Menú
del día del Restaurante El Rincón Alpino
San Vicente de Paúl ya tiene su rinconcinto de los Alpes |
La inducción de la crisis económica por parte de los
mercados ha tenido una consecuencia lógica en el mundo gastronómico zaragozano.
El pánico social buscado por el mundo neoconservador ha calado tanto entre
emprendedores y clientes que resulta imposible encontrar una nueva propuesta
que realmente sorprenda. Desde los restaurantes ya solo se ofrecen platos
seguros, sin riesgo, mientras que el cliente ya no se ve capaz de soltar los
escasos cuartos por una aventura gastronómica. Por eso es tan destacable la
nueva iniciativa que hoy traigo aquí. En la misma calle de San Vicente de Paúl
ha abierto sus puertas, nada menos que, un restaurante de especialidades
alpinas. Imaginación, riesgo y coraje en tiempos oscuros. Bravo por ellos, y
desde aquí un apoyo incondicional mientras continúen en la misma línea que pude
apreciar un viernes de este gris abril.
Mi refugio para cuando vienen maldadas |
Para comenzar con el asunto del día he de reconocer mi
ignorancia sobre temas gastronómicos helvéticos. De hecho, mi conocimiento
sobre aquel país es, más o menos, el mismo que el interés que me suscita:
ninguno. Las únicas referencias que tenía de él estaban basadas en los
topicazos consabidos. Gran importador de capitales de oscura procedencia,
aburrimiento vocacional, despreocupación histórica por todo aquello que ocurra fuera
de sus fronteras, fabricantes de relojes de cierta calidad, vocación y
necesidad esquiadora y grandes
consumidores de queso y chocolate.
Clásica fondeu. Queso fundido abrasador y buenos pedazos de pan |
Nada estimulante para los gustos y aficiones
de un servidor, a no ser por una cosa. Un secreto inconfesable hasta hoy por
miedo al ridículo. Cuatro décadas de vida relativamente digna me dan un crédito
suficiente para poder reconocer intimidades ocultas. Adoro a Heidi. Y no sólo a
ella, sino a todos los tiernos personajes (incluyendo a los animales) que
rodean a la pequeña. Me pirro por su estética, sus combinaciones imposibles de
vestuario, sus mejillas sonrosadas, y su peinado de chicazo. Cuántas veces me
he visto, en momentos de bajón, habitando la cabaña sobre el monte. Me he
imaginado fabricando quesos y cortando leña con el abuelo. Me he tumbado con
Pedro sobre la hierba fresca, con las manos en la nuca, para ver pasar las
nubes durante horas. He bebido leche recién ordeñada de las ubres de las
cabras. En fin, que todos tenemos nuestros lugares de evasión particulares, y
uno de los míos es éste.
Ventana redonda, símbolo de apertura al mundo y ojo que todo lo ve con claridad |
Con la edad hubiera sido fácil acudir a la fuente original y
haberme empapado con la novela original de la escritora suiza Johana Spyri. Si
no lo he hecho nunca es por el miedo a encontrarme un mundo distinto al que nos
ofreció desde el día de reyes de 1974 la serie de televisión, que llegó a
España solo un año después. Treinta y ocho años cumplirá la niña protagonista
de la serie, pero desde su nacimiento real en la mente de su creadora hace ya,
la friolera de, ciento treinta y dos. La historia es bien sencilla. La niña
Adelaida es enviada a vivir con su abuelo, apodado el Viejo de los Alpes por su
carácter huraño, a una aldea de montaña. Allí entabla una gran gran amistad con
un pastorcillo, Pedro, y es acogida por la madre y la abuela de éste como una
parte más de la familia. El lío llega cuando la tía de Heidi decide ponerla al
servicio de una rica familia de Franckfurt. Es contratada como dama de compañía
de la hija inválida de la familia y bajo las directrices de una estricta
institutriz, la señorita Rottenmeier, una amargada mezcla del sargento de
hierro y Goebbels, que logrará amrgar a la niña hasta límites impredecibles.
Pero como en las novelas de Dickens, el que es bueno lo es mucho, y el padre de
Clara no solo se percata del asunto, sino que decide enviar a su hija a la
aldea alpina para que respire un poco de oxígeno. Tan felices serán sus días
entre los pueblerinos que la niña terminará sanando y abandonando
milagrosamente su silla de ruedas. Una historia de contrastes magistrales, un
mundo rural bucólico frente a la deshumanizadora sociedad industrial, una vida
en plena naturaleza frente a la gris ciudad, un concepto infantil de la vida
como regalo para disfrutarlo frente a unos adultos amargados por las vicisitudes
de la realidad. Destacan valores como el ecologismo, la amistad o el altruismo.
Convierte en verdadero tesoro la salud frente a otras muchas aspiraciones
humanas como el dinero y la posición social. Por ello, sus argumentos jamás
perderán actualidad. El único punto criticable del asunto es la soberana
candidez y, por qué no decirlo, noñería con que se tratan las escenas y se
dibujan a los personajes. Pero, personalmente, ese es un aspecto que no solo no
me importa demasiado, sino que lo considero uno de sus puntos fuertes. Así que
entre recuerdos de infancia y sintiéndome como el abuelito de Heidi, crucé las
puertas de El Refugio Alpino libre de prejuicios y ávido por probar las
propuestas que viene a renovar algo nuestra aburrida gastronomía local.
Autoritarismo de sociedades decadentes |
Menú del día del
Restaurante El Rincón Alpino
Local y propuestas: Lo cierto es que a quien no
conociese el restaurante que ocupaba con anterioridad el mismo local no puede
valorar la transformación operada. El local aparece ahora limpio, lleno de
pequeños detalles acogedores y con unos servicios de mesa muy aceptables.
Destaca la amplitud de espacio y las posibilidades de futuro que le da una
enorme planta baja. Donde antiguamente ofrecían bocadillos bastante rancios y
raciones indignas de llamarse así se ha producido una renovación brutal. El
Refugio Alpino ofrece todo un repertorio de gastronomía suiza, donde destacan
de manera notable todas las especialidades germanas. Racletes y fondues son el
atractivo principal de la carta, pero el elenco de salchichas y carnes ahumadas
y maceradas típicas de aquella cultura gastronómica es profuso y sugerente. Por
ofrecer una panorámica general, destacaré en el apartado de entrantes los
surtidos de quesos y embutidos, las lasañas, sopas y las ensaladas, donde
destaca una de mis debilidades, la
Kartoffel salat (con sus patatas, salchichas y pepinillos).
El asunto continúa con media docena de fondues, donde destaca la Bourguignon (solomillo
de buey con salsa de mostaza y miel, finas hierbas, alioli y chutney de mango),
o si prefiere la versión raclette de patata y queso fundido (con acompañamiento
de pepinillos y cebolleta) con su complemento de fiambres (Jamón curado,
salami, morcilla, jamón cocido y fiambre de ternera). Siguen como
especialidades seis tipos distintos de salchichas de extraordinario nivel
(Brackwurst, Big red, Cabanossi, Nuremberg, Bratswurt y una original
Zaragozana), todas ellas acompañadas de tres salsas, puré de patata, chucrut y
como pan, un jugoso y caliente laugenbretzel). Los codillos pueden acompañarse
de puré de patata y col roja con manzana, o con patatas y chucrut. En cuanto a
otras posibilidades carnívoras, pues paso por alto los pescados por motivos
geográficos y de espacio, son de destacar las albóndigas berlinesas, el confit
de pato, el wienerschitebel, el jamón asado y el ciervo al vino tinto. Como
colofón alpino el postre tiene sabor a chocolate. Son múltiples la propuestas,
pero sobre todas ellas destaca la fondue de chocolate con bizcocho. El strudel
con crema de vainilla sería buena elección para aquellos que no tengan la
sensibilidad suficiente para enamorarse de un buen chocolate.
Amplitud y limpieza |
La carta, pues, habla por sí misma. Especialidades alemanas,
francesas e italianas. Los tres ámbitos de la cordillera de los Alpes en
perfecta consonancia. Si parece que me decanto más por la tendencia germana es
porque las otras dos cocinas nacionales están mejor representadas en nuestra
ciudad. En cambio, la gastronomía alemana es esa gran desconocida, que solo se
destapa con dudoso acierto en las ferias de la cerveza que se montan una vez al
año para regocijo de peñistas y panzudos cerveceros. De todos modos lo que hoy
nos trae aquí es su menú del día, que se puede elegir entre la opción plato
principal y postre, o entrante, principal y postre al precio de 9´95 euros
(este fue el elegido para la ocasión). Así que paso a ilustrarlo con la mayor
honestidad posible.
Pan y bebida: Cestillos de buen pan que se reponen
sin problema acompañan el menú desde que el comensal se sienta a la mesa. Para
la ocasión nos decantamos por una gran copa de cerveza de tipo alemán de lo más
nutritiva. Pocas veces abandonó la Zaragozana, pero si es para catar una como esta,
bien vale la pena. El acierto es que va servida a la temperatura española, bien
helada, y no a la centroeuropea calenturienta.
Pan y cerveza como compañeros de travesía |
Entrantes: Las dos propuestas del día consistían en
una sopa de pescado o una ensalada bien amenizada con fiambre de pavo. Se
destaca el aliño con buen vinagre de Módena y la presencia de tomatitos cherry,
que es el mejor y más digno sustituto del tomate fuera de temporada.
Digno ejemplo de ensalada para abrir boca |
Principal: Aquí la posibilidad era triple. Un salmón
al papillote con verduras, lomo adobado
con patatas o una de las salchichas de la carta a elegir. Optamos por el lomo y
la big red. Ambas elecciones nos parecieron muy decentes. El lomo destacaba por
su punto jugoso y sabroso, algo difícil de conseguir en el cerdo. En cuanto a
la salchicha, el acompañamiento era sorprendente y muy trabajado. Tres salsas
(alemana, tártara y de tomate), una montañita de chucrut y otra de puré
acompañaban a la enorme y gustosa salchicha. Aunque la estrella invitada del
plato era el laugenbretzel, original panecillo que recordaba de mis andanzas
germanas de infancia. Así que salchichas en la mejor de las compañías posibles.
Estos son los detalles que me hacen augurarles un merecido éxito.
El color del lomo da una idea de su acertado punto |
Puesta en escena sugerente y prometedora |
Postres: Pues no todo puede ser perfecto. En un
restaurante de aspiración alpina no se pueden permitir estas concesiones. Las
opciones se limitaban a una tarta de nata y chocolate, el tiramisú y helado.
Por supuesto demandamos los dos primeros por cotillear un poco de todo y el
resultado no fue muy satisfactorio. El tiramisú resultó bastante vulgar y la
tarta algo más acertada, pero con un chocolate de muy baja estopa. Quizá las
expectativas fuesen muy altas, pero terminar con estas porciones ultradulces
con sabor a fábrica y a nata de bote como adorno fueron las notas
decepcionantes de la comida. Queda margen de mejora, y excusa para regresar a
comprobarlo.
Tiramisú sin mucha personalidad, falto de café y excedente de industria |
El nivel de postres mejoró con la tarta, pero no según lo esperado |
Conclusión: Vale la pena acercarse a este céntrico
restaurante para investigar sobre la cultura gastronómica que se cultiva en los
Alpes y apreciar su variedad, bien cercana a la alemana, francesa o a la
italiana. Una buena ocasión para salir de la rutina provinciana de los típicos
menús y una excusa para apoyar a gente valiente y con iniciativa. El comensal
saldrá siempre satisfecho, y si alcanza a experimentar la catarsis a la que yo llegué, podrá entrar
en contacto con personajes de un mundo de inocencia e infancia casi olvidado.
Saludar al abuelo, a Pedro, a Copito de Nieve, a Clara, a Pichi, a Niebla y a
la niña Adelaida es un privilegio que se da en contadas ocasiones. Willkommen in "El Refugio Alpino".
Los personajes me fueron asaltando, recordándome que mi lugar siempre estará junto a ellos |
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