jueves, 26 de abril de 2012

La rebeldía como deber y un cóctel de tutti frutti (Michel Foucault, Kropotkin y aquellos revolucionarios del XVIII)


La rebeldía como deber y un cóctel de tutti frutti 
(Michel Foucault, Kropotkin y aquellos revolucionarios del XVIII)

¿Acto destructivo o rebeldía como deber?
Vivimos tiempos en los que los gobernantes, especialmente los del viejo continente, castigan a las capas más desprotegidas de la sociedad en un ejercicio ejemplificador que tiene como objetivo final someter al conjunto de la sociedad con el instrumento del miedo. Por ello, las acciones punitivas se están llevando a cabo en plena plaza pública. Esto provocará una reacción en los ciudadanos. Tras la toma de conciencia llegará el compromiso, y con él la acción frente al enemigo. Será una acción violenta y dolorosa, pero no injusta ni ilegal. Responderá a criterios éticos y estéticos, y responderá en todo momento a los temores que los fundadores de las sociedades modernas ya intuyeron. Nos dejaron en sus cartas y declaraciones fundacionales la recomendación y la justificación de la rebeldía como derecho y deber de todo buen ciudadano.

Los ciudadanos más débiles están siendo castigados.
El suplicio como arma de afianzamiento
Para argumentar este discurso no hay nada como acudir a los clásicos. El posicionamiento de los gobernantes europeos ante la situación de crisis económica parece monolítico y unidireccional. Han responsabilizado al pueblo como culpable y proponen como única solución posible el desmantelamiento del Estado garante de los derechos ciudadanos y las libertades civiles. Hasta el momento, la única respuesta social que ha recibido esta medida ha sido la toma de conciencia y la protesta, que, como vemos, son reacciones que no preocupan en demasía a nuestros dirigentes. Nos hemos indignado, enrabietado y salido a la calle en defensa del Estado como elemento de cohesión social. Nos oponemos mayoritariamente a los recortes presupuestarios, que incapacitan a nuestras, ya longevas, instituciones para cumplir su cometido. Pero somos muchos los que intuimos que por este camino la partida está perdida frente a la verdad absoluta neoconservadora. Ante la falta de propuestas alternativas para conseguir frenar el rumbo que nos dirige a la ruina, he decidido buscar, entre viejas voces autorizadas, las ideas que me permitan abrir nuevos horizontes de actuación.

Regreso a una tradición muy española: Auto de fe de la Santa Inquisición
Ejercicio del poder en la plaza pública
Tres de esas referencias son las que he querido traer aquí. Están referidas a tres ámbitos muy distintos, y enunciadas en contextos históricos nada cercanos entre sí. Pero un hilo conductor las une de manera tan particular como útil en estos tiempos guerreros que nos esperan. La primera de ellas nos explica la actuación del poder del Estado contra sus ciudadanos fundadores. Y no se trata de un castigo caprichoso, sino que responde a una simbología muy determinada: el suplicio. Concepto que además de ejemplarizante y ritual que celebra la independencia del Estado de las manos de sus ciudadanos, puede utilizarse como el principal agente de terror social, un estado necesario para desmantelar la sociedad tal y como la conocíamos hasta ahora Una segunda línea nos presenta el concepto del compromiso activo del individuo, pero no sólo como una exigencia desde la ética, sino como obligación estética. Una síntesis del valor supremo del compromiso contra las injusticias y en favor de los más débiles y castigados miembros de la sociedad. Por último, si hemos partido del análisis de una ilegítima acción de los gobernantes, si hemos derivado de ella la necesidad de actuar con compromiso frente a ella, es de justicia recordar que el guión no es un asunto novedoso. Ya estaba previsto por los fundadores de la sociedad moderna que, como veremos nos otorgan a la ciudadanía, no solo el derecho sino, la obligación de derrocar a los poderosos, de rebelarse contra las acciones antisociales, de desmontar, si fuese necesario todo el orden que ha hecho posible esta aberración histórica y fundar uno más justo sobre sus cenizas.

Michel Foucault
La referencia relativa al suplicio ritual que utiliza el poder para autoafirmarse e insuflar terror la podemos ver desarrollada en este fragmento del filósofo francés Michel Foucault, que en su Vigilar y Castigar: Nacimiento de la Prisión, nos teoriza sobre la administración del poder del soberano.

“(...) El suplicio forma, además, parte de un ritual. Es un elemento en la liturgia punitiva, y que responde a dos exigencias. Con relación a la víctima, debe ser señalado: está destinado, ya sea por la cicatriz que deja en el cuerpo, ya por la resonancia que lo acompaña, a volver infame a aquel que es su víctima; el propio suplicio, si bien tiene por función la de "purgar" el delito, no reconcilia; traza en torno o, mejor dicho, sobre el cuerpo mismo del condenado unos signos que no deben borrarse; la memoria de los hombres, en todo caso, conservará el recuerdo de la exposición, de la picota, de la tortura y del sufrimiento debidamente comprobados. Y por parte de la justicia que lo impone, el suplicio debe ser resonante, y debe ser comprobado por todos, en cierto modo como su triunfo. El mismo exceso de las violencias infligidas es uno de los elementos de su gloria: el hecho de que el culpable gima y grite bajo los golpes, no es un accidente vergonzoso, es el ceremonial mismo de la justicia manifestándose en su fuerza.
(...) Lo que hasta entonces había mantenido esta práctica de los suplicios, no era una economía del ejemplo, en el sentido en que habría de entenderse en la época de los ideólogos (que la representación de la pena prevalezca sobre el interés del crimen), sino una política del terror: hacer sensible a todos, sobre el cuerpo del criminal, la presencia desenfrenada del soberano. El suplicio no restablecía la justicia; reactivaba el poder.”

El texto del de Poitiers nos describe con claridad la actuación actual de nuestra elite política. Pero sobre todo nos sugiere la finalidad de tales medidas punitivas. La sociedad sufre hoy un castigo ceremonial que se centra en el ataque a los más débiles. Ancianos, enfermos, alumnos problemáticos, inmigrantes indocumentados, hipotecados sin recursos…son asediados y agredidos públicamente por un Estado que nació para protegerles y que ahora se desvincula de ellos con soberbia. El terror de la iconografía desplegada busca generalizar el pánico y la parálisis en el conjunto.

Piotr Kropotkin
Frente a la reacción anestésica que pretenden los gobiernos europeos traigo un antídoto en la voz de Kropotkin. Podrá tacharse de inocente, crédulo, moralista e incluso pseudoreligioso, pero sus palabras me debieron de embrujar con un hechizo tan poderoso la primera vez que las escuché que regresan una y otra vez a mi mente en los momentos en los que estoy a punto de perder el rumbo. No hay otra salida posible que tomar partido. La gente “bella y sublime” está irremediablemente abocada a mojarse por lo justo. No vale la pena resistirse, pues el asunto viene a estar, como en las tragedias clásicas, regido por un fatum invencible. Además contamos con una ventaja, el enemigo desconoce esta faceta del ser humano. Incapaces de empatizar con los ciudadanos, creen que estos se rigen por su mismo patrón pragmático y resultadista. No cuentan con que el hombre, en su aspiración natural a ser feliz, necesita un mundo donde impere la justicia, y como ha demostrado a lo largo de milenios, está condenado a luchar por ella. Pero dejo que nuestro barbudo lo diga de manera mucho más acertada.

“En medio de este mar de angustia cuya marea crece en torno a ti, en medio de esa gente que muere de hambre, de esos cuerpos amontonados en las minas y esos cadáveres mutilados yaciendo a montones en las barricadas... Tú no puedes permanecer neutral; vendrás y tomarás el partido de los oprimidos, porque sabes que lo bello y lo sublime -como tú mismo- está del lado de aquellos que luchan por la luz, por la humanidad, por la justicia”

Por último llega el momento de ponerse solemne, ya que la tercera referencia clásica viene de boca institucional. Son múltiples las referencias históricas que avalan la rebelión de los pueblos frente a sus gobernantes, cuando estos han decidido apartarse del camino para el que fueron designados. Solo quiero traer aquí tres casos concretos, por cercanos en el tiempo y por defender unos valores, que son los mismos que peligran hoy en día. La primera justificación legal de la rebeldía viene de la controvertida Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776.


“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.”

He advertido que se trata de un párrafo un tanto especial. Y lo es por ser el mismo que utilizan los defensores de la libertad para portar armas en aquel país. La poderosa y conservadora Asociación de Amigos de Rifle sostiene, en base a esta idea, el derecho a armarse por parte de los ciudadanos con la finalidad de vigilar al poder y de no quedar indefensos ante un posible abuso. No viene al caso entrar ahora en este debate, que daría para mucho, pero lo que literalmente quiero destacar de la Declaración es la inequívoca defensa del derecho a la rebelión frente a los dirigentes de un Estado que se aparte de la defensa de los intereses de los ciudadanos.

Una segunda referencia no tardó en llegar. Es más breve pero va más allá, pues reconoce la insurrección como derecho y como deber. Normal, porque los autores son franceses y no se andan con medias tintas. Se trata de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, que en su artículo 35 afirma:


“Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurreción es para el pueblo, y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes.”

Y por fin, el último argumento que ampara el derecho de la sociedad civil a la rebeldía frente a sus gobiernos, lo encontramos en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos redactada por la, hoy tan denostada, ONU en 1948. Aquí, la necesaria búsqueda de consenso en el contexto de la Guerra Fría, el argumento aparece menos contundente, pero de manera explícita recurre a definir la rebelión como supremo recurso. El amparo jurídico está bien cubierto.


“Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.”

No hay comentarios: