Vent
de mar: un arròs amb els peus a la sorra (un arrocito con los pies en la arena)
Vent de mar, calle Heroísmo, 39. El paraíso de los arroceros en: http://www.facebook.com/pages/taberna-mediterranea-vent-mar/253370438022216?sk=info Teléfono reservas: 647336017 |
Está claro que en cuestiones culinarias un servidor no es
objetivo ni falta que le hace. Por ello puedo afirmar sin temor y a voz en
grito que el mejor arroz que se hace hoy en Zaragoza es el del Vent de mar. Es
cierto que cuenta en la carta con muchas otras propuestas de la cocina
tradicional mediterránea que no tienen desperdicio, pero el nivel del arroz es
tal que ignoraré todas ellas para no dispersar la atención del lector. En mis
periplos por los menús y platos del día de los restaurantes zaragozanos hace
tiempo que desistí de catar arroces y paellas, pues comerlos fuera de este
local de la calle Heroísmo me parece un desperdicio. La comparación no se
sostiene con casi ninguno. Salvando, quizá, la paella con bogavante del
restaurante Antonio en la plaza de San Pedro Nolasco, o el legendario arroz con
borrajas y almejas que lleva décadas sin caer de la carta del Gayarre, no se me
ocurriría aventurarme en ningún otro arroz zaragozano. Además, sepa el cliente sibarita, que no debe dejarse llevar por la idea de que un lugar trotero y unos precios tan económicos están reñidos con la calidad. Al menos éste no es el caso. Buenos ingredientes y manejo perfecto de los tiempos del arroz son los puntos fuertes de esta taberna levantina.
Propuesta diaria a precio ajustado |
La propuesta del restaurante, además de una carta amplia y
apetecible, es ciertamente original. Se trata de una fórmula-menú en la que el
comensal disfruta de un entrante (unas veces mejillones, otras ensaladas
frondosas, etc…), mientras se espera el arroz propuesto para ese día. Porque en
el Vent de mar cada día de la semana está dedicado a un tipo de arroz. La
suerte que tengo es que los viernes el propuesto es el negro, uno de mis
preferidos, y como ese es el día que tengo dedicado a mis expediciones por los
menús locales, recaigo en el pecado una y otra vez. Otro de los alicientes del
restaurante valenciano son sus postres. Poca elección posible, pero siempre se
trata de una elaboración casera y contundente. En muchas ocasiones se sirven
imaginativas tartas sin duda hechas en el día y con productos de alta calidad.
Si se tiene suerte en el día elegido se puede degustar un dignísimo tiramisú,
nada empalagoso y con una buena dosis de cafeína que hará las delicias del más
sibarita. Por si fuesen pocas las alabanzas al menú dejo para el final uno de
sus puntos fuertes, el servicio de pan. Con el entrante se sirve una cesta de
buen pan de hogaza recién tostado, rociado con aceite de oliva y aderezado con
pimentón. El problema que presenta este punto es lo adictivo que puede
resultar. Tan crujiente y aromático que recomiendo comerlo sólo, y decir esto
en la ciudad del pan gomoso parece poco menos que una blasfemia, pero a los
hechos me remito. Excelente.
Llega el calorcito a la ciudad: cervecita y terraza |
Si al menú conformado por entrante, arroz del día, postre
casero, pan y café le sumamos el atractivo del precio, la combinación es explosiva.
Siete eurillos tienen la culpa. A esto habría que sumarle el precio del vino.
Se echa en falta alguna referencia más, especialmente en los blancos, pero el
precio de los mismos es moderado y se llegaría a pagar una cantidad total
similar a la de cualquier menú trotero de la ciudad, siendo que el nivel de
cocina es de muy alto nivel. Si se opta por la carta recomiendo dos opciones.
La previsora consiste en llamar para concertar la hora de la comida o la cena,
para que el arroz esté en su punto idóneo y la espera no se eternice. La otra
es mucho mejor, más nutritiva y suculenta. Acuda el comensal y elija el arroz
que le pida el cuerpo. Mientras lo preparan con el mimo debido, se puede uno
entretener con una de las raciones que más me han sorprendido en los últimos
tiempos: cigalitas con ajos tiernos. La combinación es tan acertada como
inquietante el toque picante que esconde. Otro acierto mediterráneo de autor
para la butxaca del restaurante levantino. Los precios de la carta,
lógicamente, no son tan económicos como los del arroz del día, pero igualmente
moderados.
Paso ahora a ilustrar los platos de mi última visita al Vent
de mar, con la novedad de que inauguré mi temporada terracera. Aunque, como
abajo expondré, me parece una indignidad comer en la rue, en el caso de este restaurante hago una excepción totalmente
justificada. Y la excepción la da toda la gama de sensaciones y recuerdos a los
que me lleva la mano de su genial cocinero. He de confesar que en el único
lugar del mundo donde como a gusto fuera de un comedor es junto al mar. Serán
manías de lunático, pero toda buena paella me transporta el espíritu al
Mediterráneo. Mis correrías por los arroces del Delta, de La Albufera, los
alicantinos, los del barrio de la Barceloneta, los castellonenses, los de la
huerta murciana…y así todos los rincones desde la Costa Brava hasta Tarifa. El
Vent de mar consigue que me olvide unos instantes de mi dura estepa y viaje
hacia la espuma salada que siempre me aguarda en el Este. Por eso me olvido de
que me encuentro en la calle Heroísmo, dirijo la mirada al Huerva y a sus
escasas aguas que un día, como yo, se fundirán con el mar. Hundo los pies en la
arena de baldosas y cemento zaragozano y saboreo cada grano negro con el alma
puesta ya en el siguiente bocado.
Pan torradito con aceite y pimentón |
La espera del gran arroz se hace llevadera con el entrante del día |
Llega la hora de las palabras mayores Mejillones, cigalitas, chipirones y almejas |
Se debe dejar un huequecito para postres así: Tiramisú de la casa con caramelo |
Contra los atropellos estéticos: He de confesar que no me creo una persona políticamente
correcta. Ni tan siquiera alguien que respete mínimamente las convenciones, los
protocolos y los boatos tradicionalistas. Pero el nivel de manías va aumentando
junto a la edad y la ironía. Y es que hay cosas que no se pueden tolerar. En
defensa de la condición humana y de su evolución desde que decidimos bajar del
árbol, y sabedor de que seré tachado de intransigente, maniático y rancio; voy
elaborando una larga lista de conductas humanas que suponen un atropello a la
estética y a la misma esencia de nuestra especie, que se embrutece y animaliza
a pasos agigantados.
Consciente de la carrera que hemos iniciado hacia la nueva
barbarie cultural, no me decido todavía a enumerar dichas actitudes
prehomínidas. Pero en un ejercicio de síntesis he caído en la cuenta de que
podría dividirlas en dos grandes grupos. En un primer conjunto se encontrarían
aquellas que todavía serían admitidas como aberraciones por la mayor parte de
los ciudadanos. Ejemplos de estas conductas los vemos todos los días: gentes
entradas en años y carnes que se calzan los domingos el chándal y la camiseta
de Messi o CR7 para bajar al bar a leer la prensa, señoras forradas de guatiné
sacando la bolsa de basura por la noche, viudas de militares que acuden
enjoyadas a comerse el merengue vespertino a la cafetería de cualquier
Corteinglés, tunos enlutados y parcheados que afinan los guitarrones a las
puertas de los bares de copas, aceras repletas de boñigas de perros que huelen
a perfume (las heces no, claro), meones de portal con kebab en la mano a altas
horas de la noche, procesiones de penitentes anónimos y ruidosos que asaltan
las calles decentes, reformistas laborales electos que se tronchan cuando
exponen su metódica destrucción de siglos de progreso social, modernos budistas
trascendentales que se abastecen en Mercadonas e Ikeas, cajas de fruta
alternativas ancladas a las parrillas de las bicicletas, tatuajes tribales en
brazos hormonados en gimnasios, dirigentes políticos semialfabetizados que
sientan cátedra y religiosos disfrazados tratados como personas dignas.
Capítulo aparte merecen las monstruosidades en el mundo culinario: aguachirris
presentados como cafés a precio de petróleo, inverosímiles arroces caldosos
arrinconando a las paellas a los menús del día, rutas temáticas de tapas que
nos invaden con las excusas más inverosímiles, presentaciones minimalistas de
pescados descongelados sobre montañitas de arroces en forma de engrudo, miles
de bocadillos de pan descongelado con ingredientes cuya combinación chirría
como una bisagra oxidada, jornadas de productos sin salida comercial,
proliferación de franquicias tan lowcost como lowquality, panaderías sin sacos
de harina, asadores sin leña ni carbón, productos de fuera de temporada
conservados meses en cámaras o traídos del otro hemisferio, pizzas como bollos
y bollos como piedras, cenas que ya no acaban con queso o chocolate, vinos
blancos y rosados con varios quinquenios en el almacén, magdalenas cambiadas de
nombre y color, litros de huevina en nuestras tortillas, rebozados como corazas
grasientas, croquetas de opus
caementicium, comidas sin postre y postres sin café, chocolates a la taza
claros y líquidos en la tierra que los vio nacer hace siglos espesos y amargos,
bandejas de chuletas de corderos gigantes australianos en el reino del
ternasco, y así podríamos seguir casi hasta el infinito, hasta llegar a la
involución supina: pagar un dineral por comer a la intemperie, a la manera del
depredador y a la vista de los viandantes. Sólo la arena en los pies humaniza
la práctica. Alzaremos la vista desde la terraza del Vent de mar y no veremos
las olas, pero si nos fijamos bien, al final de la calle Heroísmo discurre un
pequeño cauce. El humilde Huerva corre a volcarse en el Ebro, que en unos días
será mar. Nuestro mar.
2 comentarios:
Desde luego no nos vamos a perder la posibilidad de disfrutar de un buen plato de arroz, máxime si el establecimiento lo recomienda mi amigo David. En cuanto podamos, allí nos presentaremos.
¡Enhorabuena por tu artículo gastronómico y por el postre literario, como siempre tan certero!
Un abrazo. Jl Pueyo
¡No puedo añadir anda más que mi propia emoción!. Ya sabes que el Vente de Mar, Isabel e Iván, son un lugar talismán. Sus arroces, sus mejillones, su cercanía, ... ¡ahora mismo, me bajao con la guatiné a picar algo, ja, ja!.
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