viernes, 10 de febrero de 2012

Santos Discépolo, Goethe y un plato de Cus-Cus



Ahí va mi versión sobre el desengaño con el permiso de Santos:
“Custodiado por dos oxidadas alambradas nada parecía indicar que se trataba de la senda de la libertad. Un puñado de imágenes de los cinco últimos años se sucedían en su mente. Desconchadas puertas metálicas cerradas, húmedos muros agrietados, y barrotes. Miles de barrotes se sucedían en hilera en ventanas, salas, corredores, barandillas y patios. Lo peor era el sol. Para muchos simbolizaba la esperanza de la libertad, todo aquello que encontrarían a la salida. Al amanecer, incluso antes del desayuno, los presos se detenían en el patio para dejarse acariciar los rostros somnolientos por sus primeras lengüetadas. Les recordaba que la vida seguía su curso ahí fuera. Un recurso a la esperanza que a él sólo le creaba más angustia y ansiedad. Huía del astro buscando los rincones más oscuros de la prisión. No soportaba la idea de que el mundo girase sin su presencia.
Su mecanismo de defensa fueron los recuerdos. Sobre todo los de la infancia. Todos los momentos anteriores a su carrera hacia el abismo los traducía a imágenes que repasaba cada noche tendido sobre el camastro de muelles. De ellos provenía su fuerza para resistir. Mientras estuvieran ahí, nada podría doblegarle. Ni la inhumanidad de sus carceleros, ni la brutalidad de otros presos, ni la condenada soledad, ni la monotonía de los días iguales; todas las sensaciones de frustración se evaporaban a golpe de recuerdos.

En los últimos meses el recuerdo más recurrente era el de un niño de la mano de su padre paseando por el paseo principal de su ciudad. La blanca y débil manita del niño era asida con fuerza y seguridad por la del todopoderoso padre. El paso de ambos se aceleraba al llegar a su destino. Parecía una taberna de tres al cuarto. El olor a fritanga y los vapores difíciles de respirar recibían a los aventureros. Ambos esperaban en silencio con sonrisas cómplices. El contraste del frío de la calle con la sensación de agobio del interior aparecía en el niño en forma de rosetones rojos en las mejillas. Esperaban junto a una de las mesas en forma de tonel de vino su ración pecaminosa. Llegado el momento comían sus  bocadillos con ansiedad. Acompañados de una cerveza y un refresco de naranja aquellos entrepanes eran la perdición de ambos. El bollo blanco y de corteza endeble no se resistía a los dientes del pequeño. La salsa entre los aritos de calamar no empalagaba como las demás mayonesas. Era ligera y se crecía con los toques de fuerte picante que intentaban en vano aplacar a base de cerveza y naranjada. Satisfechos y con las comisuras de los labios todavía blancas y aceitosas volvían a la calle rumbo a casa tras una tarde de cine y bocadillo de calamares.
Al llegar al extremo del corredor fue consciente de que se encontraba ante la puerta que una vez le arrebató la libertad. Ahora se presentaba como el último bastión de su reclusión. Añoraba la cálida mano de sus recuerdos, pero sabía que no volvería a sentirla jamás. La sentencia le arrebató todo.
Decidido acudió al centro de la ciudad en la línea de autobús que salía de la entrada del presidio. La ciudad había cambiado mucho, sobre todo en los barrios periféricos que ya no reconocía. Pero conforme el autobús se acercaba al centro fue reconociendo algunas calles y edificios. Sin pensarlo mucho se acercó al bar de los calamares. Como en sus ensoñaciones aceleró el paso cuando vio la luz del local vomitada sobre la calleja. El olor a grasa y a humanidad reavivó el recuerdo de décadas atrás. Aquél que le había servido de refugio en su largo éxodo carcelario. Pidió el bocadillo y una cerveza gigante cuando consiguió un sitio en la misma mesa de antaño. Se lo presentaron sobre un plato de loza blanca. Preparó su paladar con un largo trago. Agarró la pieza y le arrancó un bocado tremendo y ansioso.
Un temblor incontrolado partió de su estómago y recorrió su cuerpo hasta llegar a las manos. Aquel no era el recuerdo. El pan era gomoso, los calamares estaban tiesos y la salsa tenía un toque avinagrado que no permitía al picante venirse arriba. En definitiva, aquello era un asco. Miró alrededor para observar a los clientes. La parroquia estaba compuesta por jóvenes pasados de alcohol y por viejos de dientes amarillos. La atmósfera húmeda le impedía respirar con facilidad. Una inesperada y solitaria lágrima de deslizó por su mejilla. Apuró la jarra, abandonó la inmundicia sobre el platillo y regresó al frío.”
David, febrero de 2012

Esta noche me emborracho

Sola, fané, descangayada, 

la vi esta madrugada 
salir de un cabaret; 
flaca, dos cuartas de cogote 
y una percha en el escote 
bajo la nuez; 
chueca, vestida de pebeta, 
teñida y coqueteando 
su desnudez... 
Parecía un gallo desplumao, 
mostrando al compadrear 
el cuero picoteao... 
Yo que sé cuando no aguanto más 
al verla, así, rajé, 
pa' no yorar.

¡Y pensar que hace diez años, 

fue mi locura! 
¡Que llegué hasta la traición 
por su hermosura!... 
Que esto que hoy es un cascajo 
fue la dulce metedura 
donde yo perdí el honor; 
que chiflao por su belleza 
le quité el pan a la vieja, 
me hice ruin y pechador... 
Que quedé sin un amigo, 
que viví de mala fe, 
que me tuvo de rodillas, 
sin moral, hecho un mendigo, 
cuando se fue.

Nunca soñé que la vería 

en un "requiscat in pace" 
tan cruel como el de hoy. 
¡Mire, si no es pa' suicidarse 
que por ese cachivache 
sea lo que soy!... 
Fiera venganza la del tiempo, 
que le hace ver deshecho 
lo que uno amó... 
Este encuentro me ha hecho tanto mal, 
que si lo pienso más 
termino envenenao. 
Esta noche me emborracho bien, 
me mamo, ¡bien mamao!, 
pa' no pensar.
Santos Discépolo, 1928 

Rostro enjuto y el alma a flor de piel

Justificación de la receta
Las Afinidades electivas es el título de una de las grandes novelas románticas. Escrita por Goethe en 1809 abre su etapa de madurez y muestra en ella uno de sus temas recurrentes, las pasiones que determinan nuestros actos. La visión del ser humano que desprende explica la modernidad de la obra. El hombre elige en la vida, toma decisiones y afronta sus consecuencias. El problema que aborda el alemán es el criterio que adoptamos a la hora de la elección. En una época de auge científico como eran los comienzos del siglo XIX, Goethe aprovecha las teorías del momento para trabajar a sus personajes. Una cita bastará para comprenderlo:
“En todos los seres de la naturaleza notamos, en primer lugar, que están en cierta relación consigo mismos. Ciertamente, resulta extraño decir algo que se entiende por sí solo. Pero sólo justo después de haberse puesto plenamente de acuerdo sobre lo conocido, se puede avanzar de forma conjunta hacia lo desconocido”
Así pues el personaje que nos ofrece la cita nos aclara que es imposible comprender lo ajeno sin haberlo hecho antes con lo afín. Por eso a lo largo de la novela, el autor mueve a sus personajes en unas relaciones similares a elementos de la naturaleza más que a seres humanos, aprovechando los estudios sobre minerales del momento, en los que se investigaba el porqué unos tenían mayor tendencia a aproximarse a otros sin causa aparente. Y aquí llega mi interés por la obra, pues me planteo la duda de por qué cuando escucho uno de mis tangos favoritos de Discepolín me viene a la boca el sabor profundo de un plato tan ajeno al universo tanguista y argentino en general. Aquí creo que ni Goethe podría ayudarme, pero la ley de las afinidades electivas, en mi caso une la solera y melancolía del tango con la frescura y exotismo del cus-cus. Aquel revive recuerdos perdidos y éste abre un futuro lleno de esperanza y sabor.

Receta de Cus-Cus
Ingredientes:
Cuatro tazas de sémola de Cus-Cus
Una patata
Una zanahoria
Tres ramas de apio
¼ Kilo de calabaza
Un pimiento verde
Una cebolla
Un puerro
Un bote de garbanzos cocidos
½ Kilo de cuello de cordero
Una cucharadita de pimentón picante (o Raas-al-Hanout en versión original)
Aceite de oliva virgen extra
Sal
Un pellizco de eneldo o de menta bien picada

Elaboración:

Aunque uno es reacio al uso de olla exprés, la autora de esta maravilla la utilizó y a la vista del resultado apuesto por su uso en esta ocasión. Con la olla abierta pocharemos la cebolla bien picada y añadiremos la carne de cordero hasta dorarla y que quede bien sellada. Trocearemos al gusto todos los vegetales (patata, zanahoria, apio, calabaza, pimiento y puerro) y los añadiremos a la olla. Cubriremos de caldo de verduras o de pollo y cerraremos para que coja presión. Cuando comience el hervor lo dejaremos seis minutos con el fuego alegre y después lo apagaremos dejándolo cocer seis minutos más. Abriremos la olla y añadiremos los garbanzos el pimentón y la sal. Dejaremos que todo se conjunte unos minutos.

Por otro lado en un recipiente hondo dispondremos la sémola a la que añadiremos el mismo volumen de caldo hirviendo. Esperaremos tres minutos y desharemos la pasta con un tenedor para que no quede apelmazada.

El emplatado recomendado sería presentar la pasta y la guarnición por separado para que cada comensal la mezcle a su gusto y lo disfrute con la cantidad de caldo que desee. Un chorrito de aceite de oliva sobre el cus-cus y un ligero espolvoreado de eneldo o menta bien picada aporta el toque fresco final.  

Así se presentó (con copita de orujo con hielo incluida) y así te lo cuento

2 comentarios:

Cecilia dijo...

Me encanta el cus-cus. Y el que presentas tiene una pinta acorde con el nivel de tu tango, tu explicación, los razonamientos y sentimientos que expones así que me pido una ración generosa de todo ello. Sin el orujo, eso sí. ¡Salud!

José Luis Pueyo dijo...

El otro día mi hija preparó cus-cus. Estaba muy bueno, pero, desde luego, el que presentas tiene una pinta buenísima. ¿Cuándo inventarán las impresoras gastronómicas? Porque ahora mismo me lanzaría sobre tu exquisita preparación. Un abrazo, David. Nos vemos en la segunda blogquedada. JL