martes, 21 de febrero de 2012

A vueltas con la Educación (Francisco Ferrer i Guardia)

A vueltas con la Educación

Francisco Ferrer i Guardia
Lecciones de pedagogía
En la introducción al relato de hoy (tercera parte) no quiero ser pesimista ni agorero, por eso seré breve y me marcharé pronto. Algo estamos haciendo mal en la formación de la generación que viene. Los medimos en términos de productividad y en capacidad para incorporarse al mercado laboral. Pero no nos cuestionamos si esos son los mejores indicadores. Quiero dejar para la reflexión unas citas a modo de testimonios históricos de un prestigioso pedagogo que murió fusilado por las fuerzas del orden a causa de la defensa de sus valores. Francisco Ferrer i Guardia, fundador de la Escuela Moderna. Tras los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona del verano de 1909 fue fusilado el 13 de octubre en los fosos del castillo de Montjuich, ante la indignación de la opinión internacional, que lo consideraba inocente de tales cargos. Las protestas fueron unánimes, y su muerte considerada un crimen de Estado, que al final provocó la caída del gobierno de Antonio Maura. Sin duda hemos avanzado mucho en diversos caminos, pero en el que nos ocupa hoy, cada cual que extraiga sus conclusiones. Un siglo más tarde recordamos algunas joyas como éstas:
Las iglesias arden en Barcelona (Julio 1909)
“Se tiene que dejar que el niño, esté donde esté, consuma sinceramente sus deseos.”

 "El objeto de nuestra enseñanza es que el cerebro del individuo llegue a ser el instrumento de su voluntad."

 “Vivamos en República, tengamos al frente de los municipios a hermanos nuestros que organicen la administración, nos eduquen y repartan los impuestos de modo que todo el mundo tenga qué comer."

 “No soy un anarquista, soy un rebelde.”

 “En primer lugar no ha de parecerse a la enseñanza religiosa, pues la ciencia ha demostrado que la creación es una leyenda y que los dioses son mitos, y por consiguiente se abusa de la ignorancia de los padres y de la credulidad de los niños, perpetuando la creencia en un ser sobrenatural, creador del mundo, y al que puede acudirse con ruegos y plegarias para alcanzar toda clase de fervores.”

 La misión de la Escuela Moderna consiste en hacer que los niños y niñas que se le confíen lleguen a ser personas instruidas, verídicas, justas y libres de todo prejuicio. Para ello, sustituirá al estudio dogmático por el razonado de las ciencias naturales. Excitará, desarrollará y dirigirá las aptitudes propias de cada alumno, a fin de que con la totalidad del propio valer individual no sólo sea un miembro un miembro útil a la sociedad, sino que como consecuencia, eleve proporcionalmente el valor de la colectividad.”

Consejo de Guerra al pedagogo rebelde

III


Los fogonazos de luz de los coches y letreros luminosos de la calle Aragón se apagaron al entrar en el local. La oscuridad era el livemotiv del restaurante. La planta baja estaba destinada a la recepción y la coctelería. No más de veinte personas bebían de pie alrededor de una gran mesa de servicio. Varias miradas se volvieron hacia nosotros pero fue el chef quien vino a recibirnos enfundado en su impecable filipina negra con su nombre bordado a modo de medalla.

-Qué alegría Gertru. Pensaba que ya no venías- beso sus mejillas y la apartó para observarla mejor- Dime, ¿Cómo está el viejo? ¿Alguna novedad?

-No, ya sabes, todo igual. - desvió la conversación con habilidad-Traigo a un nuevo amigo de la familia. Te presento a Igor Calanda, un estudiante interesado en la cocina catalana. Así que hoy ya te puedes esmerar, quizá aparezcas en una tesis doctoral-

-Así que nuevo amigo.- La apartó para observarme cual juez inquisidor-Bueno, tendrás que pasar la prueba. Salir de una encerrona del Gaig con dignidad y caminando bípedo es una prueba de fuego. Te advierto que te la juegas, noi- Zanjó la conversación con un apretón de manos y nos dio la espalda para llamar la atención del respetable.

-Bueno, creo que ya estamos todos. Os tengo que contar que la velada de hoy la quiero dedicar al gol del Xavi de domingo en el Bernabeu- su silencio medido fue aprovechado para recibir un fuerte griterío entre los invitados- Además el muchacho me manda recuerdos para vosotros y se disculpa de no poder estar aquí. Ya sabéis que tiene Champions esta semana y el Guardiola no está para moñadas. Así que para recordar la conquista del Bernabeu qué mejor que empezar con unos callos catalanizados- Mientras decía esto, una hilera de camareros apareció por el pasillo que se abría junto a la barra y depositaron sobre la mesa unas grandes cubiteras con botellas ya descorchadas y una bandejas rebosantes de lo que parecían unos verdaderos y castizos callos- La afición rompió en aplausos ante la comitiva. Gertru me llevó a un lateral de la mesa y me fue presentando a la gente que le saludaba. No recuerdo gran cosa de aquellas personas pues mi mente ya estaba planeando sobre aquellas bandejas de callos que veía menguar ante el empuje de los más ansiosos. No quería llamar la atención de mi anfitriona, así que esperé a que fuese ella la que diese el pistoletazo de salida para abalanzarme sobre los manjares.

Tras un cuarto de hora de sufrimiento aguantando las mismas conversaciones me decidí. Todos preguntaban a Gertru sobre su padre y ella con cintura de boxeador desviaba la conversación hacia mí, pero el contenido de las bandejas descendía dejando a la vista una salsa gelatinosa que venció mi última resistencia. Con movimientos lentos retrocedí y me presenté delante de la mesa entre dos comensales corpulentos que me sonrieron sin perder bocado. Uno de ellos me ofreció la copa que llenó de Recaredo hasta el borde. Callos con cava, aquello prometía. Me decidí por empuñar un tenedor, pues me parecía descortés atacar con el pan desde el principio. Con avaricia pinche varios trozos de tripa que resultaron tiernos como la mantequilla. Los paseé bien por su salsa y por fin llegaron a mi ansiosa boca.

A otro que se merienda la estrellita, pensé tras el decepcionante bocado. Exceso de tomate y poco pimentón. Además la sustitución del chorizo por butifarra fresca de Vich tampoco fue un acierto. Eché de menos como nunca la morcilla que me esperaba sumergida y discreta en mi tartera de Casa Lucio cuando me quería dar el gusto. La reinterpretación era un riesgo peligroso del que aquel tipo no salía airoso. El resto de comensales no debía pensar lo mismo pues aguantó con hombría el relevo de las fuentes vacías por otras tantas que no tardaron en desaparecer. Aquella gente sabía de excesos y lo empezaba a ver claro. Getru desapareció de mi vista y la cría perdida hasta el momento en el que oí su voz susurrándome al oído.

-Resérvate para arriba campeón. Esto no ha hecho más que empezar.- Al girarme sólo pude ver su media melena perdiéndose entre el gentío. Por si acaso acometí el último pedazo de pan crujiente que me quedaba para empaparlo con aquella gelatina. No sé lo que me espera, pensé, pero que no me pille con hambre. Engullí el submarino bien empapado. Apuré mi tercera copa del excelente cava y abandoné mi puesto en el frente.

Busque a mi anfitriona con la mirada y no la vi, pero el cocinero Carles estaba atento a la jugada y con media sonrisa me señaló la puerta de salida. Allí en medio de la acera apuraba Gertru su cigarrillo. Menuda y con pulso tembloroso tenía vocación de animal desvalido. Me entraron ganas de abrazarla para protegerla de los transeúntes que pasaban junto a ella sin reparar en su extraña belleza. Me acerqué y le pregunté:

-¿Estás bien, Gertrudis?

-Sí, gracias- respondió con una sonrisa de complicidad- Es que apenas han pasado tres meses desde que no está aquí, y no he llegado a acostumbrarme- una calada de varios segundos dio por terminado el pitillo. Exhaló el humo escrutándolo concentrada- En ocasiones así le extraño mucho. Adoraba estas reuniones. Se podría decir que era el alma de la fiesta, y ahora…-

-Pues hagámoslo en su honor- interrumpí-A su salud-

Como minutos antes, pero con más decisión volvió a agarrar mi mano y regresamos al interior. El ambiente se estaba caldeando. Un grupo ya entonaba tot el camp sin complejos. Parecían las fiestas de un pueblo disfrazadas de sedas, lentejuelas y gomina. En ese momento, el chef anunció entre vítores que ya estaba lista la sala. La gente se recompuso la ropa y la compostura y se dirigió hacia las escaleras apagando el bullicio.

La decoración no era muy distinta. Caravallesca decidí. Una oscuridad casi sepulcral convivía con unos focos invisibles dirigidos hacia las mesas, donde unas lamparitas rojas tamizaban la fuerte luz. A la cabeza se me vino la estampa de la biblioteca del Departamento de Nuevas Artes en el que pasé tantas horas en los dos últimos años. Casi siempre vacío y siempre oscuro. Estaba claro que la iluminación era un punto muy cuidado en el establecimiento, pero mi falta de sensibilidad para este nivel de matices me impedía apreciar el sentido de aquella puesta en escena. La voz de Carles sonaba ahora como salida de las penumbras invitando a sus amigos a tomar asiento. Habían distribuido las mesas, todas para seis comensales, por la sala. Pronto me di cuenta de la ley no escrita que regía aquella cita mensual. Los invitados se mezclaban sin respetar razones de pareja, sexo, edad ni afinidad. Encontraban divertido mezclarse aleatoriamente confiando a la suerte la compañía. Así que en un paseo ritual todos se pusieron a caminar por el comedor y se fueron sentando sin orden en las mesas. Comprendí que yo no era una excepción cuando con una sonrisa Gertru me empujó de su lado invitándome a alejarme de ella e integrarme en la aventura.

Al principio creí que la fortuna no me había sonreído, pues los compañeros que se fueron sentando a mi lado no aparentaban gran interés. Pero pronto caí en el error de apreciación. Junto a mí dos señoras de cierta edad y permanente de esa misma tarde desdoblaban sus servilletas con manos de costurera, mientras que un enorme tipo calvo de bigote ennegrecido por el tinte se sentó junto a mí con una botella de Pinord Noir de Tarragona en cada mano. Se afanó en llenar todas las copas borgoña de fino cristal sin preguntar. El brusco giro final de muñeca al terminar de servir delataba que no era la primera vez que servía vino. El resto de la mesa me agradó más desde el principio, pues a mi izquierda se acomodaron dos de las mujeres más atractivas de la reunión. Una rubia con aire danés y musculoso cuello sin mucho garbo para lucir un traje de noche y una joven con aire de funcionaria resultona que creí ver abajo sin compañía aparente. Había que escudriñar posibilidades.

Los camareros volvieron a su desfile y esta vez reconozco que me deslumbró lo que presentaron en medio de la mesa. Aquello estaba lejos del minimalismo, la vanguardia y la fusión. El olor a horno de carbón, queso de cabra y nata de leche todavía burbujeante me atacó sin piedad. Tras el primer envite vino lo mejor. Aquello no tenía confusión, Tuber Melanosporum. Y si me hacían apostar diría que aquellas trufas eran de Carrión. Una manta de queso gratinado dorada cubría la bandeja metálica, y no estaba construida a base de queso rallado sino que se podían distinguir las virutas extraídas con habilidad. Nuestro camarero nos adjudicó desde la oscuridad un tenedor y una cuchara a cada comensal y, maldita sea su gracia, dispuso junto a mi plato una rasera que más se parecía a una espátula de yesaire que a un instrumento de cocina. Así que el destino quiso que fuese yo el responsable de atacar las ordenadas hileras de canelones. Sin más dilación, apuré la copa de vino y agarré la espátula con fuerza. ¿Cuántas unidades serían las correctas? Si por mi fuese y a tenor de su aspecto diría que con cinco podríamos empezar una buena primera ronda, pero reduje a tres el envite por cuestiones diplomáticas y porque recordé que estábamos en un estrellado. Me animó ver la cara de decepción que mostraron las señoras de mi derecha al ver sus minúsculas raciones. Y todavía me desinhibí más cuando una de ellas me arrebató la herramienta entre las risotadas del caballero de en frente y se levantó para servir como lo haría una mamma itálica.

-Trae acá, hijo mío. Que pareces tú el català-

Media docena de piezas se volcaron con rapidez y destreza sobre cada plato acompañadas de un mar de espesa bechamel moteada de trufa negra. Por no dar la impresión definitiva de remilgado acometí mi plato con premura. Abusé del vino para aclarar la boca tras cada canutillo, sufrí por la falta de pan en la mesa y me resarcí de ello a base de terminarme la salsa a cucharada limpia. La trufa era agresiva como una walkiria. Primero llenaba la nariz hasta impactar en el cerebro. El olor a mineral de las profundidades de la tierra eclipsaba los sentidos. En boca la cosa era distinta. Un tono oxidado se imponía a los lácteos de la crema. No pude deducir de qué estaban rellenos aquellos tubos, pues sólo identifiqué el dulzor de la cebolla. Me dejé llevar por la gula hasta que después del segundo plato y ante una nueva bandeja repleta que la misma señora se prestó a repartir de nuevo, decidí llegado el momento de confraternizar con mis acompañantes. Mi aletargado instinto sexual debió despertarse con aquellas perlas negras, pues sin pensarlo me dirigí a la joven de mi izquierda con algún comentario gracioso sobre la cantidad de botellas que se acumulaban ya sobre la mesa. Lo cierto es que no sé si me oyó, ni siquiera sé si le dio tiempo a mirarme, pues con un movimiento cadencioso acerco sus labios a los míos y me beso agarrándome la cabeza con sus dos manos. Fue un beso largo, más bien lánguido. Su lengua se abrió paso entre mis labios sin pedir permiso. Mientras rodeaba la mía con delicadeza el sabor a trufa regresó a mi boca matizado por la saliva. Mi incipiente erección se completó como no recordaba en los últimos meses. Al separarse de mí me extrañó que nadie parecía haberse percatado del hecho. La joven volvió a concentrarse en la cuchara que llenaba una y otra vez poniendo cuidado en adjudicar a cada bocado un poco del queso laminado. El señor bebedor insistió en llenarme de nuevo mi copa, y las viejas con permanente se afanaban en raspar la bandeja con la espátula como si dos docenas de canelones por cabeza les hubiesen parecido poca cosa.

Decidido a terminar con mi hígado y con la poca compostura que conservaba a base de los Prioratos garnacheros que ahora dispensaba nuestro particular sumillier, la salvación vino a buscarme en forma de una mano apretándome con suavidad el hombro.

-Vamos, levántate antes de que sea demasiado tarde- distinguí la voz de Gertru-Despídete y te espero abajo-


2 comentarios:

elena dijo...

Si Ferrer i Guardia levantara la cabeza, levantaría también la cuchara atacando esos canelones catalanes, como Dios manda (perdón).

David dijo...

Canelons per totom.