Viva el Cubalibre (No habrá paz
para los gintoniqueros)
En el mundo de la crisis y el gintónic (juro que hay estudios que relacionan el consumo de esta bebida con las épocas de recesión), yo me rebelo. Me niego a consumir un inmundo destilado de cebada, cereal apto para elaborar cerveza y alimentar caballos, pero no para castigar el hígado de mala manera. Para eso yo me guardo el ron. Extraído de la caña de azúcar desde hace cuatro milenios. Fermentado, destilado y envejecido en madera llegó desde el lejano oriente hasta el Egipto de los faraones. Fue una de las pocas aportaciones positivas que los europeos llevamos a América donde desde la Edad Moderna tiene su mejor y mayor mercado.
Tras la independencia de Cuba en 1898 y el consiguiente
desembarco de estadounidenses en la isla llegó el milagro. Se mezcló con una
bebida que estaba revolucionando el mercado norteamericano, la Coca cola. Al
coincidir con la liberación de la isla se asoció el combinado con la
celebración de independencia, de ahí el grito de Cuba Libre que va a dar nombre
al cóctel. Nada que ver con la llegada de los barbudos a La Habana como se
suele asociar. Sabemos que uno de los primeros consumidores fue el libertador
semizaragozano José Martí, así que hasta tenemos una ligazón sentimental con la
bebida.
La historia del Cubalibre va a evolucionar a lo largo del
siglo XX, pero será en los años ochenta cuando se produzca su explosión en las
barras española. Llega el destape, el bikini y la minifalda, el rock y la
movida, la heroína y la OTAN, y por supuesto, el castizo cubata. Como casi
siempre el producto se españolizó. El vaso corto se sustituyó por nuestro
españolísimo tubo, indigno recipiente para todo lo que no sea Cubalibre. En
ningún lugar del mundo se consentiría degustar un destilado en tubo, pero aquí
no tenemos complejos. Así cuajó la bebida y así se consume.
El cubata perdió presencia conforme ascendía el poder
adquisitivo de la gente. Los españoles viajamos y conocimos otros mundos y
sabores. Nos avergonzamos injustamente de nuestras costumbres hasta echarnos a
los brazos de nuevos amores. Nuestros bares más punteros se llenaron de
mojitos, daiquirís, margaritas y, por fin, de mi enemigo el gin tónic. Incluso
reconociendo mi etapa de flirteo con él, lo cierto es que no hay comparación. Pero
poco se puede pedir a un país donde a los restaurantes se les llama cenadores,
bocaterías y otras sandeces. Donde la gente acaba de cenar sin postre. Donde la
cerveza avanza frente al vino (esto da para mucho, tanto que lo dejo para
tratarlo despacio). Donde pagamos por las tapas. Donde no nos avergonzamos de
El Paellador. Donde exigimos estrellas Michelín para establecimientos que
sirven pan congelado. Donde la masa de la pizza no cruje y ya no recordamos lo
que es una coca. Donde seguimos importando corderos australianos. Donde
preferimos colorante en nuestros arroces a practicar el misterio del azafrán.
Donde los cafés más que exprés circulan a ralentí…En fin me paro, no por falta
de argumentos sino porque en mi vaso sólo brilla el hielo. Voy a por otro en la
esperanza de que nuestro José Coronado y su personaje, Santos Trinidad, vuelvan
a poner de moda lo que nunca debió avergonzarnos.
Para terminar quería lanzar una última advertencia: aunque se reconoce su valía, se ha evitado utilizar Coca cola en la receta. Parece paradójico pero hay razones ideológicas y estéticas. No quiero hacer ningún guiño cariñoso a esta empresa imperial, que por otro lado ya se encarga de introducirse en el mundo gastronómico a golpe de comprar a muchos de nuestros cocineros, que claudican por unos euros ganados a golpe de inmundos chispazos.
Viva Cuba Libre y recuerden que no habrá paz para los
gintoniqueros.
Receta de bizcocho
de roncola
Ingredientes: (ocho personas)
Tres huevos
200 gramos
de azúcar
100 ml de
leche entera
100 ml de
ron negro
100 ml de
aceite de oliva
350 gramos
de harina
Tres sobre
dobles de gaseosa El Tigre
Ralladura de
una naranja
Elaboración:
Que no se
asuste nadie, que para elaborar esta receta no va a ser necesario ser un
experto en el manejo de la coctelera. En primer lugar mezclaremos en un vaso
batidor el azúcar, los huevos, la leche, el ron y el aceite de oliva. Batimos
todo hasta dejar una crema muy ligera, casi líquida y bien ligada.
Verteremos la mezcla en un bowl al que añadiremos en primer
lugar los sobres de gaseosa y cuando están bien integrados añadiremos toda la
harina, tamizada con un colador, de una vez. Cuando veamos que el conjunto ha
espesado rallaremos sobre él la piel de una naranja evitando la parte blanca
que amargaría el bizcocho.
Engrasaremos con aceite de oliva y enharinaremos un molde
circular. Lo introduciremos en el horno precalentado a 150 grados y lo
dejaremos cocinando durante 40 minutos. Si la superficie se dorase demasiado
podemos terminar de hornearlo cubierto con papel de aluminio. Lo importante es
no abrir nunca la puerta del horno durante la primera media hora para no
interrumpir la cocción y que la gaseosa pueda realizar su trabajo.
Una vez sacado del horno dejaremos atemperar el bizcocho
durante dos minutos en el mismo molde para que se asiente. Después lo
desmoldaremos y lo dejaremos enfriar boca abajo sobre una rejilla para lograr
un enfriamiento homogéneo. Listo para cubatearnos un buen desayuno o merienda.
Consejo sugerente y nota de cata:
En esta ocasión no he optado por cometer el delito que
recomiendo por ser una pieza dirigida a público infantil, pero si se tiene
ocasión de pecar se puede añadir un último paso final. En una sartén pondremos
al fuego cuatro cucharadas de azúcar. Cuando comience a adquirir un tono
tostado retiraremos del fuego y añadiremos un buen chorro de ron hasta que
quede bien líquido y no se evapore el alcohol. Nuestro almíbar de ron ya está
listo. Lo verteremos sobre un recipiente y sobre él colocaremos el bizcocho que
se empapará del dulce y etílico líquido desde la base. Si se hace esto se debe
tener en cuenta que es recomendable comerlo al momento para evitar que se
desintegre.
Para terminar por hoy voy a volver a convertirme en objeto
de la ira del mundo de los ortodoxos amantes del vino. Consciente de haber
inundado un bizcocho con un destilado como es el ron, cometo la imprudencia de
combinarlo junto a un fermentado. En este caso se trata de un moscatel de
Ainzón, que pese a quien pese no sólo marida de maravilla sino que evoca a las
largas tardes que pasaban las abuelas en nuestros pueblos. Juntándose en
corrillos en las cocinas soportaban las horas a base de bizcochos y moscatel.
Va por ellas y sus delantales sempiternos.
1 comentario:
No soy de combinados. De ninguno. En realidad, de casi ningún alcohol, pero si hay algo que detesto es el gintonic. Tampoco de refrescos de cola. Ni solos ni acompañados. Por muy buen ron que le acompañe. Pero ¡ESTE BIZCOCHO VOY A HACERLO, ya lo creo!. Gracias
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