lunes, 31 de octubre de 2011

Pajaritas y mediterraneidad: la mejor opción, la abstención

Pajaritas y mediterraneidad: la mejor opción, la abstención

Aires orientales, infantiles y mágicos en el parque oscense
Andaba buscando el otro día argumentos para volver a engañarme de nuevo y acudir a votar el 20 N. Incluso en este foro proclamé con alegría el descubrimiento de una opción que comenzaba a tentarme con sensualidad. Pero eso quizá llegue en otro momento. Esta vez no.

En anteriores ocasiones traicioné mi apoliticismo visceral manipulando vilmente mi conciencia. Todas y cada una de las veces que me he saltado mi principio abstencionista me he arrepentido desde el mismo momento en el que introducía la papeleta en la urna. Pero no es esta la razón por la que sé que ninguna treta logrará sacarme de mis trece. Dos hechos recientes han fortalecido de tal modo mi vena anarquista rancia, que nada ni nadie podrá llevarme dentro de unos domingos camino del triste colegio electoral. El primero me lleva a la determinación por la vía sentimental y estética, mientras que el segundo lo hace por el camino de la razón y la ideología política.

Ramón Acín según visión de José Luis Cano

La primera de las armaduras contra la tentación electoralista, me ha caído como llovida del cielo, con motivo de una inocente visita turística a mi vecina Huesca. Una pareja de la capital del Ebro, hastiada de recorrer los mismos bares, se acerca a ver si encuentra más alicientes en los oscenses. Como hay que ganarse el almuerzo, deciden recorrer primero las calles de la mano de una guía municipal. En dos horas, Monasterio de San Pedro el Viejo, Catedral, Ayuntamiento y Museo; casi nada. El caso es que al pasar por delante de la casa en la que vivió y trabajo Ramón Acín, a un servidor se le puso un nudo en la garganta. Tanto que en ese momento me comprometí a llevar a cabo dos tareas: visitar su obra emblemática en el parque de la ciudad e investigar un poco sobre las circunstancias de su asesinato. Así que al terminar la visita, los zaragozanos se aventuran en el parque entre la melancolía que deja la ausencia de los pavos reales, que décadas atrás alegraron sus paseos dominicales. El rincón de las Pajaritas estaba desierto pero el ambiente era mágico. La luz penetraba entre los claros de los árboles en líneas tan rectas como las de las esculturas. Formas puras, geométricamente infantiles, integradas en una naturaleza salvajemente oriental. Al momento creímos estar paseando por los jardines del emperador en Kioto. El artista creo un mundo que décadas después sigue cautivando al visitante. Basta con sentarse unos minutos ante las enfrentadas esculturas para que el niño que llevamos dentro se despierte del letargo. El código secreto que maneja en sus formas actúa como un conjuro que ahuyenta la malicia y el egoísmo que nos convirtió en adultos sin darnos cuenta. Dominando el lenguaje de la infancia y la inocencia, el artista nos continúa animando a no ceder en lo importante de la vida: la búsqueda de la felicidad.

Salomé se retuerce en su sensualidad en un capitel del claustro de
San Pedro el Viejo de Huesca
Visita obligada
Así que con el espíritu más libre y libertario gracias a la experiencia, me faltó tiempo para documentarme sobre los últimos días de la vida del artista y pedagogo aragonés. Leí datos biográficos, consulté su obra y etapas, encontré algunas de sus aventuras como periodista, divulgador e ilustrador. Como suele ocurrirme en tantas ocasiones, me avergoncé por el desconocimiento que tenía de una figura tan esencial en nuestro pasado. El pecado es mayor en mi caso, pues aunque descreído y cínico uno es historiador de formación y de profesión, así que durante unos días fui acumulando documentación sobre el personaje. Tanta que llegó a cubrir a modo de sábana toda la superficie de mi cama y me alejó de la programación televisiva que utilizo para atontarme cada noche a modo de Orfidal. Me facilitó la labor la excelente página web de la Fundación Ramón Acín y Katia Acín (http://www.fundacionacin.org/) , pero será un texto literario de Víctor Juan el que me llevará a recrear el sufrimiento de tantos asesinados en el oscuro verano del 36. Lo aporto como testimonio para quien quiera consultarlo:          

"Ramón Acín no pudo resistir la imagen que construía con los sonidos que llegaban desde la habitación de al lado. No hay sufrimiento más cruel que el sufrimiento imaginado. Y salió de su refugio. Allí, en el pequeño habitáculo que le había servido de escondite, quedaron, esparcidos en el suelo, papeles de distintos tamaños con las últimas palabras, con los últimos apuntes que hizo durante los días que estuvo escondido. Y junto a los últimos apuntes, en el suelo, quedó la última pajarita que fabricó, una pajarica que sus dedos hicieron maquinalmente, doblando y desdoblando distraídamente una hoja de papel mientras en su cabeza sonaba La última rosa del verano, la hermosa melodía que acompañaba los giros de la pajarita de la caja de música que encandilaba a Katia y a Sol. Aquella música mezclaba la ternura y la tristeza, la tristeza de la separación y la ternura de los últimos besos. Era una melodía que retrataba la belleza de lo efímero, la necesidad de aprovechar el momento porque todo se pasa casi sin sentir, y porque la belleza es siempre demasiado breve. Era la misma canción que le acompañó durante su exilio del año treinta, tras el fracaso de la sublevación de Jaca, cuando se instaló en París. Tarareaba esta canción cuando al atardecer paseaba por le bois de Boulogne, por los jardines des Tuillèries o sentado en uno de los bancos junto al Sena, en le Quartier Latin, a la sombra de la catedral de Nôtre Dame, cuando acudía a visitar a alguno de sus amigos pintores que se habían instalado allí o cuando dedicaba la tarde a curiosear entre los puestos de los libreros de lance. Ramón Acín miraba el agua mansa del río e imaginaba a Katia y a Sol jugando con la caja de música. Imaginaba sus ojos abiertos y su sonrisa, mientras la pajarica bailaba una danza infinita. Era la misma melodía que le acompañó en aquella celda que compartía con otros cuarenta y siete hombres cuando escribía una carta dirigida a sus hijas, una carta en la que dibujó una palomica que salvaba las rejas de la ventana de la prisión y volaba libre, llevando un mensaje de amor para Katia y para Sol.
Somos la música que escuchamos y Ramón Acín proyectaba esa doble mirada sobre la realidad, una mirada melancólica y tierna. Anidaban en su interior la ternura de sus manos acostumbradas a dar vida al barro, al papel, al lienzo, a la piedra y al hierro, y la melancolía, la misma melancolía que despertaba en él el baile de la pajarica al compás de La última rosa del verano. La última.
Cuando vieron aparecer a Ramón Acín en la sala, se abalanzaron sobre él, apenas le dejaron respirar. Llevaba puesta una chaqueta de pijama. Por el bolsillo asomaban los lápices de colores que le acompañaban permanentemente, unos lápices que eran sus herramientas y sus únicas armas. No dejó de mirar a Conchita ni un instante, a pesar de los golpes, a pesar de los insultos. La miraba como si ella pudiera leer su mirada y él pensaba que nunca la había amado tanto.
Los vecinos que presenciaron cómo sacaron a Ramón Acín y a Concha Monrás de su casa no pudieron olvidar, mientras vivieron, los estremecedores gritos y el llanto de Sol y Katia. No pudieron olvidar su propio miedo, un miedo amargo que atenazaba sus gargantas y les robaba la voluntad. Y tampoco pudieron olvidar su vergüenza al escuchar algunos aplausos, insultos y abucheos. Eran “los buenos vecinos de Huesca” que escribiría Max Aub en La gallina ciega, que celebraban la detención de Ramón Acín.
Aquella misma noche del 6 de agosto fue asesinado. Indefenso, solo, apaleado, maniatado, destrozado por el llanto y los gritos de Conchita y de las niñas, mutilados los sueños, sin palabras, con la boca seca y la cabeza a punto de estallarle. Se enfrentó en solitario al grupo de asesinos que lo llevaron a las tapias del cementerio de Huesca. Conocía a todos aquellos hombres convertidos en bestias. Después de tanto dolor, sólo conservaba la dignidad de su mirada.
Sonaron los disparos y la sangre se mezcló en la tierra. Se apagó la luz y las manos creadoras se quedaron para siempre quietas y los labios inertes y la mirada rota...
Concha Monrás fue fusilada, junto a otros 97 republicanos oscenses, el día 23 de agosto de 1936.
Algunos años más tarde, el sepulturero indicó a la familia el lugar preciso donde estaba enterrado Ramón Acín. Cuando exhumaron sus restos encontraron la camisa de pijama que llevaba puesta cuando lo arrancaron de su casa. Por uno de los bolsillos asomaban los lapiceros de colores que eran sus herramientas y sus únicas armas".

Fragmento de la novela de Víctor Juan Por escribir sus nombres. Zaragoza, Prames, 2007.

Lapiceros de colores contra las balas. Ese era el mensaje que extraje del fragmento. Recordé la armonía del mundo que sentí días atrás en el parque. La obra del ser humano en su cotidianeidad puede ser pura, bella, natural, perdurable y positiva. Yo me quedo con ese aprendizaje. No mancillaré mi recientemente limpiada conciencia con mi voto a un partido. La realidad puede y debe ser mejor. Pajaritas de colores contra las papeletas. La interpretación es subjetiva, pero es la mía.

La segunda experiencia que me lleva a decidirme por el abstencionismo es de carácter algo más prosaico y racional, pero no es menos contundente. Será de nuevo un texto el que active mi resorte apoliticista y me ponga en guardia ante posibles ataques de seducción del sistema político que nos embruja. La referencia es Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España, Coord. Julián Casanova. Crítica, colección Contrastes. Barcelona, 2010. El capítulo dedicado a la filosofía política del anarquismo español lo trata el profesor José Álvarez Junco y es el que me interesa rescatar aquí. Trata el autor de sintetizar en apenas una veintena de páginas las claves del pensamiento anarquista, que ha tratado con mayor profundidad en otros estudios. Establece las fases del desarrollo como pensamiento y como movimiento. Dedica el grueso del estudio a diferenciar entre el anarquismo de corte más individualista y teórico del anarcosindicalismo posibilista y organizado. Diserta sobre sus distintos métodos de acción, destacando el apoliticismo como característica medular del pensamiento. Inserta en movimiento dentro de un contexto internacional, separándose de la visión romántica y simplista tradicional en la historiografía clásica. Ninguna novedad importante en un ejercicio sintético muy recomendable para un primer acercamiento al tema. El tono es divulgativo y pese a la tradicional mala pluma de la historiografía española frente a la anglosajona, se lee bastante bien y la línea argumental es clara y más que aceptable.

En primer plano Álvarez Junco, autor del capítulo, junto a
Julián Casanova, coordinador de la obra
Lo que verdaderamente me metió una bomba de relojería en el cuerpo lo puede encontrar el lector en las dos últimas páginas del estudio, donde Álvarez Junco se dedica reflexionar sobre el manido tema de las causas del triunfo de la versión anarquista frente a la marxista dentro del movimiento obrero español. Desecha las visiones románticas centradas en argumentos como la idiosincrasia nacional y otras cuestiones de carácter etéreo. Por otro lado se aleja de la visión más ortodoxa de los historiadores sociales que todo lo atribuían a especificidades estructurales. El autor nos sumerge en nuevas variables que ayudan a comprender el fenómeno como algo más complejo. Otorga a los rasgos morales y religiosos un papel con una importancia mayúscula. El ambiente cultural español de los siglos XIX y XX “se caracterizaba por un bajo nivel de alfabetización y un abrumador protagonismo de la Iglesia Católica”. Pese a la pérdida de influencia y credibilidad de la Iglesia, no se había eliminado la mentalidad religiosa y el catolicismo fue reemplazado por otras promesas redentoristas. Nos recuerda que alguien tan autorizado como Gerard Brenan llegó a afirmar que el anarquismo era el protestantismo español. El prestigio de los dirigentes del movimiento y sus figuras míticas se basaba “en su rigor moral y vida austera más que en la profundidad o brillantez de su pensamiento”.
El párrafo esclarecedor donde profundiza la conexión de las propuestas anarquistas con la civilización en la que florecen reza así:

“No pretendo explicar el anarquismo español solamente a partir de estos rasgos morales y religiosos. Ese tipo de moralismo existió en otras corrientes. (…) Pero los anarquistas fueron especialmente intransigentes con cualquier acomodación o concesión ante una realidad política y social que creían intrínsecamente perversa (…) Por otra parte, el anarquismo no sólo se caracterizó por el moralismo, sino por heredar una serie de mitos escatológicos ancestrales en los que habían creído los habitantes del mundo mediterráneo durante siglos o milenios. Entre estos viejos mitos, que sin duda encuentran ecos también, en menor medida en otros movimientos políticos radicales, podríamos mencionar un planteamiento de tipo redencionista y apocalíptico. Uno puede encontrar en los textos anarquistas muchas referencias a una lucha entre dos grandes poderes que ha inspirado los conflictos sociales a lo largo de los tiempos: el progreso, la libertad o el pueblo, enfrentados con la reacción, la autoridad o los privilegiados. No es descabellado ver en ellos reencarnaciones de las viejas divinidades del bien y el mal, dos polos éticos una vez más a punto de enzarzarse, o enzarzados ya en este momento, en la gran batalla final. Lo cual habría de conducir al triunfo del bien y la erradicación definitiva del mal en el mundo, pues así lo garantizaba la ciencia –La “palabra de Dios” contenida, no en la Biblia, el libro por antonomasia, sino en “los libros”, a los que con tanto respeto se refieren los analfabetos”.

Por fin un científico, y de reputación reconocida, se refiere al aspecto cultural mediterráneo. Reconoce un bagaje cultural fruto de la acumulación de vivencias de una civilización que va más allá de las actuales fronteras nacionales. Como fiel continuador de una de las maniqueas tendencias que cita el autor, la del bien; me reafirmo en la no participación en enfrentamientos electorales. La gran batalla se avecina, y recuperando mi ancestral conciencia milenarista, la espero camuflado en la ironía. El ejército de los hombres buenos está comenzando a moverse, y no será un domingo de noviembre el día señalado para que desate su furia, ni una papeleta su fuego purificador.

Continuará (A buen seguro)

Y para brindar por los mejores, descorchamos
lo mejor de lo mejor
Legum, garnacha
Cariñena

1 comentario:

Liacice dijo...

¡Qué entrada tan cargada de razón!. Cada jornada electoral trae consigo el mismo dilema. Me han encandilado tus esclarecedores argumentos. Muchas gracias por ofrecérnoslos así, ya digeridos, analizados y sintetizados. Son fantásticos y podría perfectamente apropiármelos para justificar mi opción. Pero no puedo. No son los míos -y, por eso-, no me sirven. Cada uno debemos buscar nuestras propias razones para votar, para hacerlo por uno u otro partido e, incluso, para no hacerlo. Las nuestras, sin dejarnos llevar por falacias o verdades ajenas, da igual que sean colectivas o individuales. Si no las sentimos como nuestras, acabamos por claudicar, votando sin la necesaria reflexión. ¡ME pongo a ello que el veinte está aquí, ya.
Además, ha sido estupendo recrear el paseo y la estancia reposada en el Parque oscense. ¡Lindas, lindas, son las pajaricas!. Y, tus palabras no han hecho más que darles aún más brillo. ¡Relucen estupendas con tu patina emocional!. Pasear por Huesca es siempre fantástico pero Periferias -este año- se me escapó. Así que agradezco tu incursión. Respecto a lo de sentir la punzada de la ignorancia, asaetada por completo estoy. Desconocía la vida de Acín. Tan triste y descarnada como la de tantos muertos en la contienda maldita pero tan cargada de simbolismo en tu respetuoso homenaje. ¡Han despertado mis ganas de saber más sobre él, sobre su mujer, sus hijas, sus convecinos asesiandos. Como de costumbre, un placer aprender contigo, profesor.