacables hay que mencionar el análisis del primer plano de La Dolce Vita con el helicóptero portando la imagen marmórea de un Cristo en majestad sobrevolando la pícara y pecaminosa Roma, y la historia del beso que no fue tal en la escena manida de la Fontana de Trevi. Curiosa panorámica de una Italia demasiado olvidada en tiempos de pesimismo y crisis moral.

6-      Tapeo por la zona vieja y comida en La Perla

La croqueta de pistachos dejó en mí una huella imborrable

Salir con Fellini en las retinas me hizo fácil emprender la siguiente tarea de la agenda, ronda de pintxos. El espíritu preparado para el exceso y el paladar ávido de sensaciones el grupo se recompuso y el camino hacia las barras fue trazado a golpe de intuición. Como resumen diré que ninguna de ellas falló. Presentaciones originales, productos de primera y elaboraciones en el momento hacen de los pintxos donostiarras una división superior. Esto es profesionalismo. Y si destacable es lo que se ofrece desde los mostradores todavía lo es más el ambiente que se encuentra en el interior de los locales. Mi memoria fallaría si he de nombrar todo lo que probé. Lo más destacable fueron las croquetas de pistachos de las que di cuenta en un bar de la Plaza de la Constitución y una crêpe de hongos en el sport. El resto consistió en una sucesión de pequeños manjares regados ora con txacolí, ora con crianzas de la Rioja Alavesa. Una pena que el Erquicia estuviese cerrado un domingo por la mañana porque a uno siempre le gusta dar una vuelta por el ambiente cinematográfico de San Sebastián, y ahí se conserva el espíritu festivalero durante todo el año.
Tampoco era cuestión de abusar porque la cita para el regreso a la capital de Ebro era en el comedor-rotonda de La Perla en plena Concha, y además de la mejor tortilla de patata de la ciudad pensaba probar algunos de los platos de los que había oído hablar. La conclusión fue unánime. No estaba mal pero fue mucho más valorado el entorno y las vistas panorámicas de la bahía que el yantar. Unos Fetuccini con jamón ibérico y una alitas de pollo con jengibre, salsa de soja reducida y alioli suave, comidos ya sin mucho apetito y ahogados a base de Rioja pusieron el punto y final al fin de semana en San Sebastián.

Reflexión: cultura, aventura, gastronomía y mucho mar me han puesto las pilas para encarar las futuras medidas que nuestro gobierno nos va a encajar a base de bien. Pero como tantas veces la buena compañía y los anfitriones que se desvivieron por nosotros son los aspectos que jamás se podrán olvidar. Gracias San Sebastián y gracias donostiarras. No importará mucho pero sabed que habéis hecho feliz a un corazón mediterráneo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Copito de Nieve: ocho años de ausencia



Cicatrices en el alma que le llevarán
a la muerte en el fatídico 2003
Hace ocho años que Copito nos abandonó. Recordar aquel 24 de noviembre de 2003 le deja a un servidor melancólico y achatado. Fatídico año que se llevará a tres de las figuras mediterráneas más representativas. Corría abril cuando Terenci se marchó entre bocanadas de humo y túnicas clásicas. Una mañana de octubre tuvimos que desayunar con la noticia de que Manuel Vázquez Montalbán se había apagado en su Bankong repleto de reportajes por escribir y manjares exóticos. Un mes después un maldito cáncer de piel nos arrebató a Copito a toda una generación de fieles que le creíamos indestructible. Sus poderosos 160 kg no pudieron hacer frente a la enfermedad que, traidora, me impidió acudir a despedirme de él.

La prensa internacional le lanzó al estrellato
Alfombra roja para un gorila
Mis recuerdos de las veces que me recibió se remontan a mi infancia. Periodo de inocencia y sueños. Por entonces no había germinado en mí la conciencia ecologista que me impide volver a visitar parques zoológicos. No me cuestionaba sobre cómo había llegado hasta ahí. Encerraba en su cuerpo toda aquella magia de África que escondían los Atlas en un mundo sin Internet, donde todo viajaba mucho más lento. Los mundos del circo y el del zoo me cautivaban. Con la boca abierta no daba crédito a las maravillas que escondía el planeta en rincones remotos. Sin ser consciente, mi conciencia eurocentrista e irreflexiva me permitía disfrutar por igual la lectura de uno de los primeros cómics de Tintin, la visita a una cárcel de gorilas o la actuación de terribles leones encadenados que abrían sus fauces ante el látigo del domador. Disfruté con los relatos del profesor Livingstone junto a las Cataratas Victoria del mismo modo que hacía los domingos con las películas de Tarzán en los antiguos cines de reestreno. La madurez me aguó la fiesta. Comprendí la tragedia  social en la que vivía África y toda la basura que les vertió el europeo con la colonización y, todavía más, con la vergonzosa descolonización. Estudié las consecuencias demográficas, económicas y ecológicas del paso del hombre blanco por el continente. Unas cuantas epidemias, tráfico de drogas, diamantes de sangre, cazadores furtivos, experimentos farmacológicos y trata de blancas después mi inocencia se marchó para no volver. Lo que antes me provocaba curiosidad y sueños de aventura ahora lo hacía con vergüenza y tristeza. Ya jamás llevaré a un niño al zoo ni al circo, pero la historia de cada uno es la que es, y la memoria y el recuerdo le asaltan cuando uno menos se lo espera.

Hoy cárcel de animales
Ayer campo de sueños


Acusado de racismo se olvida su valor como
testimonio histórico

El circo con vocación artística hace
olvidar lo que un día fue:
Diversión y espectáculo

Creo que era para mantenerme con la tensión, pero mis padres retrasaban para el final de la visita la cita con Copito de Nieve. Después de toda una mañana paseándonos por el parque y sus fieras llegaba el momento esperado. Casi siempre estaba visible. Le gustaba exhibir su indiferencia ante los visitantes. Jamás un ser vivo mostrará tanta superioridad como lo hacía él ante su público. Vivía en una eterna alfombra roja y como por arte de magia siempre lograba darle la vuelta a la tortilla, pues uno siempre salía de ahí con la incógnita de quién era el que realmente vivía en cautiverio. La pantalla que separaba su mundo del mío era reversible. El observador era observado inquisitorialmente. La mayoría de las veces no llegaba a dirigirme la mirada directamente. Entretenido con una fruta o poniendo en su sitio a algún compañero de jaula ignoraba mi llamada. Pero en alguna ocasión nuestros ojos se cruzaron. De un azul extraño y envueltos en un rostro que recordaba nuestros orígenes comunes me escudriñaba cual cura confesor. Al rancio sacerdote del colegio podía mentirle con cualquier treta, pero a esas catorce arrobas de músculo y pelo lanco era imposible esconderle ningún secreto. Cuando por fin desviaba la vista de ti, la tensión acumulada del niño se relajaba liberándole de todos los miedos con los que había acudido ante él.

La orca Ulises intentó arrebatarle el cetro, pero
los niños habíamos decidido
Recuerdo que mi primer suspenso en Inglés se lo confesé a él antes que a mi familia. Mejor sería decir que me lo descubrió con sus ojos. No podía mentirle, era inútil resistirse. Cuando llegó el momento de reconocerlo en casa todo fue mucho más fácil pues la comprensión que encontré en el gigante me ayudó a relativizar los problemas. Vendrían otras revelaciones que se fueron espaciando con la edad hasta llegar a nuestra separación. Volví a trasladarme de ciudad y la distancia enfrió nuestra extraña relación. Si algo me consuela es la seguridad de que otros niños encontrarían en él el mismo apoyo que me ayudó durante unos años en mis inseguridades y temores. Así que, amigo, hoy te recuerdo, pero sin pena ni dolor, sino con el agradecimiento de un niño al que un día hiciste algo más feliz.  


Nueve kilos y 59 centímetros de
nieve al llegar a su nueva morada: Barcelona
 Visto desde la distancia de los años la historia de Copito resulta bastante triste, y dice muy poco del hombre y su responsabilidad con el planeta. Su trato con el ser humano comenzó cuando éste le dejó huérfano, le compró a cambio de unas monedas, le apartó de su hábitat natural confinándole al cautiverio. Por dos veces cambió su nombre. La primera cuando fue encontrado sólo y desnutrido por los habitantes de la Selva de Nko (Guinea Ecuatorial), tras asesinar a todo su grupo acusado de arruinar cosechas. Entonces se le adjudicó en nombre de Nfumu ngui (gorila blanco). Como en los tiempos del esclavismo, cuando el nuevo amo rebautizaba cada nueva adquisición como símbolo de sumisión, el gorila pasó a denominarse Copito de Nieve o Floquet de Neu al ser vendido por 16000 pesetas al hombre blanco. El cambio no se produjo de inmediato, pues Jordi Sabater i Pi, el primatólogo que lo compró, mantuvo su denominación africana por un tiempo. Será a raíz de su aparición en la revista National Geographic en 1967 cuando le llegue la fama a escala internacional. Entonces los estadounidenses lo bautizaron como Snowflake y se convertirá en el símbolo del zoológico de Barcelona y de la propia ciudad.

Una película va a volver
a rescatar su enorme figura:
http://www.copitodenievelapelicula.com/


Paseando hoy por las calles de Zaragoza descubro un lugar que me recuerda a mi gorila de manera intensa. Nada tiene que ver con el mundo africano ni la naturaleza. En nada recuerda a una prisión de animales espectáculo pero su apariencia y su esencia resultan muy evocadoras del espíritu que un día me acercó a él. Se trata de un simple bar situado en Torrero, El Corazón Verde, y dos son las referencias que me hacen volver la mirada hacia mis años de inocencia. El primer símbolo es el propio nombre que viene dado por una película de las de palomitas y boca abierta. Protagonistas occidentales a la caza de tesoros y aventuras en mundos fantásticos llenos de exotismo y peligros. El espectador olvida los prejuicios de la madurez ebrio por la trama y los paisajes y se lanza a vivir la aventura con los protagonistas. Selvas en las que perderse, espíritus valientes indomables, amores inquebrantables y acción sin tregua. Ingredientes indispensables en el género.


Cámara, acción!!!!

Rincón zaragozano con
reminiscencias infantiles
La segunda referencia tiene más que ver con el personaje que queremos homenajear hoy. Presenta el bar-terraza en cuestión la cristalera (que da al canal y a los pinares que bordean el parque) más enorme de la ciudad. No sé si mi memoria me traicionará pero se asemeja en tal grado a la que nos separaba a Copito y a mí hace años, que me he tomado la libertad de creer que era la misma. Hoy la cristalera ocupa toda una de las paredes de la gran sala superior y abre el coqueto local al paisaje de la terraza junto al canal. El lado romántico lo pone el pinar de fondo que a modo de jungla hace olvidar al cliente que se encuentra en Zaragoza para trasladarlo a cualquier selva indómita del planeta. Por cierto, la carta está repleta de referencias a cocinas del mundo que alimentan la fantasía al más pintado.

Su gusto por el placer y el exceso le identifica con el espíritu mediterráneo. Altivo y humilde según la ocasión, selectivo en sus compañías, fogoso como pocos (21 hijos lo avalan), aplicado comedor y líder nato. Te envío un recuerdo desde este noviembre en el que cumplo la edad que alcanzaste al morir. Parece que te voy a superar en algo, compañero, pero te aseguro que cada momento de felicidad que pase por aquí se lo seguiré confesando a esos ojos extrañamente azules que me siguen cautivando.
Tremenda cristalera que exhibe dentro y fuera
http://www.elcorazonverdebar.com/

jueves, 17 de noviembre de 2011

Crónica de Bigott en el Principal, profecía de Gargallo, tortilla del Circo y caviar del Pirineo

Bigott en el Principal y la profecía de Pablo Gargallo

Bigott se metió en la palma de la mano a un público
muy predispuesto a su discurso
Quienes no hayan tenido una experiencia surrealista en su vida pensarán con justicia que el contenido de estas líneas surge de una mente enferma o enajenada por el abuso de ciertas sustancias. Por el contrario aquellos que periódicamente recibimos ataques del subconsciente que se adueña de nuestras percepciones sabemos muy bien de lo que hablamos. En mi caso llegue a pensar  que esa parte irracional de mi ser estaba atada y bien atada. La había vencido y encerrado en un torreón inaccesible pero, cual princesa de largas trenzas, urdió un plan y halló la forma de burlar su cautiverio. No hicieron falta más drogas que un pincho de tortilla del Circo y un buen Cariñena, que eran lo único que me había echado al coleto esa tarde. El escenario, el Teatro Principal y la ocasión, el concierto de Bigott.
El mejor pincho, y sin cebolla.
Eso tiene todavía más mérito

Clasiquísimo zaragozano
Si fuese de Cadaqués ya estaría pintando blandos relojes derretidos o armando enormes sofás en forma de labios carnosos; si me llamase Walter Benjamin redactaría una nueva Tesis sobre la Filosofía de la Historia que cortaría el vuelo al Angelus Novus más pintado; si tuviese la habilidad con la pluma de un Gómez de la Serna greguegaría hasta el amanecer junto a los gallos nocturnos de mi corral. El caso es que soy un ser vulgar, y como tal me limitaré a contar como pueda la experiencia.

Último trabajo de Bigott
Llegaba un martes otoñal al concierto de Bigott con los deberes bien hechos. Me hice en el Bar Bacharach con su último trabajo The Original Soundtrack una semana antes y lo deglutí desde mi móvil en mis largos paseos urbanos. Me gustó mucho, la verdad, y en eso coincidí con la crítica a nivel nacional, no así con la local que, tan habituada a decapitar nuevas propuestas de la tierra como a adular a valores más rentables y anquilosados, maltrató el nuevo trabajo sin otorgarle la mínima posibilidad. Cannibaldinner, Turquey moon y Godis gay fueron mi banda sonora aquellos días. Investigué como buen friki obsesivo el universo Bigott y me sorprendió su originalidad y estética. Horas de facebook, myspace y su poderosa web me llenaron la cabeza de piruetas imposibles, los muñecos entrañables de Clara Carnicer y las coreografías dionisíacas habituales. Conclusión: música bastante redonda con reminiscencias múltiples pero con suficiente personalidad como para no catalogarla como fusión, una voz portentosa y profunda con registros al alcance de muy pocos que contrasta con una imagen superficial cultivada desde alocadas entrevistas y mensajes desquiciados en la red. Tarea concluida me dirigí raudo a comprobar lo descubierto en directo y sobre un escenario con solera.
¿Aires Countries, agrorockeros o proféticos?
La noche comenzó según lo previsto. Hastiados por un martes gris ante la puerta de entrada al Teatro apurábamos el último cigarrito grupos de fauna urbana diversa: modernos gafapasta, poperos vespasianos, barbudos solidarios con el artista, algún borracho desorientado o eclécticos inconstantes y dispersos, especie esta última a la que tengo el gusto de pertenecer por acción y omisión. Una vez en el interior ocupamos las localidades en orden y esperamos educadamente a que comenzara la función. Es bien sabido que las butacas de patio de nuestro principal teatro se asemejan a potros de tortura de la inquisición cuando las posaderas reposan más de diez minutos sobre ellas, pero si el espectáculo vale la pena, olvidamos el dolor y el sacrificio físico. En esas estaba cuando los artistas atacaron su repertorio enarbolando platos fuertes como introducción. Con ese inicio de nivel tan elevado buscaban la complicidad del espectador desde el primer minuto. Allí no había treguapara el enemigo. A la vista de las primeras ovaciones consiguieron su objetivo, pero en mi caso lo que lograron fue un resultado bien distinto. El mundo onírico me rodeó sin previo aviso.
No esperaba la metamorfosis del artista
en Profeta
Disfrutaba de los primeros temas identificando las referencias countries, irlandesas, dance y hasta creí apreciar aires profundos irlandeses. El toque original del directo lo apuntaban las distorsiones, los matices de sintetizador y las repeticiones que se sucedían de la mano de Paco Loco. Se podía decir que el aperitivo prometía un banquete espectacular, y a tenor de los comentarios postconcierto así debió suceder, aunque yo ya me encontraba muy lejos de ahí. No debía de llevar más de cinco canciones cuando ocurrió mi enajenación.
La primera señal me fue enviada desde el Museo Reina Sofía
El  pincho de la única tortilla de patata sin cebolla digna de la ciudad, la del Circo, debía de andar ya por los pies, así que los primeros síntomas que precedían la llegada del viaje espiritual los confundí con una simple sensación de hambre. El sonido de mis tripas se acompasó a la música de Bigott de manera cómplice. Las primeras ráfagas llegaron en forma de flash. El cantante comenzaba a retorcerse para mayor satisfacción del respetable que ansiaba sus requiebros al modo de los fans de Boney M. Unos destellos que confundí con un mal ajuste de la iluminación me cegaban a cada momento, hasta que una gran luminosidad se impuso en el medio del escenario. De repente dejé de oír la música aunque sabía que estaba allí pues sentía a mi alrededor a la gente balanceando sus cuerpos encajados en las butacas. Un silencio total se impuso en el teatro a la vez que la luz se fue concentrando en el cantante dejando todo lo demás en la más profunda oscuridad. Asustado por los extraños síntomas que identifiqué erróneamente como los de un infarto percibí que nada se movía a mi alrededor en esos momentos. Las motas de polvo en suspensión se destacaban bajo la potente luz del foco. El tiempo se detuvo y mi mente se agitaba. Bigott seguía en pie pero algo en él era distinto. Sus barbas quizá más densas y pobladas, su camiseta y vaqueros sustituidos por lo que parecía ser una sábana raída dispuesta a modo de túnica o sudario. Las coloridas Nike que amortiguaban sus saltos aparecían ahora como unas sandalias de cuero gastadas por años de camino y cansancio. El otro cambio fundamental que rápidamente percibí fue el de su guitarra. Ahora el único instrumento que lucía su mano izquierda era un grueso y largo bastón de madera en el que apoyaba su cansado cuerpo. Le habían caído unas cuantas décadas de golpe al tipo, pero su rostro permitía identificarle como el artista que minutos antes actuaba en ese mismo escenario.
La seguna señal se me lanzó en
El Museo Pablo Gargallo de Zaragoza
Bastó un gesto para comprender la metamorfosis que había sucedido ante míy que el resto de mis compañeros, embelesados por una melodía que no podía escuchar, ignoraba por completo. Aquella figura me resultaba tremendamente familiar y al dar un paso para situarse justo debajo del foco de luz, alzando amenazante su mano libre y con su mirada puesta en mis ojos, solo acerté a susurrar su nombre, Profeta.
La última en el Teatro Principal
Definitiva
No hacía mucho que pude contemplar la obra de nuestro Gargallo por partida doble. Semanas atrás había recorrido los largos pasillos del Reina Sofía ignorando las obras con las que me cruzaba para acudir a su presencia y rendirle pleitesía. Soy poco dado a la iconoclastia y menos al mesianismo, pero caminando las calles madrileñas sentí la añoranza de aquella figura y acudí a su llamada. Me sentí diminuto ante su poderosa presencia. Todo lo que me rodeaba, incluido el Guernica de la sala contigua, perdía presencia ante su fuerza. Unos minutos bastaron para recibir su grito de advertencia. En aquellos momentos no supe qué era lo que me quería transmitir en un lenguaje desconocido, pero me provocó que subiera la guardia y reforzara las defensas. Un soplo estimulante me renovó el alma y me dispuso el ánimo necesario para seguir adelante.
La segunda señal volvió a llegarme desde la misma figura pero unos cuantos kilómetros más al norte. En plenas Fiestas del Pilar, tras el consabido chocolate con churros de La Fama, me dirigí a una particular ronda de museos, pues no sólo de fermento de uva y cebada vive el hombre. Visité La Lonja y el Palacio de Sástago sin encontrar grandes sorpresas. Me deleité con mi compañero de batallas Paco Lafarga en el Torreón Fortea y por fin recordé la reapertura del Museo Pablo Gargallo en la misma Plaza de San Felipe. Remordimiento de conciencia, todavía no la había visitado. Descubrí que las exposiciones temporales estaban frente a las taquillas de la entrada, así que sufrí una de surrealismo ilerdense que me invitó a dar por concluido el paréntesis cultural. Así que cabizbajo decidí salir de nuevo a las engalanadas calles de mi ciudad. No llegué a la salida. De reojo advertí su presencia en el centro del patio del palacio-museo y no pude resistirme. Con pasos lentos rodeé la escultura como semanas había hecho en Madrid. El grito de la segunda llamada se me arrojó entonces en forma de parálisis. No sé el tiempo que permanecí ante el Profeta, pues la inmovilidad debió llegar también al cerebro, pero el caso es que sólo pude salir del ensimismamiento gracias a una de las vigilantes que me advirtió, con la condescendencia con la que se trata a los visiblemente perturbados, de que era la hora de cerrar e irse a comer. No me pude quitar su presencia de la cabeza en todo el día, así como el mensaje que había quedado impreso en ella a golpe de fuego. El día ya está cerca.
Escenario privilegiado.
Dentro de unos años este concierto se recordará como uno de los clásicos
Había pasado un mes desde mi último encuentro. Por ello la aparición del Profeta en el escenario del Principal me pilló completamente por sorpresa. Estaba advertido de que llegaría pero la testarudez humana se impuso y relegué el mensaje al cajón de asuntos pendientes. Ante él por tercera vez la comunicación verbal no fue muy diferente a las anteriores. No emitió ni una sola palabra, pero en esta ocasión el mensaje me llegó con nitidez. Con un golpe seco del bastón sobre la tarima del escenario un temblor, de la magnitud que una vez sentí en la Semana Santa de Calanda, se apoderó de hasta el último de mis huesos. Una palabra se repetía con la cadencia de una oración tibetana: vulgar, vulgar, vulgar, vulgar…Pero el tono no era de reproche o acusación. Mi Profeta de cabecera no estaba regañándome por haber caído en la vulgaridad. El mensaje profundo era bien distinto.
En un instante todo volvió donde lo había dejado. El tiempo real había transcurrido pues el grupo acometía sus últimos temas con la misma intensidad que imprimió a los primeros. El público ya había pasado la fase de guardar la compostura y acompañaba con bochornosas palmas los ritmos de la batería y el sintetizador. La entrega era absoluta, pero ya no pude integrarme a la orgía desacompasada como me hubiese gustado. Concluyó la fiesta con un sentido Bar Bacharach que levantó a la gente del duro asiento. Mientras tanto el mensaje del Profeta se desgranaba en mi mente dándole sentido. Se trataba de una felicitación para el pueblo elegido, pero esta vez el pueblo no había sido seleccionado por su origen, lengua o color sino por su posición vital. Aquel anciano nos animaba a seguir por el buen camino al pueblo de la vulgaridad. Y me había señalado como transmisor de su mensaje.

El homo vulgaris se rebeló contra el poder político, aniquiló sus dioses tiranos, recuperó el valor del ser humano, aprendió a disfrutar de todos los placeres que el entorno le ofrecía sin remordimientos y luchó por extenderlos a todo el mundo, sustituyó banderas, escudos y fronteras por nuevos principios como la amistad, el compañerismo y la empatía. Transformó los pecados en caprichos, la solemnidad en sinceridad y la competitividad en placidez. Desterró las enemistades entre los pueblos relegándolas únicamente a los campos de fútbol. Aprendió a fracasar sin sufrimiento, a pecar sin remordimiento y a amar sin límites. Las pasiones dirigieron sus vidas sometiendo a la cuadriculada diosa razón. Los vulgares nos arropamos en nuestros numerosos momentos nihilistas para seguir adelante. Y nuestro Profeta se siente orgulloso de su pueblo. Así nos lo hace saber y nos anima a continuar por la senda más elevada: la de la vulgaridad.
Por último no me reprimo a elevar una ofrenda de agradecimiento por su mensaje de ánimo a nuestro Profeta de cabecera. Ahí van unos montaditos de Caviar Ecológico de Trucha del Pirineo (Puede adquirirse a Franck o María José en su tienda física o por internet http://www.miespaciogourmet.com/tienda/) con uno de los mejores blancos que he descubierto en la última temporada. Va por ti.
Oh, Profeta, mi Profeta.

Ofrenda de frutos al Profeta:

Caviar de trucha del Pirineo acompañado por un excelente
Marqués de Alella
Aragón y Catalunya en homenaje a Pablo Gargallo

Referencias básicas en la web:

http://www.bigott.es/ Vaya curro de página. Mucho gusto y buenas fotografías
http://www.myspace.com/myspacebigott Contenidos, regalitos y programación
http://www.zaragoza.es/ciudad/museos/es/gargallo Institucional, pero muy completa sobre vida y obra del autor

martes, 15 de noviembre de 2011

Un bosque asturiano en Zaragoza: Sidrería El Trasgo

Sidrería El Trasgo
Sidrería El Trasgo

C/ Pamplona Escudero, núm. 28 - 50005 - ZARAGOZA (España) Tel. 976 35 20 07
También en Facebook:
Es sabido que el hecho de elaborar buena comida no es suficiente para que un servidor recomiende acudir a un establecimiento concreto de la ciudad. Locales donde se puede comer bien hay bastantes, pero lugares donde en forma de plato se lancen mensajes al comensal que le hagan congraciarse con el mundo escasean. Mi póquer de ases de la ciudad estaba bien cerrado hasta hace un tiempo: La Senda de Torrero, el Novodabo de la Romareda y los céntricos Entrebastidores y Borago cerraban mi particular lista de oro. Son lugares donde además de disfrutar con los cinco sentidos, te obsequian con un mensaje disparado al alma. La alegría del curso gastronómico pasado vino del descubrimiento de La Bastilla, lo que convirtió mi póquer en una manita que creía que duraría mucho tiempo. Pues no ha sido así. Ya me faltan dedos en la mano para contar las referencias del Parnaso culinario de la capital del Ebro. La sidrería El Trasgo (http://www.sidreriaeltrasgo.com/) merece su lugar en el Panteón. Su mensaje es tan rotundo que todavía me tiemblan las piernas días después. Mi material genético se despertó a la llamada de sus propuestas. Me hicieron ver con claridad una parte esencial de mis orígenes como individuo y sentí el peso de la historia del hombre como especie animal en el mundo. Casi nada a cambio de unos euros.

Bosques que el alma añora, un día patria nuestra...
Asturias es una tierra de contrastes, pero unas características comunes se conservan en sus tierras y gentes a modo de secreto. El árbol observador y vigilante, la naturaleza que todo lo envuelve y relativiza el tiempo, el empuje del océano que arruga sus tierras ondulándolas y sus ríos cortos y violentos que como venas devuelven su tributo al mar en forma de aguas cristalinas. Allí el hombre ha evolucionado entre sus prados y bosques, que le han alimentado y guarnecido. Hoy hay una Asturias moderna y urbana que ya no tiene vergüenza de salir de su armario. El Centro Niemeyer es su último baluarte que le conecta con el mundo. Lo envidiable es que ha sabido conjugar el ritmo de la modernidad con su pasado legendario y boscoso. Por lo visto les sobra tanto de sus orígenes que vienen al desierto en forma de duendes a recordarnos que una vez también nosotros fuimos bosque.


Seres mitológicos que
seguro se pasean entre
los fogones de nuestra
sidrería

Que en un foro militantemente mediterráneo como Este y que se prodiga tan poco a la hora de exaltar nada, esté dispuesto a cantar las alabanzas de una sidrería asturiana tiene su explicación. Los zaragozanos somos gentes de secano. Nos adaptamos al medio árido del entorno y nos endurecemos a golpe de frío y seco viento, pero hemos cultivado generación tras generación una añoranza colectiva. Nuestra morriña se enfoca en lo que una vez tuvimos y perdimos para siempre. Solemos identificarlo con el mar. La vida animal se generó en el ambiente oceánico, caldo de cultivo de todos los animales. De aquellos días conservamos el gusto por la ingravidez y el ritmo irregular de las olas que nos acunaron durante millones de años. Cada vez que aparece el mar ante nosotros sentimos la llamada del origen, pero no hemos olvidado otro paso importante de nuestra línea evolutiva: el bosque. El paso de primate a homínido, si es que alguna vez se dio, ocurrió en las extensas llanuras africanas, cuando en un proceso de desforestación natural, el mono necesitó bajar del árbol y recorrer distancias considerables. Caminó erguido y su cerebro comenzó a desarrollarse. Una vez meditó sobre su posición en el mundo decidió recorrerlo para disfrutar de todo lo que el planeta pudiese ofrecerle. Así dio el gran salto a Asia. Sus islas y sus junglas le fascinaron, pero no debieron cautivarle hasta el extremo de quedarse ahí, por eso continuó camino hasta llegar a la actual Europa. Atapuerca, en Burgos conserva los primeros restos de homínido del continente, datados en torno al millón de años, mes arriba o abajo. Por los estudios de su entorno hoy sabemos que se encontraron un medio boscoso al que pronto se adaptaron y del que disfrutaron durante mucho tiempo, pues ya en época romana, los cronistas viajeros nos hablan de una Península Ibérica donde una ardilla podía llegar del extremo Norte al Sur de rama en rama sin bajar al suelo. La añoranza de ese paisaje es la me vino a la cabeza cuando el otro día recibí mi bautismo en El Trasgo.

Colofón de la fiesta del espíritu del bosque
Brumas que esconden los pies de árboles milenarios
Tan desconocida me resultaba la tierra asturiana y sus tradiciones que, como buen friki repelente, busqué algo de información acerca del nombre de la sidrería. El trasgo, trasgu en asturiano, es el ser más conocido de su mitología. En las leyendas populares aparece como un pequeño duendecillo, generalmente cojo de la pierna derecha, con la piel morena, vestido de rojo y tocado de un gorro picudo, un agujero en la mano izquierda es uno de los distintivos más representativos. Se trataría de un espíritu de los considerados juguetones o traviesos. Su compañía no suele ser considerada como un incordio en los hogares, pues básicamente se dedica a pequeñas trastadas como desordenar objetos, incordiar a los animales de granja, revolver la ropa y los cajones. Es tan diligente en estos pequeños asuntos, que normalmente tras llevar a cabo la fechoría vuelve a dejarlo todo como lo encontró. Otras veces incluso se dedica a realizar las pequeñas tareas previstas para el día siguiente, colaborando en las tareas domésticas del hogar. Si los habitantes de la casa deciden deshacerse de él suelen llevar a cabo una jugada ingeniosa. Se trata de solicitar al trasgo que realice una tarea en apariencia simple, pero en realidad imposible. El duende se avergonzará de su fracaso y, debido a su gran amor propio herido, se irá para evitar el bochorno. Llenar un cesto de mimbre con agua o recoger del suelo montañitas de grano (recordemos el agujero de su mano) suelen ser las tareas encomendadas cuando se le quiere expulsar de un hogar.

Desde el principio, la promesa de un gran mensaje
La cosa prometía
Volviendo al tema que nos ocupa paso a enumerar las armas con las que cualquier comensal será bombardeado por el personal de El Trasgo hasta caer rendido a su embrujo. Las cartas, menús y precios los dejo para otros más interesados y experimentados en el tema, pues ya he aclarado que mis intereses van por otro lado. Dominar un lenguaje, en este caso la técnica culinaria, es fundamental para poder transmitir un mensaje, y aquí lo tienen bien desarrollado. Veamos algunos de sus puntos fuertes:
1.       El uso de ingredientes de calidad, que permiten que sean presentados con una sinceridad no muy habitual en el panorama actual. Nada esconde su sabor original y su apariencia. La integración de los sabores de deja para hacerla en boca. Escasean las salsas y guarniciones ocultadoras y sólo se utilizan para destacar los sabores puros o acentuar algún matiz curioso.
2.      El tratamiento coherente y puntilloso de los alimentos. Las técnicas utilizadas combinan la laboriosidad y entrega del mundo tradicional con la experimentación y sorpresa de la vanguardia. La coherencia con la que conviven ambos mundos en unos mismos fogones es acertada y equilibrada. No es fácil que el espíritu de sidrería popular sobreviva a la introducción de las prácticas más vanguardistas. Muchos se quedaron en el camino pero no es el caso que nos ocupa hoy. En cuanto a las propuestas, son destacables los ahumados con reminiscencias de carbón, que nos evocan las noches hogareñas ante el fuego del hogar una vez acabada la faena; los larguísimos tratamientos a baja temperatura que unifican texturas y conservan jugos; las originales combinaciones de sabores que se complementan sin pisarse unos a otros; el uso ajustado y moderado de grasas, sales y especias que acentúan sensaciones sin dejar por el camino su esencia; y por último los juegos en las presentaciones que dan las notas  más divertidas y sorprendentes.
3.      El personal de sala merece una mención especial. Armonizados por la pericia de David Plato, conocedores del secreto que desean confesar al comensal y confiados de que la pericia de su cocina siempre saldrá airosa, reciben al visitante con gran profesionalidad desde el primer  momento. Analizan las características y los intereses de sus visitantes para atacar sus defensas. La táctica a la hora de acometer cada una de las mesas se extiende en un juego maravilloso entre todo el personal. El objetivo es comunicarse con cada grupo según sea su lenguaje original, y por lo visto en El Trasgo saben de idiomas. En nuestro caso, pronto vieron que nos gusta el riesgo y la profundidad y que no reparábamos tanto en los formalismos conservadores ni en las cantidades de las raciones, por cierto siempre de una generosidad destacable.
4.      El ritmo de servicio es de una musicalidad extrema. Platos y vinos discurren ante el comensal de manera allegre ma non troppo. Tras un preludio a base del mejor pan que hoy se ofrece en Zaragoza, los entrantes salen de uno en uno presentados por el maître como quien habla de sus hijos. Con orgullo explica cada elaboración y justifica el tratamiento que se le ha aplicado a la materia prima. Hace que el comensal se sienta orgulloso de su elección y crea un halo de tentación y curiosidad ante el plato. 
5.      La carta es la apropiada para un restaurante de categoría. En cuanto a cantidad de propuestas porque huye de los extremos. Ni las cuatro referencias de los locales de lujo que ignoran por completo las preferencias del cliente, ni la abundancia de otros que desconocen el dicho de quien mucho abarca poco aprieta. Es imposible trabajar con dignidad un número elevado de platos e indigno hacerlo sólo con un menú castrado donde está claro que todo funciona en una cadena mecánica. A quien huya de congelados y alimentos casi en descomposición pero le guste tener algo que decir a la hora de escoger lo que se va a llevar a la boca, El Trasgo es una apuesta segura. En cuanto a la calidad y presencia una imagen vale más que mil palabras, por ello dejo que sea el lector quien valore sus excelencias.
6.      Las cantidades en sus raciones son de una dignidad casi olvidada. La cultura del exceso es una de las cualidades fundamentales del espíritu mediterráneo, pero ahora sé que también lo es del cantábrico. Algún iluminado difundió que en el mundo gastronómico la cantidad y la calidad estaban reñidas. A puro de repetirse, la idea fue generalizándose. Nuestros mejores establecimientos comenzaron a reducir las cantidades de comida al ritmo que aumentaban el tamaño de los platos, recipientes y precios. Lo más glamuroso pasó a ser salir a cenar y volver con hambre a casa. Ridícula costumbre que debemos tratar de desterrar. Está muy bien alimentar el alma racional y la pasional, pero los lectores de Platón y de Vázquez Montalbán nos apuntamos además a la alimentación de nuestra concupiscencia.
7.      El precio es muy ajustado a lo que se ofrece y no se aprecia ni un solo detalle avaro en el comportamiento del personal. Un servidor no es un derrochador manirroto, pero cuando sale a hacer un dispendio lo hace con todas las consecuencias. Si una temporada la nómina aprieta respondo con la abstinencia, pero jamás con el miramiento. Espartano o ateniense, moderación extrema o desborde sin límites, San Juan de la Cruz o el marqués de Sade. De medianías está el mundo lleno. En nuestra experiencia elegimos los platos sin reparar en sus precios, y llegada la hora del vino apreciamos la categoría del personal. En materia de precios estaba claro que aquello no cuadraba. Tres comensales pidiendo platos y servicios de pan sin medida. Incluso tuvieron a bien prepararnos alguna sorpresita fuera de carta, como los insólitos cangrejos de cristal. Si no reparamos en los precios a la alta, tampoco lo hacemos a la baja y eso nos lo cazaron al vuelo a la hora de escoger caldos. Elegimos unos de gama media, un rosado de Enate para los entrantes y un 8.0.1. de Cariñena para los principales. Si era lo que nos pedía el cuerpo, vinos contrastados y contundentes, porqué elegir otros de más nombre y prestigio. El mimo con el que nos los presentaron y descorcharon, así como el gesto de satisfacción a la hora de servirlo elevaron la puntuación de cata a nivel de los Borgoña para Parker o los Vega Sicilia para Peñín. El moscatel claro, ligero y aromático que cerró la cena puso un colofón magnífico a la parte etílica.
Por rematar el tema de la factura, hemos de reconocer que ante el festín al que habíamos asistido la sensación fue de sorpresa grata. Los cantidad y calidad de los cócteles que vinieron después se vieron beneficiadas.
El pan.
Cuidado con mimo en un mundo que
le desprecia por humilde
Así que prácticamente sin ningún contratiempo terminamos nuestra expedición al mundo asturiano en el mismo corazón zaragozano. Para que no se diga que la crítica es parcial y sólo se destaca lo positivo,  comentaré el par de desajustes de los que fuimos testigos, pero que en un ningún caso enturbian la gran velada, sino que quedan para el anecdotario personal, y demustran que hasta los grandes maestros son humanos. Una de las comandas se apuntó de manera errónea por un problema lingüístico. Se sustituyó un plato de Rape por uno de Carré. La equivocación es totalmente explicable y resultó hasta graciosa. Por otro lado, y reconozco que es una manía personal, tengo la costumbre de beber el café a la par que el postre. Así lo hicimos saber, pero raro es el sitio en el que puedo disfrutar de mi pecado y ésta no fue una excepción. El nivelazo de los postres hubiese adquirido tintes divinos con el gesto. Ya digo, dos nimiedades que dejo en honor de la objetividad.
Un bosque ha crecido en las calles de Zaragoza. Espesura y vegetación exuberante en medio del desierto. Una llamada a nuestro pasado selvático que nos reconcilia con nuestros orígenes. A tenor de lo visto aquella noche, ya son muchos los iniciados. Local repleto en tiempos de congelados y fiambreras. Las claves: profesionalidad, calidad, coherencia, generosidad, originalidad y humanidad. La visita es obligada para todo aquel que tenga inquietudes culturales en su versión gastronómica. Además este bosque asturiano  viene con duende y todo, en este caso un trasgo, a partir de ahora mi Trasgo.
Sentarse a la mesa y ser recibido con pan de hogaza caliente
 y chorizo de la tierra

Flan de manitas, boletus y crema de trufas.
Huevo hilado para el contraste dulce.
La salsa de pecado, el pan se sumergió hasta agotarse

La estrella estaba fuera de carta pero se nos preparó
con generosidad
Cangrejos de cristal (atención: se come todo)
Capturados en plena muda presentan un caparazón suave y crujiente

Mar de cocochas. Gelatinoso pilpil con un toque de pimienta aromática
Materia prima de calidad

Tataki de atún rojo
Cantidad generosa. (En Japón fabricarían millones de makis con ellos)
Simplemente sellados a fuego fuerte con salsa de soja reducida y suave
y con bolitas de kiwi y aguacate
Los brotes de espárrago aportan delicioso amargor

Lo pedimos por confusión, pero el carré mereció todo un escándalo
Crujiente por fuera, jugoso por dentro. Nada empalagoso ni cargante.
Como el resto, cantidades de órdago

Primera propuesta de postre: Brownie de chocolate con helado y frutos rojos
A destacar: 1. El atrevido amargor del chocolate puro sin complejos
2.La temperatura interior y la cremosidad del corazón del bizcocho  

La estrella: torrija con garnacha, helado de melocotón y corona de caramelo
Conservar con propuesta vanguardista y espectáculo molecular incluido
el espíritu de dos clásicos populares es un éxito incuestionable:
Sopetas de pan con vino y azúcar & Melocotón con vino
Para enmarcar entre brumas químicas