jueves, 26 de enero de 2012

Restaurante Fidalgo (Cuatro días y cuatro bacalaos IV/IV)

Cuatro días, cuatro bacalaos y un borrador de relato mediterráneo

Enlace a bacalao y relato III/IV

Colorista y original presentación
Restaurante Fidalgo. Lisboa
A Dios pongo por testigo, por ponerme melodramático y peliculero, que he intentado no repetir una ciudad en el repaso de mis bacalaos predilectos. Pese a ello es tan grande la calidad y variedad de sus elaboraciones que me veo obligado a caer de nuevo seducido por Lisboa. Y de nuevo regreso al Barrio Alto, aun a riesgo de ser tachado de snob, para introducirme en un local de embrujo. El Restaurante Fidalgo es uno de los más clásicos de la zona. Ya reinaba el éxito en sus fogones antes de que la nueva bohemia vomitara su creatividad en el barrio. El caso es que ha sabido adaptarse al nuevo cliente con maestría pues, tras una remodelación, su aspecto es moderno, luminoso, cómodo y limpio, alejándose de la idea de taberna popular, abigarrada y caótica. Ha perdido diversión pero ha conseguido clase y cierto glamour, que alimentan las largas filas de clientes que esperan en la calle su venerada mesa. El único aspecto que ha permanecido inalterable es el mal genio del personal y el toque de su cocina. Presentan los platos con la mayor reverencia de Lisboa. El cuidado en el montaje es milimétrico. Aman sus productos y eso se agradece. La carta es mucho más corta de la de sus vecinos así como su clientela mucho más portuguesa. No esperen una noche temática de monótonos y melancólicos fados, pues aquí se viene a comer, no a llorar o a buscar amores y amistades eternas. Trabajan de cine el pulpo, el rodaballo, las sardinas y el vacuno en general. El elemento central es la parrilla y el mimo de las guarniciones, pero un servidor no se deja seducir tan fácilmente. Lo mío es el bacalao y mi elección estaba señalada de antemano.
Un vino blanco del Duero ameniza la espera
Nuestro bacalao a la portuguesa se ve transformado en el Fidalgo al cambiar las patatas cocidas por unas crujientes chips recién fritas. La cebolla no descansa a modo de lecho, sino que se integra con el pimiento para caer sobre un generoso lomo de bacalao no excesivamente desalado. El aceite de oliva virgen que inunda la base del plato ha sido aromatizado a base de infusionar buenos ajos. Sobre ese mar oleoso navega la pieza de pescado en su punto más óptimo.: jugoso y de fácil laminación. Calidad en el producto y su manipulación que no va acompañada de la hispana racanería. Allí a nadie le resultarán escasas las inmaculadas lascas en las que se desprende la tajada. Un buen vino blanco del Douro y un dulce y denso bolo para rematar serán la única compañía del plato. Y no se hagan los remilgados, es un delito no terminarse las rebanadas de pan de centeno a base de empapar el aromático y denso aceite de oliva.
Elevador de Gloria iniciando el ascenso

Ambiente modernizado conserva el sabor de antaño
Relato épico mediterráneo sin título (Parte IV/IV)
Pasados unos minutos los focos del vehículo iluminaron la escena temida. Dos agentes empujaban al joven hacia el coche del mismo modo que habían hecho con él minutos antes. Su aspecto desaliñado, con la larga melena cayéndole sobre el rostro y su manera de caminar renqueante le presentaban como la misma imagen del delincuente. En seguida pudo apreciar Hilario que sus manos estaban unidas entre sí por unas brillantes esposas. No habían tenido con su invitado la misma deferencia que con él. El lío que se les vendría encima en el cuartelillo descompuso el gesto del viejo. Debían prepararse para una noche larga.
Con los detenidos encerrados en el todoterreno, los agentes tuvieron que hacer varios viajes hasta que llenaron el maletero de sacos de plástico repletos de plantas de marihuana. La cosecha de aquel verano fue de las buenas. Sin apenas atención las plantas crecían y se enmarañaban entre sí. Pronto se llenaron de cogollos enormes que doblaban las ramas por su peso. Las hojas más altas comenzaban a amarillear y les iba llegando el momento de la cosecha, pero la visita inesperada de las autoridades había frenado el trabajo que llevaba a cabo todos los años por esas fechas. El sargento se acomodó en el asiento del copiloto sin mirar si quiera a la pareja. Uno de los jóvenes se puso al volante y el vehículo arrancó siguiendo a las cuatro motocicletas que completaban la comitiva.
Sumido como estaba en los malos presagios no se dio cuenta de las intenciones de su extraño acompañante. Unos metros antes de que llegasen a la curva que unía el camino del acantilado con la carretera hacia el pueblo dirigió la mirada hacia el joven esposado. Todo ocurrió tan deprisa que no fue consciente de lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde. Los ojos azules y penetrantes estaban serenos. Incluso más de lo habitual. Pero lo más extraño fue sentir una huesuda mano sobre la suya. El contacto le provocó una sensación de calidez que no era normal en aquella situación. Su corazón se apaciguó de repente sin ninguna razón. Un estado de placidez le inundó su, hasta entonces, cuerpo tenso. Pero, las esposas, pensó al momento. ¿Qué ha hecho con las esposas?
No le dio tiempo a pensar en ello, pues con un movimiento rápido, el joven se inclinó sobre Hilario, levantando los pies hacia el cristal de las ventanas. Con un golpe seco del cáñamo de las alpargatas éste salió disparado. Sacó el largo brazo por el hueco de la ventanilla antes de que los agentes pudiesen reaccionar y abrió la puerta desde fuera. La puerta se abrió de par en par, y la larga figura saltó con el vehículo en marcha llevando al viejo asido de la mano con fuerza. El golpe contra el suelo debió ser tremendo, pero Hilario no lo sufrió demasiado al caer sobre el cuerpo que tiraba de él. Rodaron unos metros por la cuneta mientras el vehículo seguía avanzando con los sorprendidos guardias civiles dentro. Cuando el todoterreno acertó a frenar ya estaban en pie corriendo en dirección contraria. Regresaron subiendo el camino del acantilado y sin decirse nada continuaron por la senda por la que solían pasear plácidamente en muchas ocasiones. Todo parecía más escarpado y agreste. Las espinas de los matorrales arrancaban la piel de sus pantorrillas y los afilados bordes de las piedras se incrustaban en sus pies a través del blando calzado. Escuchaban los gritos de sus perseguidores pero la distancia impedía entenderlos. De vez en cuando una ráfaga de luz de linterna aparecía sobre sus cabezas, pero el viejo dedujo que les sacaban bastante distancia. Esa noche la luna no fue su aliada, la oscuridad iba en aumento, pues aunque no las podían ver, unos negros nubarrones amenazaban sobre sus cabezas. Cuando llevaban un par de kilómetros corriendo hacia el Norte, Hilario se detuvo. El sobrealiento le impedía pronunciar palabra, pero el joven se dio cuenta de que las piernas del pescador no daban más de sí. No comprendió nunca de dónde sacó su amigo las fuerzas aquella noche, pero agachándose delante del viejo, le rodeó con sus brazos las piernas y acomodó su cuerpo sobre su hombro derecho. Se incorporó con energía y continuó con la carrera. Las primeras gotas frías no tardaron en llegar. Un gran relámpago iluminó por unos segundos las zancadas largas y precisas del fugitivo. La fría roca a un lado y el abismo del mar al otro. Su mirada al frente ignoraba los peligros de la angosta senda. Cada vez más rápido, cada vez más lejos. La tormenta que se tornó diluvio y las embestidas de las olas contra los riscos fueron las únicas espectadoras de la huida.

Buen plato para acabar la serie. A lo grande

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