lunes, 3 de octubre de 2011

Exposición individual de Paco Lafarga. Sala de Exposiciones Torreón Fortea


Paco Lafarga: el pintor de las pequeñas cosas 



Individual "Paco Lafarga" sala de exposiciones Torreón Fortea, c/ Torrenueva 25, Zaragoza. Del 5 de Octubre al 27 de Noviembre de 2011

Doy fe de la dificultad de escribir sobre alguien que a la vez que me deslumbra es un gran amigo. Comienzo confesando tal circunstancia en honor a la santa objetividad. ¿En que puede influirme su amistad a la hora de valorar su obra? Meditando sobre el tema ante uno de sus lienzos, descubrí que la relación personal que nos une verdaderamente influye en mi criterio. Pero no en el sentido que imaginaba, nada más lejos. El conocimiento personal del artista me incapacita para apreciar todos los matices de su mensaje. Al apuntar a la universalidad, resulta más sencillo para un observador anónimo desligarse de las ataduras de la cotidianidad de la que parte el artista. Y aun así el mensaje me acosa y me persigue, las imágenes asaltan mi mente en los momentos menos esperados. Detalles que no apreciaba delante de la obra me sobresaltan a la vuelta de la esquina. La causa objetiva no puede ser otra, el artista ha logrado trascender los límites del lenguaje pictórico, esto se denomina genialidad.

Detalle obsesivo

Apostado en tierra, envuelto en lodo, con manos temblorosas, cual joven Wittgenstein vomitando su tractatus entre la metralla de la I Guerra Mundial, nuestro pintor resiste tras la trinchera disparando sin apuntar hacia un enemigo demasiado poderoso: la inercia. La tradición manda, y cuando un artista despunta en esta ribera del Ebro, lo habitual es abandonarla e iniciar carrera en otros lugares más propicios. Nuestro Paco Lafarga se resiste. Cual travesía en el desierto, arranca pinceladas que iluminan el áspero panorama cultural aragonés, que lejos de aventurarse prometedor, se augura oscuro bajo la nueva dictadura que están desplegando sus nuevos gestores. A la cabeza el nuevo Director General de Cultura. Inculto; nada leído; desconocedor de cuanto se refiere a artes escénicas, por no hablar de las nuevas manifestaciones artísticas urbanas, que seguramente considerará terrorismo callejero; descreído de la labor impulsora de las instituciones; muy respetuoso, eso sí, de algunos textos algo más clásicos, no nos es difícil imaginar sobre su mesilla de noche un ejemplar de la Biblia y otro de Causa de la riqueza de las naciones de Adam Smith. Podría, en beneficio del interés popular, seguir las directrices que dicta su amada Escuela de Chicago y su gurú, el tantas veces sostenedor de dictaduras terribles Milton Friedman, suprimir su cargo, con inquilino incluido. Nos ahorraría un gasto enorme a los aragoneses, que siempre preferimos a la gente que es consecuente con su ideología. Aunque sea la del diablo. El tema da para mucho, pero la visita a la profunda cueva de lucifer será para otro día.
Cuerpos arrojados a espacios inquietantes.
Volviendo a nuestro pintor, quiero detenerme en primer lugar en el mensaje principal que nos transmite a partir de su obra. Como es habitual en todo gran creador, dicho mensaje va dirigido, como un torpedo, a la línea de flotación del espíritu humano. Pertenece, Paco, a ese reducto de hombres que en cada generación se vuelve a cuestionar sobre el verdadero objetivo de la vida. Y con una lucidez poco habitual en nuestros días, el artista confiesa en cada obra que desconoce la respuesta, pero su vida  discurre entre un intento y otro de resolver la incógnita. La originalidad de su obra, no está, por ello, en la respuesta, sino en el lugar dónde ha decidido buscarla: en las pequeñas cosas.  Paco despliega su mirada incansablemente en lo que nuestro querido y charnego cantautor denominó Aquellas pequeñas cosas, intentando un arriesgado salto mortal, desde lo más particular de nuestra experiencia vital, hasta la universalidad más atemporal y trascendente.
Pequeñas cosa cotidianas con vocación
de universalidad
Otro de los aspectos más destacables de la obra que nos ocupa lo determina el tono. La sensación que se adueña del espectador, tras un recorrido por la obra del joven zaragozano, es la de la melancolía. Pero lejos de responder a la añoranza por el recuerdo perdido en el tiempo, no es ahora la magdalena de Proust lo que nos causa el desasosiego. Lo que nos sume en la melancolía en este caso es la sensación de estar situados entre cuerpos y objetos que no podemos trascender. No podemos llegar a su esencia oculta, a la razón por la cual siguen estando ahí, retándonos sin más justificación que su propia existencia. Crea el autor un universo inaprensible y, sobre todo, indescifrable, compuesto de pequeñas cosas que observan al espectador obligando a éste a desviar la mirada avergonzado por su propia impotencia. Los escenarios sobre los que sitúa los objetos son reales, pero como en un lienzo de Chirico logra que nos inquietemos al internarnos en ellos. No busquemos más respuestas, porque no nos las ofrece, pero aun así su obra es grande. Y lo es porque ante ella nos envalentonamos al modo del profeta Zoroastro, que desde Alemania ya nos presentó un amigo hace más de un siglo. La típica crítica de un pintor realista sitúa al pintor en cuestión en una posición de luchador por no perder aquel instante concreto que jamás volverá a repetirse. No es éste el caso. Paco va más allá. Presenta una visión del ser humano como un espíritu impotente y desencantado, frustrado ante el abismo de la realidad inexplicable como el cansado Zaratustra de Friedrich Niezsche. El pensador alemán, de manera muy gráfica, nos describe como un profeta en ciernes identifica al astro sol como la fuerza capaz de explicar el sentido de todas las cosas que ilumina. Pero se trata de una fuerza mutilada trágicamente, pues cada día, antes de la victoria sobre su mundo, se ve obligado a desaparecer por el horizonte. Del mismo modo el personaje decide iluminar a sus congéneres, pero como se anuncia ya al final del prólogo, su viaje tiene un destino inevitable: el ocaso.
Añadir leyenda

“Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.»
- Así comenzó el ocaso de Zaratustra.”
Así habló Zaratustra, Fiedrich Niezsche
El autor y su obra


Tras pasar por el mensaje y el tono nos sumergimos ahora por completo en la obra. Paco despliega con sus pinceles y carboncillos un universo de laboriosidad, generosidad, intimismo y mirada tímida que resulta evidente su descendencia en cuanto a influencia de los grandes pintores realistas como Antonio López, José María Serrano, Andrés García Ibáñez o su propio mentor personal, Golucho (http://www.lagallinaciega.com/). Pero a diferencia de los grandes popes, nuestro autor muestra de manera más incisiva una particularidad: la honradez. Con una sinceridad que asusta, Paco no sólo no trata de esconder su estado de constante búsqueda e investigación estilística, sino que nos muestra el resultado de la misma sin complejos ni temores de quien tiene mucho que perder. Lo maravilloso de este aspecto es bucear en los vaivenes técnicos que se suceden por su obra. Algunos de los variopintos  elementos que podemos encontrarnos en un recorrido por su producción irían desde pinceladas impresionistas que inciden hasta la locura en el impacto de la luz sobre los objetos hasta otras definidas al extremo que recuerdan el trabajo de los pintores primitivos flamencos cuando se ejercitaban en aquellas filigranas sobre tablas. En ocasiones utiliza una técnica expresionista en la deformación de rasgos y cuerpos que inclinan al espectador hacia posicionamientos extremos y calculados. No es ajena a su obra la cualidad fauvista del uso del color subjetivo, que lejos del que muestra la realidad, nos transmite mensajes codificados y efectivos al modo del afortunadamente enloquecido Henri Émile Benoit Matisse. El juego de texturas casi nos transporta al París de las primeras décadas del XX, cuando la introducción de rasgados, extraños materiales y grandes masas de rugoso óleo, daban juego a unos todavía enloquecidos creadores. Una de las novedades en la obra reciente es la búsqueda de nuevos puntos de vista y enfoques, que nos evoca ambientes cinematográficos. Es en esta característica donde el autor muestra de manera más clara uno de los rasgos más agudizados de su personalidad: la timidez. Como nos mostró de manera magistral la reciente exposición en La Lonja (http://geeksdigme.blogspot.com/2011/07/jacques-henri-lartigue.html) del fotógrafo Jacques Henri Lartigue (1894-1986), la timidez ante ciertos aspectos de la realidad, que en ambos casos muestran ante la mirada femenina, se resuelve en un enfoque típico de voyeaur. Aparece la persona que goza con la mirada escondida. El artista desaparece para su modelo, abandonándola a su condición contingente. El recurso al enfoque forzado, sea desde abajo como un conejo agazapado o desde arriba como un insecto que trepa por una pared, acerca a Paco a un Degas que se entromete, sin interrumpir en la intimidad de aquellas bailarinas. La transformación del punto de vista hacia posiciones próximas al expresionismo alemán no sólo añade inquietud a la escena representada, sino que afecta al sentido mismo de lo representado. En la primera mitad del XX ya se establecieron teorías científicas que demostraban que el observador determina el resultado del experimento con su propia presencia, y en el mundo del arte décadas después, sólo algunos casos como el que hoy tratamos se han dado cuenta del hecho.
Impactos lumínicos con consecuencias sorprendentes 
Así que poco queda por detallar en cuanto a las influencias de Paco Lafarga. A las evidentes deudas contraídas con sus compañeros de la generación anterior, el pintor suma sus experiencias de aproximación a la casi totalidad de estilos a lo largo de la historia, añadiendo sus coqueteos con otras artes, como el cine o la fotografía. La poesía no le es ajena, y no por motivos etéreos, pues es un hábito el iluminar muchas de sus pinturas y dibujos con unos versos, más a modo de protesta grafitera, que aclaratorios del mensaje. La sensación es que sobre el sólido y limpio urbanismo de su obra, los cuadros se ven violentados por una banda callejera, que con bote de spray en la mano, expresan sus dudas sobre lo perenme de la obra. Le recuerdan que el sol no ilumina desde el zenit eternamente, pues pese a todo su poder iluminador nada puede frenar la llegada del ocaso que cubrirá su manto sobre el universo. Quizá influido por su propio mensaje, que presenta un ser humano incapaz de apropiarse de los objetos y cuerpos de su entorno, Paco jamás se rinde. Rara es la vez que de por finalizada una obra. Vuelve a cada una de ellas periódicamente para comprobar una vez tras otra que nunca las sorprenderá desprevenidas. Las murallas que nos impiden penetrar en las esencias del mundo están demasiado enraizadas. Valiente, el artista se mantiene vivo gracias a la lucha, pero el duelo contra su obra es desigual. La sonrisa del gato de Cheshire es lo único que encontraremos si avanzamos demasiado. 


No es, por lo tanto, la amistad la que me hace intuir que el visitante podrá disfrutar con la exposión monografíca sobre Paco Lafarga, que tendrá lugar a partir del día cinco de octubre en el Torreón Fortea. A buen seguro, para los ciudadanos de esta ingrata urbe será una de las últimas ocasiones de disfrutar de la promoción de un artista local. La nueva Dirección General de Cultura cerrará la puerta de las oportunidades de promoción a nuestros jóvenes creadores en nombre del libre mercado. El candado será grueso y herrumbroso, y no creo que la administración municipal actúe como cerrajero y nos ayude en la promoción de nuevos valores.
Perspectivas y enfoques particulares

Juegos de color subjetivo

Ejercicio de texturas

Composición expresiva

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué bonito David. gracias. Paco