viernes, 20 de abril de 2012

Arròs a banda en Casa Nuri (Delta del Ebro)


Arròs a banda en Casa Nuri (Banda sonora del Delta del Ebro)

La meta tenía forma de farolillo limonero
Sin comerlo, ni beberlo me vi ahí, en bicicleta, con el estado de conciencia alterado por culpa de dos botellas de blanco D.O. Terra Alta, pedaleando los treinta últimos kilómetros de vida de nuestro río Ebro. Por ello, más bien recomiendo no hacerlo, pero por el momento, a mí, que me quiten lo “bailao”. La historia que me llevó a tan humillante escena comenzó a golpe de determinación. Por circunstancias que no vienen al caso, me prometí a mí mismo llegar hasta la mismísima desembocadura del río, montado en una bicicleta, desde su capital, Zaragoza. Como buen aragonés de secano, la tozudez pudo más que la carencia de piernas y energías, y tras multitud de pueblos, barrancos, empinados puertos, botellas de vino y bocadillos de longaniza, ahí que me presenté. Como necesitaba un aliciente extra para insuflar oxígeno a cada pedalada, mi imaginario se iluminó con una promesa de final de ruta: comerme el mejor arroz a banda que se puede degustar en toda la costa mediterránea. Es sabido, por los iniciados, que desde hace décadas, Casa Nuri es el restaurante que ha perfeccionado esta técnica hasta límites inimaginables. Seis días después, ahí estábamos la comitiva arrocera aragonesa, dispuesta a conquistar su trofeo.
Mis recuerdos se dispararon desde la misma recepción
Mi comedor de antaño me aguardaba
Aquella última jornada vimos salir el sol en un hotelillo de Amposta, localidad situada a unos treinta kilómetros del final del recorrido. El viento nos azotó de cara durante cada uno de ellos. Ni siquiera la acogedora localidad de Deltebre nos amparó del Dios Eolo, así que sin hacer pausa alguna nos presentamos en el farolillo amarillo que señala la desembocadura del Ebro. Paramos a echar las consabidas fotos de triunfo y celebrar la proeza a golpe de cervecitas en el bar de la urbanización Riumar, que aloja el final oficial de la GR99, que es como se denomina oficialmente al Camino Natural del Ebro.
Día gris para un paisaje de ensueño
Durante todo el pedaleo de la etapa mis nervios fueron en aumento por dos motivos. El primero era la proximidad creciente del final del camino y el consiguiente arroz que acarreaba la proeza, y por otro lado la ansiedad me asaltaba porque mi memoria fue rescatando del olvido una melodía que se apoderó de mis sentidos hasta conformar la banda sonora del día. La tonadilla venía al caso por catalana, alegre, festiva y simbólica de lo que allí se estaba cociendo. Habla de amor, de compañía, de sonrisas, de abrigos, de penas y del río. Como conclusión del viaje puedo decir que perdí kilos y dignidad, pero gané conocimiento de una tierra dura y bella y una nueva amistad, la de mi Ebro. Hasta entonces era alguien que siempre estaba ahí, discurriendo bajo los zaragozanos puentes, engalanado para posar en la cutre y repetitiva foto junto a las consabidas torres del, no menos cutre, Pilar. Hoy ya representa algo más para mí. Una idea de transcurso del tiempo y el espacio. Y no hablo de ninguna nueva teoría de la Física, sino de la propia idea de porvenir. Ebro como futuro, como meta, como sentido final de quienes vivimos en sus riberas. Ilumina con reflejos nuestros sueños, se traga muchas de las angustias que nos ahogan en sus profundos pozos, acompaña nuestros días renovándolos con nuevas aguas, arremolina odios y envidias embarrándolos en su pastoso lodo y, sobre todo, nos acompaña inmutable en la vida y nos aguarda como referencia de todas nuestras huidas, que siempre terminan en un regreso a casa. Dusminguet, una banda catalana con vocación mestiza y universal, nos canta una de las claves de nuestro amor al Ebro. Generosamente se traga nuestras penas, liberándonos de muchas cadenas en un gesto redentor. Viu, viu y la pena al riu (vive, vive, y al pena al río). Una banda sonora del Delta que no vendría mal recordar en momentos de angustia.
Los alrededores de Casa Nuri urbanizados en exceso
Banda sonora del Delta de Ebro


El teu amor
és son
és mort
és dolç
és calor
és son
és abric que mata
és abric que adorm
és abric que em fon.

Ionqui d’amor sóc
el meu cos vesteix de dol
un somriure per asar la nit
demà et deixo, et deixo al llit
de la suite.

El teu amor m’adorm
emxucla, em torna enrere dins del ventre.

Ionqui d’amor sóc
para nano que això mata
que la vida no t’enganya.

Viu, viu i la pena al riu
Viu, viu i la pena al riu…

El teu amor es trist
sempre taca com la daga
el teu amor no emvol
sempre mata quan m’atrapa.

Marca de la casa.
El aspecto masiero ha desaparecido,
pero conserva el secreto de un buena cocina
Restaurante Casa Nuri

Reconozco que mi regreso al arroz a banda del Delta no comenzó como yo esperaba. Uno idealiza los recuerdos lejanos de un modo que siempre defraudan cuando tornan. Pero no creo que fuese esa la razón del mal presentimiento que sentí al volverme a plantar dos décadas después ante las puertas de Casa Nuri. Sin duda el establecimiento estaba muriendo de éxito. Aquello más parecía una feria cutre para guiris que el gran restaurante que recordaba. Tenderetes de baratijas, autobuses vomitando turistas, familias domingueras, chancleteros variados, tragaldabas con bocas acostumbradas al fiemo, decenas de camareros a la caza del cliente, ampliaciones no muy acertadas del comedor original, en fin, todo un cúmulo de despropósitos que a punto estuvo de hacerme desistir de mi idea de darme un homenaje a la salud del río. Y menos mal que no me eché atrás ante las aberraciones que veía a mi alrededor. La comida resultó de ensueño, la bebida mejor, y la esencia con la que trabajaban hace más de veinte años se conserva intacta.
Ayudó al deleite el hecho de conseguir mesa en el comedor acristalado que recordaba. En el mismo lugar donde celebraba hace siglos los acontecimientos alegres de mi familia. Muchos buenos momentos de otra época, casi de otra vida había disfrutado entre sus paredes. Me invadieron, de sopetón, todos los recuerdos que tenía atados, y bien atados, en mi endeble baúl de los recuerdos. Las bisagras saltaron oxidadas ante el empujón y volvieron a mí imágines que arrinconé, con intención, hace mucho, demasiado tiempo.
El primero de los all i oli y la primera botella de refrescante Terra Alta
Propuestas: Lo cierto es que nada en la carta tiene desperdicio, pero mi recomendación se centra en los productos típicos de la zona. El Delta destaca por sus arroces, cuyos cultivos el comensal puede disfrutar en la ruta hasta el restaurante. Otras sugerencias serían la famosa anguila, propuesta en varias versiones tradicionales, y el pato, ave autóctona de la zona. Pero si he de ser sincero, pasar por Casa Nuri ignorando el arroz a banda es un pecado imperdonable. Basta con ver los precios de la carta para que un evidente desfase nos llame la atención. Los precios de todos los platos son, en principio, moderados, y resultan, incluso, económicos a la vista de los platos sobre la mesa. Las raciones son abundantes, los productos de primera calidad y siempre frescos y el servicio muy profesional. Tres argumentos de peso a la hora de valorar los precios. Pero destaca una excepción inexplicable. Si todos los arroces rondan los diez o doce euros según sean sus ingredientes, no parece normal que el humilde a banda cueste el doble. Pero quien no conozca la tradición y decida no aventurarse se perderá la sorpresa que se esconde bajo esa denominación. El arroz a banda tradicional es una receta de arroz seco, tipo paella, que se prepara con un caldo profundo de pescado de roca muy sabroso y espinoso. Una vez preparado el caldo, se retira el pescado para cocinar con él el arroz. Se suele servir el pescado, una vez ha soltado sus fuertes sabores, separado del arroz que queda límpio en el plato y acompañado de un buen all i oli. Pues bien, esta idea se ha retorcido en Casa Nuri, ya que el arroz cocido a base de un buen caldo, no llega acompañado del insulso pescado original, sino de una enorme mariscada escrita con letras mayúsculas. Mejor pasemos a ilustrar punto por punto lo que ahí se guisó para nuestro deleite.
Embotellada para la casa con una dignidad y precio increibles

Web de la D.O.: http://www.doterraalta.com/#/home
Entrante: Si se va a optar por el a banda, lo mejor es no pedir ningún entrante. No sólo no es necesario, sino que es casi contraproducente, porque a una persona de capacidad engullidora normal le costará terminar todo. Y es una pena ver llevarse el arroz de la mesa por no poder acabarlo. Lógicamente a nosotros no nos pasó, pues hay tragaderas para eso y mucho más. De algo tiene que servir el disciplinado entrenamiento en comilonas y ágapes variados que seguimos desde hace años. Sabedores de nuestra gran capacidad estomacal y por aquello de amenizar la espera, solicitamos unos excelentísimos chipironcitos con alcachofas que siempre guardaremos en nuestro corazoncito. Un acierto tremendo por lo original de la combinación y por un toque picantón muy osado y agradable. La aceitosa salsa y la tierna miga del pan pusieron el colofón a la propuesta.
Todavía sueño con hacer submarinos de esponjoso pan en esa salsa
Arroz a banda: Y sin más distracciones llega la hora del arroz más grande. La madre de todos los arroces secos, a banda. El orden de servicio es el lógico. En primer lugar la gran bandeja de marisco y pescado, que durará en la mesa el tiempo suficiente para preparar el arroz. Resulta obvio, que el caldo con el que se prepara el arroz no proviene de la cocción de estos manjares, que sepresentan bien enharinados y con el punto justo de plancha para que no pierdan su sabor. Un truco para simular la idea original, que se agradece, pues cambiar una montaña de pescados ya exprimidos por una colosal mariscada es algo de agradecer. Preparándose el arroz, transcurrirán veinte minutos de demora en los cuales se sucederán gambas, cigalas, almejas, mejillones, doradas, lubinas, anguilas, salmonetes y unas curiosas patatas hervidas en el mismo caldo y empapadas hasta su corazón de toda la sustancia de pescados y mariscos. Todo ello acompañado por largas tiras de pimiento rojo y una salsa marinera con tomate muy espesa, que sustituye a una posible romesco que ya hubiese sido el acabose.

Tras la entretenida tripada llega la hora de la verdad. En una paella, como debe hacerse, llega a la mesa el arroz, que será soltado ante la vista del comensal y repartido en raciones generosas. La cantidad parece inabarcable, pues tras un primer plato por barba, quedaba en la paella otro tanto al que darle matarile. Hoy confesamos que pudimos con todo, pero la verdad es que no sé cómo. Lo que a buen seguro ayudó a la proeza fue el dignísimo vino de la casa y la doble ración de all i oli que nos acompañó. Aunque estábamos a punto de reventar, fuimos capaces de distinguir en el arroz, lo mejor de toda la comida. Presentaba un  punto ideal, ligeramente al dente, pero con la cocción suficiente para empaparse del sabroso caldo de pescado. La facilidad con la que se come un arroz desnudo de tropezones es inmensa y peligrosa. Sin darse cuenta, uno está finiquitando el segundo plato repleto de dorados granos. El vino blanco, elaborado con su tradicional garnacha blanca, de Terra Alta ayuda a pasar cada embestida de arroz, y limpia el paladar para volver a apreciar la siguiente. Un excesivamente suave (no se puede ser perfecto) all i oli revuelto entre los granos les aporta una cremosidad que envidiaría cualquier vulgar risotto italiano.
Interminable, generosa, sabrosa y opulenta mariscada de acompañamiento del arroz

Humildad, el mayor tesoro del más sabroso de los arroces
(Dos de éstos por barba, sin concesiones a la moderación, dan fe de ello)
Postre: Lo cierto es que me da vergüenza reconocer que pedimos postre, pero tenemos la mala costumbre de terminar siempre con una crema catalana cuando acudimos a un restaurante de esta tierra. Lo contrario sería perder una oportunidad de oro. Ante la mira de asombro de los camareros y de los comensales de las mesas de al lado nos comimos golosamente las cremas acompañadas de un café bien cargado. Terminar con dulce un festín es obligación de toda persona digna de considerarse tal.
Pena de la triste nata de bote.
No era necesario disimular nada, la crema era decente.
Regreso a casa: Perdida la dignidad, la vergüenza y el equilibrio, decidimos pagar y salir del restaurante con la misión de encontrar en los tenderetes, junto al embarcadero, el souvenir más horrible que pudiéramos encontrar. Si se trata de ser cutre, hay que serlo a lo grande. Un termómetro de mercurio engarzado en un ancla marinera de resina y dos ceniceros fueron los elegidos. Los treinta kilómetros de regreso a Amposta los pedaleamos entre efluvios de Terra Alta y viento favorable. No me recrearé en la siesta, ni en el paseo nocturno por la localidad con visita a su centenario puente incluida, ni la improvisada e informal cena que fuimos capaces de meternos, ya en la hora del copeo, a base de patatas bravas y jalapeños rellenos de Cheddar. El brindis de gin tónic y cava estaba cantado “genios y figuras hasta la sepultura”, y aquel día casi llegamos, casi llegamos…

No lo contéis a nadie: paseito nocturno por el puente con senyera al vent, ...
..., jalapeños rellenos de queso fundido con cerveza Moritz y gin tónic, ...
...y una papas bravas con cava catalá y repetición coctelera.
Cenita ligera pero necesaria para unos esteparios aragoneses
Y hoy me encuentro aquí, con un sindrome de abstinencia brutal causado por mi nueva y dulce adicción. Viene desde tierras lejanas en forma de río, y cuando me separo de él me deja como un yonqui. Como un yonqui de amor...

1 comentario:

Cecilia dijo...

Imposible no sumarme a este club de declarados amantes délticos!!!!!. Se me metió en las venas hace ya casi dos dácadas y ahí sigue...¡creciendo díaa día!!!. aumentando mi necesidad. hay otros mares más azules,otras playas más nítidas, más bravas, más paradisíacas, otros lugares con cultura, idioma y personas más exóticas pero...¡dejádme que yo prefiera, mi propia hoguera: el calor infernal del sol abrasador en las plantas de los pies mientras recorro la arena hacia el Mediterráneo en cualquiera de las anchas playas del Delta del Ebro!. Sin duda. ADICCIÓN TOTAL