martes, 24 de abril de 2012

Menú del día del Restaurante El Rincón Alpino (Abuelito dime tú...)


Menú del día del Restaurante El Rincón Alpino
San Vicente de Paúl ya tiene su rinconcinto de los Alpes
La inducción de la crisis económica por parte de los mercados ha tenido una consecuencia lógica en el mundo gastronómico zaragozano. El pánico social buscado por el mundo neoconservador ha calado tanto entre emprendedores y clientes que resulta imposible encontrar una nueva propuesta que realmente sorprenda. Desde los restaurantes ya solo se ofrecen platos seguros, sin riesgo, mientras que el cliente ya no se ve capaz de soltar los escasos cuartos por una aventura gastronómica. Por eso es tan destacable la nueva iniciativa que hoy traigo aquí. En la misma calle de San Vicente de Paúl ha abierto sus puertas, nada menos que, un restaurante de especialidades alpinas. Imaginación, riesgo y coraje en tiempos oscuros. Bravo por ellos, y desde aquí un apoyo incondicional mientras continúen en la misma línea que pude apreciar un viernes de este gris abril.

Mi refugio para cuando vienen maldadas
 Para comenzar con el asunto del día he de reconocer mi ignorancia sobre temas gastronómicos helvéticos. De hecho, mi conocimiento sobre aquel país es, más o menos, el mismo que el interés que me suscita: ninguno. Las únicas referencias que tenía de él estaban basadas en los topicazos consabidos. Gran importador de capitales de oscura procedencia, aburrimiento vocacional, despreocupación histórica por todo aquello que ocurra fuera de sus fronteras, fabricantes de relojes de cierta calidad, vocación y necesidad esquiadora  y grandes consumidores de queso y chocolate.

Clásica fondeu. Queso fundido abrasador y buenos pedazos de pan
 Nada estimulante para los gustos y aficiones de un servidor, a no ser por una cosa. Un secreto inconfesable hasta hoy por miedo al ridículo. Cuatro décadas de vida relativamente digna me dan un crédito suficiente para poder reconocer intimidades ocultas. Adoro a Heidi. Y no sólo a ella, sino a todos los tiernos personajes (incluyendo a los animales) que rodean a la pequeña. Me pirro por su estética, sus combinaciones imposibles de vestuario, sus mejillas sonrosadas, y su peinado de chicazo. Cuántas veces me he visto, en momentos de bajón, habitando la cabaña sobre el monte. Me he imaginado fabricando quesos y cortando leña con el abuelo. Me he tumbado con Pedro sobre la hierba fresca, con las manos en la nuca, para ver pasar las nubes durante horas. He bebido leche recién ordeñada de las ubres de las cabras. En fin, que todos tenemos nuestros lugares de evasión particulares, y uno de los míos es éste.

Ventana redonda, símbolo de apertura al mundo y ojo que todo lo ve con claridad
Con la edad hubiera sido fácil acudir a la fuente original y haberme empapado con la novela original de la escritora suiza Johana Spyri. Si no lo he hecho nunca es por el miedo a encontrarme un mundo distinto al que nos ofreció desde el día de reyes de 1974 la serie de televisión, que llegó a España solo un año después. Treinta y ocho años cumplirá la niña protagonista de la serie, pero desde su nacimiento real en la mente de su creadora hace ya, la friolera de, ciento treinta y dos. La historia es bien sencilla. La niña Adelaida es enviada a vivir con su abuelo, apodado el Viejo de los Alpes por su carácter huraño, a una aldea de montaña. Allí entabla una gran gran amistad con un pastorcillo, Pedro, y es acogida por la madre y la abuela de éste como una parte más de la familia. El lío llega cuando la tía de Heidi decide ponerla al servicio de una rica familia de Franckfurt. Es contratada como dama de compañía de la hija inválida de la familia y bajo las directrices de una estricta institutriz, la señorita Rottenmeier, una amargada mezcla del sargento de hierro y Goebbels, que logrará amrgar a la niña hasta límites impredecibles. Pero como en las novelas de Dickens, el que es bueno lo es mucho, y el padre de Clara no solo se percata del asunto, sino que decide enviar a su hija a la aldea alpina para que respire un poco de oxígeno. Tan felices serán sus días entre los pueblerinos que la niña terminará sanando y abandonando milagrosamente su silla de ruedas. Una historia de contrastes magistrales, un mundo rural bucólico frente a la deshumanizadora sociedad industrial, una vida en plena naturaleza frente a la gris ciudad, un concepto infantil de la vida como regalo para disfrutarlo frente a unos adultos amargados por las vicisitudes de la realidad. Destacan valores como el ecologismo, la amistad o el altruismo. Convierte en verdadero tesoro la salud frente a otras muchas aspiraciones humanas como el dinero y la posición social. Por ello, sus argumentos jamás perderán actualidad. El único punto criticable del asunto es la soberana candidez y, por qué no decirlo, noñería con que se tratan las escenas y se dibujan a los personajes. Pero, personalmente, ese es un aspecto que no solo no me importa demasiado, sino que lo considero uno de sus puntos fuertes. Así que entre recuerdos de infancia y sintiéndome como el abuelito de Heidi, crucé las puertas de El Refugio Alpino libre de prejuicios y ávido por probar las propuestas que viene a renovar algo nuestra aburrida gastronomía local.

Autoritarismo de sociedades decadentes

Menú del día del Restaurante El Rincón Alpino

Local y propuestas: Lo cierto es que a quien no conociese el restaurante que ocupaba con anterioridad el mismo local no puede valorar la transformación operada. El local aparece ahora limpio, lleno de pequeños detalles acogedores y con unos servicios de mesa muy aceptables. Destaca la amplitud de espacio y las posibilidades de futuro que le da una enorme planta baja. Donde antiguamente ofrecían bocadillos bastante rancios y raciones indignas de llamarse así se ha producido una renovación brutal. El Refugio Alpino ofrece todo un repertorio de gastronomía suiza, donde destacan de manera notable todas las especialidades germanas. Racletes y fondues son el atractivo principal de la carta, pero el elenco de salchichas y carnes ahumadas y maceradas típicas de aquella cultura gastronómica es profuso y sugerente. Por ofrecer una panorámica general, destacaré en el apartado de entrantes los surtidos de quesos y embutidos, las lasañas, sopas y las ensaladas, donde destaca una de mis debilidades, la Kartoffel salat (con sus patatas, salchichas y pepinillos). El asunto continúa con media docena de fondues, donde destaca la Bourguignon (solomillo de buey con salsa de mostaza y miel, finas hierbas, alioli y chutney de mango), o si prefiere la versión raclette de patata y queso fundido (con acompañamiento de pepinillos y cebolleta) con su complemento de fiambres (Jamón curado, salami, morcilla, jamón cocido y fiambre de ternera). Siguen como especialidades seis tipos distintos de salchichas de extraordinario nivel (Brackwurst, Big red, Cabanossi, Nuremberg, Bratswurt y una original Zaragozana), todas ellas acompañadas de tres salsas, puré de patata, chucrut y como pan, un jugoso y caliente laugenbretzel). Los codillos pueden acompañarse de puré de patata y col roja con manzana, o con patatas y chucrut. En cuanto a otras posibilidades carnívoras, pues paso por alto los pescados por motivos geográficos y de espacio, son de destacar las albóndigas berlinesas, el confit de pato, el wienerschitebel, el jamón asado y el ciervo al vino tinto. Como colofón alpino el postre tiene sabor a chocolate. Son múltiples la propuestas, pero sobre todas ellas destaca la fondue de chocolate con bizcocho. El strudel con crema de vainilla sería buena elección para aquellos que no tengan la sensibilidad suficiente para enamorarse de un buen chocolate.

Amplitud y limpieza
 La carta, pues, habla por sí misma. Especialidades alemanas, francesas e italianas. Los tres ámbitos de la cordillera de los Alpes en perfecta consonancia. Si parece que me decanto más por la tendencia germana es porque las otras dos cocinas nacionales están mejor representadas en nuestra ciudad. En cambio, la gastronomía alemana es esa gran desconocida, que solo se destapa con dudoso acierto en las ferias de la cerveza que se montan una vez al año para regocijo de peñistas y panzudos cerveceros. De todos modos lo que hoy nos trae aquí es su menú del día, que se puede elegir entre la opción plato principal y postre, o entrante, principal y postre al precio de 9´95 euros (este fue el elegido para la ocasión). Así que paso a ilustrarlo con la mayor honestidad posible.

Pan y bebida: Cestillos de buen pan que se reponen sin problema acompañan el menú desde que el comensal se sienta a la mesa. Para la ocasión nos decantamos por una gran copa de cerveza de tipo alemán de lo más nutritiva. Pocas veces abandonó la Zaragozana, pero si es para catar una como esta, bien vale la pena. El acierto es que va servida a la temperatura española, bien helada, y no a la centroeuropea calenturienta.

Pan y cerveza como compañeros de travesía
Entrantes: Las dos propuestas del día consistían en una sopa de pescado o una ensalada bien amenizada con fiambre de pavo. Se destaca el aliño con buen vinagre de Módena y la presencia de tomatitos cherry, que es el mejor y más digno sustituto del tomate fuera de temporada.

Digno ejemplo de ensalada para abrir boca
Principal: Aquí la posibilidad era triple. Un salmón al papillote con verduras,  lomo adobado con patatas o una de las salchichas de la carta a elegir. Optamos por el lomo y la big red. Ambas elecciones nos parecieron muy decentes. El lomo destacaba por su punto jugoso y sabroso, algo difícil de conseguir en el cerdo. En cuanto a la salchicha, el acompañamiento era sorprendente y muy trabajado. Tres salsas (alemana, tártara y de tomate), una montañita de chucrut y otra de puré acompañaban a la enorme y gustosa salchicha. Aunque la estrella invitada del plato era el laugenbretzel, original panecillo que recordaba de mis andanzas germanas de infancia. Así que salchichas en la mejor de las compañías posibles. Estos son los detalles que me hacen augurarles un merecido éxito.

El color del lomo da una idea de su acertado punto

Puesta en escena sugerente y prometedora
Postres: Pues no todo puede ser perfecto. En un restaurante de aspiración alpina no se pueden permitir estas concesiones. Las opciones se limitaban a una tarta de nata y chocolate, el tiramisú y helado. Por supuesto demandamos los dos primeros por cotillear un poco de todo y el resultado no fue muy satisfactorio. El tiramisú resultó bastante vulgar y la tarta algo más acertada, pero con un chocolate de muy baja estopa. Quizá las expectativas fuesen muy altas, pero terminar con estas porciones ultradulces con sabor a fábrica y a nata de bote como adorno fueron las notas decepcionantes de la comida. Queda margen de mejora, y excusa para regresar a comprobarlo.

Tiramisú sin mucha personalidad, falto de café y excedente de industria

El nivel de postres mejoró con la tarta, pero no según lo esperado
Conclusión: Vale la pena acercarse a este céntrico restaurante para investigar sobre la cultura gastronómica que se cultiva en los Alpes y apreciar su variedad, bien cercana a la alemana, francesa o a la italiana. Una buena ocasión para salir de la rutina provinciana de los típicos menús y una excusa para apoyar a gente valiente y con iniciativa. El comensal saldrá siempre satisfecho, y si alcanza a experimentar  la catarsis a la que yo llegué, podrá entrar en contacto con personajes de un mundo de inocencia e infancia casi olvidado. Saludar al abuelo, a Pedro, a Copito de Nieve, a Clara, a Pichi, a Niebla y a la niña Adelaida es un privilegio que se da en contadas ocasiones. Willkommen in "El Refugio Alpino".

Los personajes me fueron asaltando, recordándome que mi lugar siempre estará junto a ellos  

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