miércoles, 26 de octubre de 2011

Bizcocho de carajillo de anís y Azafrán

Gula y Pereza: Bizcocho de carajillo de anís y Azafrán del Jiloca

Dos en uno: Gula por su sabor y pereza por
integrar el carajillo de anís y el Azafrán en su masa

Bizcocho de carajillo de anís

Ingredientes: (ocho raciones sencillas o cuatro pecaminosas)

Tres huevos
100 gramos de mantequilla
200 gramos de azúcar
100 ml de leche entera
100 ml de café expreso
100 ml de Anís del Mono
Un sobre de levadura química
300 gramos de harina de trigo
Media cucharada de Azafrán del Jiloca
Azúcar glas para decorar

Materias primas de calidad
Huevos de gallinas camperas

Amarillenta y untuosa mantequilla

Resultado cremoso




Elaboración:

Comenzaremos batiendo los huevos con el azúcar en un bowl grande con varilla, para que monte un poco. Una vez bien mezcladas añadiremos la mantequilla en pomada y continuaremos con el batido manual. Cuando esté bien integrado añadiremos el carajillo que habremos preparado a partes iguales con el café y el anís. Por último el chorrito de leche que clarifique el asunto y prepare la mezcla líquida para recibir los ingredientes secos. La levadura y la harina las iremos tamizando sobre el recipiente mientras removemos con las varillas poco a poco. Cuando hayamos añadido todas las cantidades apuntadas arriba, la mezcla debe quedar de un líquido muy espeso, casi cremoso. Es el momento de añadir el Azafrán bien molido a la crema.

Verteremos la masa en un molde engrasado con mantequilla al que habremos espolvoreado de harina e introduciremos en el horno precalentado a 170 grados durante 35 minutos aproximadamente. Haremos la prueba de pinchar con un palillo para ver si está cocido por dentro. Es importante no abrir el horno durante la cocción, pues podría interrumpir el proceso de levado y quedarse algo chafado. Cuando lo tengamos a punto, lo sacaremos a enfriar boca abajo, a temperatura ambiente, sobre una rejilla para que se enfríe de manera homogénea.

Empapado en un café con leche por la mañana, acompañado de un moscatel peleón a la hora del bocata o con mermelada de naranja amarga por la tarde el placer está asegurado. Aunque un servidor se lo cruzó por la noche después de cenar, que es la hora preferida de los pecadores, bien rociado con un chorrito de leche condensada para conjurar a los angelitos y que vigilaran mi placido sueño.

En su molde engrasado y enharinado

Resultado decorado.
No mencioné el anís
para no estantar a los cobardes


Justificación de la receta

Es bien sabido que los espíritus mediterráneos somos eminentemente pecadores. No en vano gestamos, desarrollamos y luchamos contra la religión que más ha teorizado sobre el tema. Añado que pertenezco a la primera generación que hemos querido ignorar los preceptos religiosos, por considerarlos una estafa para la humanidad, y un recurso de los poderosos para someter a la gente de a pie. Tenemos las cosas claras, pero hay un sentimiento del que no hemos sido capaces de deshacernos, el pecado. Cuando las hornadas de nuevos jovencitos sobrepasan cualquier barrera de las tradicionalmente consideradas decorosas, no son conscientes de su transgresión. El aburrimiento que provoca esa falta de referencias se proyecta en la sensación de apatía que demuestran constantemente. En nuestro caso la cosa es bien distinta.

Lo cierto es que el precio que pagamos es alto, pues buena parte de nuestros antiguos compañeros cayeron en brazos del catolicismo agonizante o de la heroína agonizadora. La esquizofrenia nos conquistó a fuerza de ignorancia. El resto sobrevivimos haciendo lo que creemos que hay que hacer, o las más de las veces lo que podemos. Ignoramos las posturas dogmáticas e intentamos no caer en demasiadas adicciones. Disfrutamos de cada transgresión porque en nuestro código genético llevamos grabadas a fuego las líneas, que la Iglesia prohibió cruzar cuando su poder temporal era mayor. Al pecar se activa un resorte en nuestro interior que nos advierte. Conectamos una vez más con nuestra madre Eva, y nos pitorreamos del timorato y aburrido Adán. Por culpa de ella, es cierto que parimos con dolor y debemos ganar el pan con el sudor de nuestra frente; pero también gracias a ella conocimos el placer de ir más allá de los límites permitidos. Pionera en el pecado, Eva se erige en nuestra santa patrona, y a ella va dedicado el pecaminoso placer que hoy traigo aquí.

Eva mordió la manzana y nos abrió
todo un mundo de placeres.
Adán miraba cobarde y atontado


Algún ajuste de cuentas con el pasado más negro me alegra el día de vez en cuando. A eso me puse la otra tarde cuando sentí la llamada del pecado. Si no hay pecado no hay emoción. Si no hay referencias que transgredir, no vale la pena el viaje, por ello, recordé la lista de los pecados capitales que me hacían repetir en la recién nacida escuela democrática. Institución donde convivían lo más carca de la sociedad tardofranquista con lo más juvenil e inexperto de la progresía panera, allá a finales de los setenta.
El que más me llamaba la atención por entonces era, sin duda, la lujuria, pero con el paso de los años y las oportunidades que da la experiencia, resultó ser un pecado algo soso comparado con otros. Una vez descubierto, gran parte de la mitología que la Iglesia me generaba contra él desaparecía. Bueno, no está mal. Un cigarrillo y a otra cosa, mariposa. Pero el mismo devenir de la vida me hizo algún descubrimiento sorprendente. Dos de los pecados que menos me tentaban en mi inocente infancia se revelaron como milagrosos. La gula y la pereza.

Los siete pecados según los vio un lúcido en su época
El Bosco (miembro ilustre de la cofradía de los pecadores)
Hoy pienso qué distinto sería el mundo si nos abandonásemos a su imperio y dictadura. Hermanos en la mesa y en la cama. Abrazados todos en la lucha final de los fogones y las siestas. Quizá el atractivo de ambos sea sencillo de escudriñar. Se trata de los dos pecados que más satisfacción física nos aporta, además de ser los que más cerca nos hace de estar en comunión con el cielo. Si Santa Teresa entraba en su legendario éxtasis a puro de meditación, nosotros lo hacemos con bandejas de mejillones y cremosas croquetas. Largas tardes de siestas y amodorramientos ante el televisor nos confraternizan con los leones del África más safarística. Panes untados por maduros tomates y toda la serie de embutidos del Ampurdán nos dejan temblando hasta límites paradisíacos. Si Eva mordió una triste manzana, los pecadores al borde de la cuarentena hemos aprendido a hacerlo con algo de mayor enjundia. Por ejemplo con un buen pincho de tortilla o unas finas lonchas de jamón de Teruel. El espíritu se eleva y abandona este banal mundo para caer rendido en una dulce orgía organizada y dirigida por los paganos dioses olímpicos.

El caso de hoy, el bizcocho de carajillo de anís, ofrece la posibilidad de pecar dos veces con una sola acción. La pereza de preparar un carajillo se supera integrándolo en la propia masa del bizcocho, mientras que la gula se apodera de nuestra alma desde el primer jugoso bocado. Basta con levantarse del sofá, rebanar una buena pieza de bizcocho y regresar a la posición inicial. Mínimo esfuerzo, máximo beneficio. Que trabaje Rita, o algún productivo alemán, que de ellos será el aburrido reino de los cielos. 
Con similitudes diabólicas, el mono nos reta desde su sabiduría.
Además ayuda a encarar las mañanas de invierno.
¿Pecado o servicios a la Comunidad?

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