Menú
del día del Restaurante Mamma Mia (Plaza de San Miguel, Zaragoza)
web del restaurante: http://www.mammamiazaragoza.es/ |
Los zaragozanos que somos tan amantes de la buena comida
italiana como de la fórmula del menú del día tenemos un lugar ineludible en la
ciudad, el Mamma Mia. Asqueado por el bajo nivel que suelen ofrecer los
restaurantes italianos en la ciudad, nada me llamaba la atención de este local
cada vez que pasaba por delante, hasta que por fin me decidí a entrar. En la
misma semana que Ryanair decidía suspender sus vuelos a Roma, acudí lleno de nostalgia
a este rincón del centro. Mis escapadas, siempre cortas, a pasearme por las
callejas romanas y sumergirme entre sus piedras milenarias, se verán reducidas
por ello. Los manteles de cuadros de mis restaurantes preferidos no me verán
con tanta frecuencia. Alguna bandeja repleta de alcachofas y de trippa cocida y
guisada a fuego lento con un toque picante que alegra el alma y la entrada del
esófago, quedará huérfana a la espera de
un maño que las engulla con afición y respeto. Necesitaba en esos días una
alegría italiana de verdad, y la encontré. Cierto que la encontré.
Cómodo interior, preferible su histórica planta baja |
La historia de Italia no le va a la zaga en complejidad a la
nuestra. Mosaico tradicional de culturas diversas que se enriquecen mutuamente
compitiendo con sus vecinos. La fractura entre el rico e industrial Norte y el
sur agrario y rural es de mayores dimensiones que la ibérica, que no es decir
poco. Roma representa la síntesis a la manera de Madrid. Nadie pertenece del
todo a esas ciudades, que paradójicamente acogen a todos los que buscan el
ellas un hogar. Por eso es en su cocina donde identifico el sabor de un país
entero.
Desgraciadamente una de las riquezas más notables de
nuestros vecinos ha sido la causa de un gran atropello culinario. País
emigrante desde su fundación decimonónica, ha inundado el mundo con los
secretos de su cocina. Cada italiano, y sobre todo, cada italiana que salía a
buscar una vida mejor a miles de kilómetros de su tierra, llevaba consigo toda
la sabiduría de sus ancestros resumida en sus cacerolas y sartenes. Gracias a
ellos aprendimos a valorar aspectos de la cocina de los que nos avergonzábamos.
Llevaron a categoría de manjares productos como el humilde aceite de oliva o el
vinagre de calidad. Nos enseñaron que no todos los arroces son iguales ni
tienen las mismas propiedades. Los productos de la huerta subieron de división
y dejaron de considerarse como meras necesidades autárquicas. La nata, la leche
y el queso han llegado desde sus manos a nuestras recetas para no marcharse
jamás. El cereal se desintegró en sutiles harinas que se convertirán en pasta y
en bases de crujientes pizzas, alejándose de la idea de que sólo servía para
acompañar o para llenar estómagos anhelantes por verse saciados. Qué decir de
su trabajo en el mundo de las cremas heladas. Lechosas, cremosas y en estado
semifrío. Todo conocemos las que preparan en el afamado Giollitti de Roma, pero
si nos paseamos por barrios periféricos de la capital, comprenderemos que las
heladerías están arraigadas en el pueblo. Se sirven casi escurriéndose,
derritiéndose mientras se acerca a la boca, que es la temperatura que lo
permite saborear mejor. En conclusión, exceptuando su tradicional carencia en
el mundo del pescado, al que casi desconocen o son poco aficionados, sus
tradiciones fueron las que pusieron en un lugar privilegiado a la dieta
mediterránea. Pero un error trascendente debió de producirse en algún momento,
porque junto a todas estas aportaciones se fue generando un monstruo horrible
del que todo buen amante de la cocina debe avergonzarse, la cocina italiana
internacional.
Generosidad con los ingredientes |
Resultado de aplicar técnicas y fundamentos italianos al mal
gusto estadounidense, hemos visto nacer una carta peculiar. El mundo se ha
visto invadido de locales con las mismas propuestas, tristemente tan alejadas
de las que verdaderamente se ofrecen en la madre Italia. Son tantos los
atropellos que se suceden allí que sería difícil enumerarlos todos. Por ello
voy a tratar de sintetizarlos antes de presentar el menú que se puede degustar
en el Mamma Mia, tan alejado de estos desmanes como cercano al sabor original
de las casas de comida que enriquecen las calles de la península de la bota. Si
en Zaragoza hay una cocina que acerca al comensal al espíritu del Trastevere, o
del barrio judío, o del Campo di Fiori, o de la Vía Venetto, o…es sin duda este
establecimiento de la Plaza de San Miguel, y no las decenas de franquicias que
bastardan las tradiciones a precios descomunales.
Despropósitos
generalizados en los restaurantes italianos internacionales
1. Carta compuesta casi en exclusiva por pasta y pizza
desmereciendo todo un abanico de elaboraciones con mucho arraigo en Italia.
Jamás aparece una sopa, o un guiso entre ellas. La verdura brilla por su
ausencia. Ignoran toda la tradición de casquería. Reducir su variedad a dos
propuestas es de una simpleza atroz.
2. Tratamiento de la masa de las pizzas como si fuesen
bollos. Gruesas, blandas, migosas se presentan ante uno casi como un mal
bocadillo abierto. La base se ve impotente para aguantar los ingredientes al
llevarla a la boca, lo que hace indispensable el uso de cubiertos para comerla.
De risa.
3. Se deja al gusto del comensal la elección de un tipo de
pasta al que debe de maridar con una salsa. Cualquier italiano sabe que cada
pasta tiene una forma distinta para combinar con cada tipo de ingredientes. No
todas sirven para todo, las hay alargadas, huecas, rellenas, frescas o de grano
duro, con o sin huevo, y cada una tiene su aderezo idóneo. Blasfemia vil.
4. No suele haber pan a disposición del cliente. En Italia
se come pan, y del bueno. No hay más que entrar a unos cuantos locales
italianos para corroborarlo. Es muy cómodo y barato para los pseudorestaurantes
italianos difundir la idea de que allí no se come pan. Falsedad interesada y
que priva al comensal de una buena untada en suculentas salsas.
5. El tema de los postres lo veo con tristeza. Todo lo
monopoliza el consabido tiramisú, y recientemente la pannacotta, como si no
hubiese otros muchos del mismo nivel. Ambos postres son extraordinarios, pero
aquí, además de que casi nunca son caseros suelen ser industriales y de baja
calidad.
6. Lo del vino duele en el corazón. Han logrado extender la
idea de que el engendro de vino gasificado a base de carbono es lo que
habitualmente beben los italianos. Falsedad de primer orden. Sin duda cuentan
con unos de los mejores caldos del orbe. Sin ir más lejos, un servidor es
fanático del Chianti y de muchos tintos toscanos. El llamado lambrusco es una
excepción dentro de la bodega italiana. Cuesta encontrarlos incluso en sus
supermercados, repletos de buenos y dignos vinos elegantes. Imagino que alguien
se forrará para hacerlos colar como tradición italiana por el mundo, pero no se
engañe el lector. Ni es usual su consumo, ni mucho menos tradicional, y nos
estamos perdiendo una riqueza enorme a costa de este engendro.
7. El precio duplica el original. Nos hemos habituado a
pagar en torno a diez euros por un plato de pasta o una pizza, que cuesta la
mitad en el país de origen. Para cobrar esas cantidades en una ciudad, nada
barata, como Roma se debe de ofrecer algo más. Sólo las elaboradas con trufa
blanca o buen marisco se acercan a nuestros precios.
8. Generalización de la comida a domicilio o para llevar a
precios de restaurante de mantel de tela. Es cierto que en Italia son muy
comunes los establecimientos de comida rápida. Las tabulas caldas son muy frecuentes, pero tienen una característica
común a todas ellas: el precio es irrisorio, como debe ser cuando se suprime el
servicio y la comida lleva hecha desde épocas imperiales. Nos dejamos sablear a
cambio de una masa de engrudo, y eso es nuestra responsabilidad.
Menú del día del
Restaurante Mamma Mia
Precio: 10´80 euros con bebida, pan, postre y café incluido
Valoración: 7´5/10
Dos son los aspectos destacables del local. En primer lugar
una comida de recuerdo casero y tratada con generosidad a la hora de emplear
los ingredientes, y si además se ofrece en un marco delicioso y decorado con
gusto, el éxito está garantizado. Se recomienda bajar a disfrutar de la planta
baja, pues se trata de un enorme espacio abovedado de siglos de antigüedad. Un
privilegio al alcance de cualquiera. Para demostrar que las cosas se pueden
hacer bien y a precios ajustados, ilustro el comentario con la carta propuesta
un viernes cualquiera. Variada, divertida y económica son sus características.
Servicio, pan y vino: Es de destacar la rapidez y
profesionalidad del personal de sala. Atentos y obsequiosos teniendo en cuenta
de que se trata de un menú de 10´80 euros. Se aprecia algo especial, cuando,
sin pedirlo, se deposita ante uno una cestita con dos enormes y tiernos
panecillos de miga blanca. Uno se da cuenta de que aquello está lejos de los
usos rácanos y franquiciados de otros establecimientos. El vino de la casa es
un digno Cariñera servido a buena temperatura. Se agradece que no esté helado o
conservado calentito sobre la máquina de café.
Como una imagen vale más que mil palabras, lo mejor es que
se vean desfilar por aquí algunos de sus platos.
Risotto Leonardo
Sin duda mi plato estrella. Recurrente en mis elecciones.
Generoso en cremosidad, de untuosidad extrema. Destaca la abundancia de queso
fundido que ayuda al almidón a hacer su trabajo. Las verduras frescas y tan al
dente como el arroz junto a un toque de tomate conforman un plato humilde y a
la vez de una complejidad inesperada en un menú.
Calamares a la
Toscana con tomate y alcaparras
La salsa es el punto fuerte de este plato. El tomate y las
aceitunas le otorgan un gusto tan casero que se agradece la migosidad de los
panecillos para sumergirlos en ella entre los tiernos aritos de calamar.
Ternera a los cuatro
quesos con patatas naturales
Una palabra resume el éxito de este plato, gorgonzola. Queso
azul de sabor suave y aromas contundentes que se impone al resto en la crema
que envuelve a la ternera. La citada generosidad en los ingredientes se hace
aquí sabrosa realidad.
Sorbete de limón
No es mala elección si alguien se ha saciado
a base de buena pasta. Rebajar la sensación rebosante es una buena idea llegado
este momento.
Tarta de chocolate
con almendras y sirope
Cuando uno ya no espera mucho más de una pantagruélica
comida, llega una de las sorpresas. No sólo tienen postres caseros, sino que
alguno es de una calidad tremenda. Bizcocho de densidad bíblica y chocolate con
amargura sin complejos. El error de la nata industrial se olvida con la primera
cucharada del contundente y oscuro dulce. No apto para débiles o propensos al
remordimiento postdigestión.
4 comentarios:
Hola, me ha gustado leer tu post, fíjate que esta muy cerca de donde yo vivo, pero al igual que tu nunca nos decidíamos a entrar, ahora ya lo se y en la primera ocasión alli estaremos.
Saludicos, Sefa
No conozco el restaurante pero seguro que voy a probarlo en cuanto vaya por zaragoza, me han encantado los calamares. besicos
Al contrario que Sefa, precisamente por vivir -y trabajar- cerca he ido en bastantes ocasiones. Siempre voy instada por peticiones ajenas, lo confieso de antemano; bien porque acudo acompañada de alguien tiquismiquis con el tema de la comida "extraña", reacia a probar novedades, sean del tipo que sean: orientales, veganas, de mercado, ... pero a las que cualquier cosa con toques italianos, relaja por familiar. O bien porque voy con alguien que repudia los buenos guisos de la comida casera y huye de los platos tradiconales que también se pueden encontrar por las inmediaciones, valorando, en cambio, como suprema osadía y modernez tomar rissotto en vez de un paella. En fin, que para dar gusto, me toca bregar con restaurantes del agrado general: italinanis seamos, pues!. Aunque no para mí. Ni siquiera éste del que tan bien hablas y que, por supuesto, le da cien mil vueltas a otros de nombres mafiosos, o pastiaforinos y a millones de años siderales de los Pizzamoto cotizadoras en bolsa. ¡Qué quede claro!. Aún así y pese a que he ido "de menú del día" y a la carta; en petit comité y de gran cena de trabajo; al mediodía y por la noche; a pesar de que me han sentado en el angosto piso superior -si que lo es cuando está o estaba, al menos, en sus momentos de abarrotado esplendor- y en la solera parte de abajo; he ido con frío y con calor; en las vacas llenas y en las flacas,... y, sinceramente, nunca decepciona por completo (la relación calidad-precio no está mal), pero nunca he salido "echando cohetes" de la alegría tampoco. Aceptable pero cómo muchos otros. No sé. Igual debería volver, hace tiempo que intento zafarme y buscar alternativas... porque si a David le resuena, razones no le faltarán. Y, tal vez, ahora, mi gusto haya crecido o sea cuestión de insistir (como con la tónica).
Disfruto mucho de la comida y por eso trato de ir a distintos lugares a probar diferentes platos. En general también me gusta cocinar en mi casa para mis seres queridos, pero si estoy cansada opto por pedir comidas a domicilio
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