Bocadillo
de Nocilla con chorizo de Pamplona (antídoto contra el Chispazo)
Tapa de Bodegas Almau que me lleva al bocadillo de mi infancia |
Andaba el otro día enfrascado en un asunto que me tenía
ciertamente cabreado. No podía comprender que el término chorizo se utilizase a
la vez para referirse a dos productos nacionales tan distintos. Por un lado lo
utilizamos para denominar una de las joyas de nuestra corona gastronómica y por
otro a los mangantes, como los que hoy emparentan con nuestra corona real. El
diccionario de la RAE puso las cosas en su sitio. La segunda de las acepciones
proviene de un término caló que significa ladrón, concretamente chori, que por
asimilación derivó en chorizo. El caló es la lengua propia utilizada por el
pueblo gitano en nuestro país. Así que pude descansar. No había identificación
con el sagrado embutido.
Tradición y buen hacer |
Cada cual tiene sus referencias choriceras. A unos les
evocará los múltiples usos en platos de cuchara. Enriqueciendo legumbres y
potajes contundentes, en especial, en las zonas más norteñas y frías de España.
Otros, en cambio, cercanos a lugares ventosos y de altura, relacionaran el
rojizo producto con rodajas bien curadas entre el pan. Pero en el caso de la
generación de principios de los setenta nuestros recuerdos son un poco
distintos. Aunque se trate de una de las industrias cárnicas más ancestrales de
España, fue en esos años cuando su presencia se generalizó. Hablo, claro está
del chorizo de Pamplona. Por su logotipo descubrimos el atuendo de las Fiestas
de San Fermín. La clave la encontramos en lo fino y homogéneo de su picado.
Carne magra de cerdo u vaca, tocino, pimentón y sal, honesta contundencia. No
es un producto sibarita ni beneficioso para la salud. Nada de ácidos grasos
Omega tres, ni fibra para facilitar las tareas íntimas. Colesterol hasta en el
bello envoltorio. Todavía me deshago
cuando recuerdo el descubrimiento que tanto me impacto al introducirlo diez
segundos en el microondas sobre una buena rodaja de pan. El tocino rojizo se
fundía en la miga tiñéndola y engrasándola, provocando a cada bocado un suspiro
de placer. De los que uno ya ni se acuerda desde que frecuenta gimnasios y
dietéticas páginas web. No había lugar para el remordimiento.
La nuestra, de siempre |
Importación para innovadores Nada que ver |
Tengo el gusto de pertenecer a esa generación de
sobrealimentados e hipermerendados setenteros. Pero además poseo el grado de
barriobajerismo, que me hace un privilegiado entre nosotros. Entre otras muchas
cosas en común nos unía una receta secreta. No debía salir de nuestro círculo.
Los pijos seguirían comiendo sus bocadillos secos y eligiendo entre dulce y
salado. Nosotros lo teníamos todo. El mundo a nuestros pies. Tampoco podían
enterarse nuestros padres, que en otros aspectos transigían tanto. Nos veían
llegar con etílicos alientos, nos permitían apestar a tabaco, pero si hubiesen
descubierto nuestro secreto, la somanta de palos estaba asegurada. El bocado
era tan simple como comercial: media barra de pan migoso abierta por la mitad,
base de un dedo de altura de Nocilla, o en su defecto el ultraazucaradoPralín
de Zahor (creo que tristemente ya no existe), y sobre ella en perfecta
formación una larga hilera de rodajas de chorizo El Pamplonica. Se apretaba
bien el entrepan y a correr.
Todavía hoy, que tengo el placer de trabajar con los
adolescentes hijos de mis correligionarios de la infancia, husmeo con
esperanza. Los almuerzos actuales son detestables. Las más de las veces
consisten en una moneda de euro que el crio invierte en bollería industrial.
Los padres más concienciados mandan a sus vástagos aestudiar con una fruta o un
zumo en la mochila. Incluso quedan algunos nostálgicos que lo hacen con un
señor bocadillo. Y es a ellos a los que me suelo acercar cuando suena el
esperado timbre del recreo. Veo fiambres, tortillas, algún embutido y escasos
quesos, pero mi olfato continúa buscando. Jamón y chorizo, salchichón y
mortadela, pero mi recuerdo no aparece. En la esperanza de encontrar un buen
bocadillo de chocorizo seguiré mi periplo, infructuoso hasta el día de hoy. Y
casi mejor así. Cómo podría explicarle a un padre que me he abalanzado sobre el
bocadillo de su hijo. Razones no faltan, pero todas ellas inconfesables.
Reflexiono sobre esta tontería hoy por un una causa justa.
Que estamos involucionando en muchos aspectos es algo que no pasa por alto
ninguna persona esclarecida, pero en el aspecto culinario la situación es
patológica. Pensamos que por ser abanderados de la cocina de vanguardia, España
es un país gastronómicamente sobresaliente. Y lo es en muchos aspectos, pero se
está consolidando una práctica que no me parece muy sana para nuestra herencia
cultural. El hecho es que la relación entre el consumo popular y la industria
cada vez más concentrada se está invirtiendo. Antaño las industrias estudiaban,
analizaban y apostaban por productos que se generaban en los hogares. Adaptaban
a un sistema de alta producción aquellos sabores que la gente descubría por sí
misma. Pongamos algunos ejemplos ilustradores.
Que la gente rallaba queso para gratinar enriqueciendo
cualquier plato, la industria lo facilitaba bien embolsado. Que la sempiterna y
omnipresente tortilla de patata resultaba lenta para los nuevos ritmos de vida,
la preparaba al vacío. Que freír el tomate se tornaba ardua tarea, fabricaba
botes casi imperecederos. Que el arroz se pasaba porque las familias numerosas
se retrasaban en los domingos paelleros, llenaban los super del infame pero
resultón arroz bomba. Por producir a gran escala comenzaron a ser habituales en
nuestros carritos del mercado las madejas y manitas ya cocidas, el bacalao
desalado, la sopa de sobre o cubito. Si hasta tenemos pizzas, fabadas y
hamburguesas ya ensambladas para llegar y calentar. ¿Dónde estaba el problema
hasta aquí? Lo cierto es que no lo había.
Coca cola nos quiere vender la moto |
La diferencia con los tiempos actuales estriba en que la
dirección que rige la producción se ha invertido. Si antes una necesidad creaba
un producto industrial, ahora el camino es al revés. A través de la propaganda
las flechas se han invertido. Se crea una necesidad, o se adjudica un prestigio
a un producto que antes no existía o provocaba risa entre el consumidor.
Alcanzado el status se introduce en los mecanismos de producción hasta que el
consumidor se pregunta si el raro no será él por no comprar algo tan común. Varios
ejemplos pueden ilustrar este trabajo imperialista y colonizador al que nos han
sometido las grandes multinacionales.
Viene Freixenet y nos descubre la trufa a los aragoneses. Ja,ja,ja... |
Coca cola no es sólo un refresco, es una forma de vida. Como
tal quiere rebasar su ámbito y recientemente se inmiscuye en algo tan íntimo
como nuestros fogones. Recetarios, concursos de tapas, rutas gastronómicas y
publicaciones sobre el uso del refresco en la cocina se multiplican. No hay
establecimiento que se resista a no ofrecer como cóctel su infame Chispazo a
precio de saldo. Nuestro vermú con sifón ha sido desterrado por esta bebida
endiablada, y en el proceso, el cliente no ha tenido nada que ver. Promociones,
campañas de márquetin costosísimas han logrado abducir a unos consumidores que
han acabado por ceder ante el miedo a sentirse diferentes. No nació desde el
pueblo, sino desde el poder económico. Las sangrías y los calimochos o
tinticolas tiemblan ante el avance del postmoderno chispazo.
Candidato a la desaparación |
Otra necesidad inducida es el creciente consumo de pavo.
Cuando la tradición local consistía en rellenarlo hasta las trancas de frutos
secos, castañas o panceta, ahora sustituye al cerdo como base de multitud de
embutidos. Y no es por parecer grosero, pero poco dice de nadie el hecho de
consumir un chorizo o un fuet de pavo. Insulso, aderezado de excesivas especias
para que no se distinga su sabor rancio, incurable y contranatura abarrota los
carritos de compra de la parte más incalificable de la sociedad, la mayoría.
Qué decir de las montañas de botellas de Lambrusco que
destierran a nuestros vinos en nuestras bodegas. No hay que viajar mucho a
Italia para verificar que ahí no lo consume nadie. Vinos de ínfima calidad que
son sometidos a una carbonización inyectada y sellados con corchos similares al
cava. Nuestros Valdepeñas y Cariñenas se cansan de coronar las catas
internacionales, pero salen al mercado exterior al ritmo que se producen. En
Aragón ya es sabido que si se quiere probar un Borja de categoría se debe
acudir al mercado estadounidense, pues se cotiza más que por aquí. Mientras
tanto los distribuidores nos han convencido para consumir un vino, por llamarle
de algún modo, que en su lugar de origen ha sido desterrado con todo
merecimiento.
Candidato al all start |
Lo del sushi y derivados ya es una batalla perdida. No es
extraño su triunfo y dominio del mercado en países de poca tradición arrocera
como Estados Unidos o la Europa norteña, pero aquí. Por ahí no debiéramos pasar.
En la combinación de los hidratos del arroz con las vitaminas vegetales y las
proteínas animales los ibéricos tenemos mucho que decir. En su versión al
horno, caldoso o paella la tradición es legendaria. Podemos presumir, sin
vergüenza, de poseer en nuestro recetario las mejores elaboraciones arroceras
del mundo. Productos mediterráneos que enlazan al consumidor actual con la
tradición más ancestral y con la riquísima tierra que nos rodea, llena de mar y
montaña. Pues no puede ser. Era demasiado fácil. Ahora se debe presentas en
forma de engrudo y con un tallito de algo sobre el que descansa un filetito de
no sé qué. No, no y mil veces no. Bueno está el ser abierto de miras. El
probarlo todo como reflejo de culturas que debemos conocer y comprender, pero
de ahí a la aniquilación de nuestro bagaje arrocero va un paso. Centenares de
restaurantes japoneses carísimos y prácticamente cuaresmeros sustituyen a las
arrocerías. Entre ellos y empresas como El Paellador acabarán con la tradición,
y entonces será demasiado tarde. No es chovinismo, y lo dice alguien siempre
dispuesto a la aventura gastronómica y a la probatina curiosa.
Soja transgénica y barata |
Otros ejemplos irían desde el dipeo al sojeo. No podré
comprender la necesidad de untar una salsa con una tortilla de maíz o una
patata frita tipo chip. Somos mediterráneos, y desde el Neolítico conocemos el
pan de trigo. Cuando las calles de las ciudades más modernas del mundo sucumben
al poderío y embrujo del pan, aquí nos lo dejamosarrebatar por unos
hipercalóricos snaks a golpe de publicidar. Un par de campañas y nuestros
jóvenes se chiflan por introducir en un bote sus patatas fritas. Recuerdo, por
si alguien se alarma de mi extremismo, que España ya ha superado a Estados
Unidos en el índice de obesidad infantil, y eso pasando hambre y sufriendo
oleadas de ingeniosas dietas. Casi lloro recordando mis viajes a la lechería de
mi barrio. Aquel olor a vaca que entonces me repelía, hoy me desvela de
nostalgia. Borbotones de nata flotando al hervir. Vasos que quedaban
blanquecinos con la espesura láctea. Hoy la leche entera pasteurizada en
higiénicos, tristes y antiecológicos bricks es desplazada por el empuje de
miles de derivados de soja. Alimento, generalmente transgénico e importado, que
además de carencias de calcio e impotencia, genera mal humor. Sin aroma,
insípido y tintado ha conquistado nuestros corazones como alimento saludable.
No vayamos a tener sospechas que su inclusión en nuestra dieta habitual tiene
que ver con la explotación y el comercio internacional. Es más moderno pensar
que sus beneficios nutricionales la hacen más preferible que la leche.
De todos modos, con la derrota de antemano, me atrevo a
sugerir a las grandes corporaciones que nos hagan un favor. Entre toda esa
propaganda que nos ha hecho ascender en tantos niveles (obesidad, colesterol,
hipertensión, diabetes, etc…), podrían volver al origen y escuchar la voz de
unos barriobajeros nostálgicos: una fusión entre la marca Nocilla, pertenezca
hoy a la multinacional que pertenezca, y chorizo El Pamplonicapodría llevar a
las líneas de supermercado el bocadillo dechocorizo o chorilate. Un matrimonio
de dos productos que recogen la esencia indígena americana (pimentón y cacao)
sobre un tierno pan mediterráneo.No cobraremos por la idea. Que por una vez el
sueño de una generación desequilibrada y genial se vea cumplido.
Me quedo con mi tapita a la espera del derrumbe definitivo de nuestra cultura gastronómica a manos de la gran industria |
Para que estas honorables y desinteresadas empresas vean lo
prometedor del asunto traigo aquí un ejemplo de fusión tan increíble como la
que propongo. Las Bodegas Almau zaragozanas han creado una tapa con elementos
tan sorprendentes como el chorizo de Pamplona con la Nocilla. Se trata de un
montadito de pan muy tostado sobre el que dispone una gruesa cama de queso
crema. Sobre ella una de sus tradicionales anchoas reposa bajo una montañita de
dulce confitura coronada por una cantidad considerable de escamas de chocolate.
Engullida en un entorno centenario, rodeado de nuestros mejores caldos locales.
Incluso hace olvidar la apatía y desinterés de los regentes del local, que
asfixiados por el éxito, desprecian al comensal que un buen día les dará la
espalda. Hasta que los sufridores clientes ajustemos cuentas y en espera de la
comercialización del chocorizo, seguiremos soñando con las chocolatadas
salmueras en la boca.
Otras versiones choriceras recomendables Patatas a la riojana |
1 comentario:
Ja, ja. Hoy que mi dedicación como DUE de pacotilla me deja tiempo, me acerco a husmear por tus fogones y me encuentro con este relato de otro eslabón perdido de la infancia y resulta que ha sido una lectura ¡genial!. Sin necesidad de Tuenti ni otra comunicación, salvo el boca/oreja, todos, todos probamos este invento Chorinocillero alguna vez. Y más de una, supongo (yo no era ni soy, amante de la Nocilla ni del Praliné de colores. Lo mío siempre ha sido más la tableta pura, pura) pero caí. ¡vaya si caí!. Me ha encantado también el resto de tu análisis almuerceril. Muy acertado en todas sus disquisiciones y en las aportaciones (aunque también tengo que confesar que he probado y sucumbido al canto de sirena de alguna de las barbaridades que denuncias: soy débil, ya sabes)
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